Sus más de 100 años de vida son una excelente excusa para conocer en detalle la tradición del vino argentino. Bodegas centenarias: Lo primero es la familia.
En 1853, Domingo Faustino Sarmiento regresó de Chile tras su exilio durante el período rosista en Argentina. En su estadía en tierras trasandinas, Sarmiento conoció al agrónomo francés Michel Aimé Pouget, quien introdujo las primeras viñas en Chile y comenzaba a desarrollar una pequeña industria de vinos.
Cuando regresó a nuestro país, y con los antecedentes chilenos y con Francia en el horizonte, Sarmiento se reúne con Pouget para llevar adelante la Quinta Agronómica de Mendoza. Juntos comenzaron un período de plantación de viñas en las cuales sobresalían las cepas como Cabernet Sauvignon, Pinot Noir y la hasta entonces llamada “uva francesa”, la cual hoy conocemos como Malbec.
Desde San Rafael
Quince años después de la vuelta de Sarmiento, los Goyenechea tenían su almacén de ramos generales, y uno de los productos que comercializaban eran los vinos de la familia Arizu, que tenía viñedos por gran parte de la provincia de Mendoza.
Pero, una vez más, los vaivenes de nuestro país pusieron en jaque a una rama de los Arizu por lo que contrajeron deudas con los Goyenechea, que, para saldarlas, les ofrecieron sus tierras en San Rafael, sur mendocino.
“Cuando el viejo Arizu murió, su viuda nos pagó con tierra. Hoy todavía es nuestra, y allí funciona la bodega”, dice Sebastián Goyenechea con orgullo al contar la historia de sus tatarabuelos: “sin quererlo, ellos se convirtieron en productores”, y hoy son una de las bodegas familiares más antiguas del país.
Defender el estilo propio
Al hablar de la vitivinicultura argentina, la familia López forma una parte grande la historia. La bodega nació en 1898 de la mano de José López Rivas, quien había llegado al país a los 12 años buscando salvar sus vides de la plaga de la filoxera que azotaba los viñedos europeos de aquel entonces.
“Se afincó en Maipú, y dudo que alguna vez se hubiese imaginado que 120 años después seguiríamos acá”, dice entre sonrisas Eduardo López, bisnieto de José. El mismo año que fundaba la bodega, nacía José Federico López, quien años más tarde se encargaría de colocar en la cima la bodega familiar:
“Mi abuelo decía que hiciéramos lo que hiciéramos tenía que ser de calidad”, agrega Carlos López, hermano de Eduardo; ambos siguen al frente de la firma junto con su padre.
Salir al mundo
En 1890, Leoncio Arizu (de solo 7 años) llegó a Mendoza desde Navarra, España, para erradicarse en la casa de su tío Balbino, quien ya era un conocido trabajador vitivinícola. En 1901, ya con 18 años, Leoncio inauguró sus primeros viñedos y fundó la bodega Luigi Bosca-Familia Arizu.
“De chico mi madre y abuela nos daban un dedo de vino y el resto de agua en las comidas. Vivimos a través de la historia del vino”, recuerda Alberto Arizu (h), hoy presidente de la bodega fundada por su bisabuelo.
Sueño cumplido
Nicola Catena, fundador de Catena Zapata, partió de su Italia natal a los 18 años en 1898: su sueño era producir vinos en el nuevo mundo. Apenas tres años después, su deseo se haría realidad. Cuentan desde la familia que el joven emprendedor desayunaba un pedazo de carne cruda para celebrar la abundancia de su nueva patria.
Era el menor de cinco hermanos, proveniente de la región de Le Marche, donde desde muy joven trabajaba junto a su padre en las pequeñas huertas y viñedos de la familia.
Con el paso de los años, Domingo, hijo de Nicola, se convirtió en uno de los viticultores más prósperos de Mendoza. Vendía su vino en antiguos toneles de roble que luego eran embotellados en la capital argentina bajo el nombre Tinto de Buenos Aires.
Aquel primer vino era un blend de Malbec de dos regiones distintas de Mendoza. Esta mezcla de uvas era un secreto que don Domingo compartía solo con su hijo Nicolás.
Pioneros en la Patagonia
Lejos de la provincia de Mendoza, en aquella tierra lejana e inhóspita de la Patagonia, nacía en 1909 la bodega pionera de Río Negro: Humberto Canale.
Guiado por el sueño del ingeniero Luis Huergo de poblar el sur del país, don Humberto Canale dejó la comodidad de Buenos Aires para instalarse en el Alto Valle de Río Negro, desde donde produciría vinos para comercializar en la región.
Guillermo Barzi Canale, sobrino nieto de Humberto, decidió a los 21 años dejar la empresa familiar (la próspera galletitería Canale) y trasladarse a Río Negro. “Alguien se tenía que ocupar, y yo era el único disponible dentro de la familia”, recuerda Guillermo.
“Me entusiasmó el desafío, estaba todo por hacer. Tenía el mandato familiar de la calidad que caracterizaban a los productos Canale, y lo mismo quise replicar para el desarrollo de los vinos”. Así fue como guió nuevos mercados para conquistar el resto del país y el exterior.
Bodegas centenarias: La nueva generación
“La primera generación la funda, la segunda la hace crecer, y la tercera la funde” es tal vez el mayor estigma que debe afrontar toda empresa familiar a lo largo de los años. Sin embargo, en el mundo vitivinícola, estas empresas bodegueras pudieron superar esa tercera generación y afrontar el desafío.
En los años 80, Nicolás Catena Zapata lideró lo que se llamó la primera revolución del vino argentino. Según cuentan en la bodega, “el doctor” ?como se lo conoce en el mundillo del vinó viajó a Napa Valley, donde se sorprendió por el atrevimiento de los californianos: desafiar a los vinos franceses y competir con ellos directamente por calidad y no tanto por precios bajos.
Al regresar a nuestro país, potenció el valor de la tierra en busca de esas regiones donde las uvas crezcan con absoluta excelencia. “Aprendí de mi abuelo y de mi padre que la calidad de un vino depende del lugar y poco podemos hacer en la bodega para mejorarla”, sostiene Nicolás Catena Zapata, hoy uno de los grandes referentes del vino argentino en el mundo.
Las revoluciones del vino argentino
Durante la década siguiente se vería en nuestro país una nueva revolución. “En los 90 hubo un proceso de refundación de la bodega, fue volver a crearla”, cuenta Alberto Arizu.
“El mercado estaba cambiando y debíamos evolucionar. Era una época muy propicia para importar maquinaria, no para vender en el exterior, pero sí para comprar y modernizar todo”, recuerda el actual presidente de Luigi Bosca y Wines of Argentina.
“Viajaba mucho y cada vez que regresaba en la bodega me miraban casi enojados porque quería cambiar todo. Eran discusiones muy acaloradas con mi familia, pero siempre salían cosas muy interesantes, era una época muy divertida”, recuerda Alberto.
Dentro de ese cambio de época, Sebastián Goyenechea cuenta que a su generación le tocó potenciar los vinos de alta gama: “Llegamos para trabajar en este segmento que antes no se hacía, pero porque no había un consumo de esto. Antes se vendía Borgoña como vino tinto y Chablis como blanco. Nosotros estamos con el desarrollo de esta quinta generación”.
Entre tantos cambios, los López tuvieron que reencontrar su lugar. “Todos iban para un lado y nosotros para otro”, dice Eduardo López. En las bodegas, se hablaba de vinos con mucha madera, criados en barricas de roble y pesados en boca.
“Nosotros seguíamos con los toneles de gran tamaño, con un estilo clásico y tradicional que la mayoría abandonó en los 90: fue remar en dulce de leche durante 27 años”, recuerda Eduardo, y agrega:
“Lo hicimos con convicción e identidad y estamos conformes. El tiempo nos dio la razón: hoy la moda son los vinos clásicos”, algo que ellos producen desde hace más de 100 años.
El vino argentino fue cambiando a lo largo del tiempo, y son las bodegas familiares las que siguen apostando por la calidad y por contar su historia generación tras generación, con un mercado cada vez más exigente que valora el cuidado y la dedicación que merece cada botella.
http://www.forbesargentina.com/bodegas-argentinas-recorrido-entre-copas/
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