Cada vez que hace alguna presentación, sorprende por sus técnicas creativas, la paleta de colores y, sobre todo, por la originalidad en las texturas. La obra de este creador es de vanguardia porque además de técnica incluye el respeto por las tradiciones textiles argentinas y vuelve a su colección sustentable y soberana.
No es casual que haya nacido en Santa Fe donde el paisaje natural, la cercanía del río y la idiosincrasia de resguardar cada pedacito de tierra, fruta o alimento, le marcó un ADN en el que la historia y las tradiciones buscan mantenerse.
Hoy Francisco Ayala se posiciona como uno de los diseñadores más importantes del país por su original forma de concebir la moda. Estudiante de Filosofía y de Publicidad, llegó a Buenos Aires donde se capacitó en Diseño.
Sin embargo, lo que marcó su vida y su presente fue la posibilidad de trabajar en la industria de la moda en muchas marcas mientras aprendía el oficio de la alta costura en un atelier, con una formación que solo otorga la práctica y el oficio transmitido por los que más saben.
-¿En qué momento y por qué motivo se inicia tu vínculo con artesanos textiles?
-Empecé haciendo cursos de moldería. Sobre todo hubo uno muy importante de vestuario en el Teatro Colón, donde conocí a Pedro Richter que fue mi maestro como Regisseur, algo determinante en mi formación.
-¿Por qué decidiste dedicarte a la alta costura?
-La etiqueta Francisco Ayala siempre tuvo una impronta de diseño de identidad personal muy marcada. Es lamentable pero, en la Argentina, al trabajar sobre materiales que son importados, no hay una soberanía de nuestro diseño. Pero, justamente, fue a través de los artesanos en general y textiles, en particular, cómo me llegó el momento de incorporar este mundo tan valioso de procesos artesanales. Esto viene a cuento porque mi objetivo fue generar un trabajo que sea personal, que tenga un ADN propio latinoamericano y, en mi caso, específicamente argentino.
-¿Cuál fue el primer paso en esta búsqueda?
-Todo empezó con mis vestidos de novia. Los pintaba a mano, eran flores, calas. Otro recurso que tenía era pintar distintas flores en los trajes y repetir en los ramos. Desde ese lugar, conocí a gente de Swarovski, allá a fines de los años 90. Como vieron que trabajaba con flores, me invitaron para presentarme en una licitación para el diseño del crystal mesh que es una malla metálica recamada de cristales de roca de la marca. Me presenté con un diseño de flores de ceibo y de jacarandá. El diseño lo hice sobre un cuero de vaca y los mandé: ¡eran pasteles, prácticamente una obra de arte en sí misma! Logramos ganar con estos diseños criollos. Fue un momento iniciático.
-Y eso fue una bisagra en tu obra
-Totalmente, porque a partir de eso tuve la convicción de nuestro poder para destacarnos en el diseño y que, para ello, había que poner cosas que tengan nuestro ADN. En esa línea de pensamiento, conozco a Susana Larrambebere, que es una artista textil y estudiosa de todos los textiles precolombinos de Latinoamérica y Argentina. Del trabajo con ella, conozco también la iconografía precolombina. Para replicar cada una de estas técnicas, tenía que trabajar con artesanas bordadores y con tejedores de telar. En relación al tema de la pintura a mano sobre los géneros, también se gestó algo con impronta. Al no tener industria, pintar un textil, se apropia de nuestra identidad.
-Con todo ese bagaje se concibió tu etiqueta, ¿cómo definirías el ADN de tu marca?
-Además de que es propia de Argentina y nos representa, nuestra etiqueta recibió la Marca País desde el inicio de esta estrategia. Somos un ejemplo de una moda con identidad argentina y también de lo que puede ser el mundo de la cultura que se integra con el de la moda, lo que genera un camino virtuoso.
Todos esos trabajos artesanales le dan este rango de alta costura y en nuestro caso, es alta costura argentina. Hay que tener en cuenta que la Alta Costura es una Denominación de Origen que, por disposición de la cámara sindical, solo pueden usar los franceses que tengan atelier en este país.
Pero nosotros, desde la Cámara Argentina de la Moda, hicimos un trabajo junto a la especialista Susana Saulquin, autora de “La historia de la moda en Argentina” y así definimos la Alta Costura Argentina. Entre los puntos más importantes está la incorporación del trabajo de los oficios: todos estos son las distintas capas que tiene un traje, eso es lo que pasa al incorporar al artesano textil y eso suma como valor agregado.
La suma de los oficios es fundamental en el concepto de Alta Costura Argentina: el oficio para cortar, para hacer el molde, para llevar la interfaz de la idea al cuerpo humano, para que sea una prenda y sea usable. Y además, al sumar el tratamiento del arte textil y de la artesanía se van generando distintas capas de trabajo que son los suman una determinada cantidad de horas, condición de todos los trajes que hacemos.
-Y en este contexto, ¿cómo explicás tu colección “AA22”?
-La colección AA22 es una continuidad de “Ayala Andina” y de “Invierno en llamas”, dos colecciones que desarrollé junto “Manos Andinas”, emprendimiento de Catamarca que fabrica géneros con fibras de camélidos, con fibras autóctonas además de que trabajan con trazabilidad cultural y ambiental.
He desarrollado todas mis colecciones junto a ellos, trabajamos de manera colaborativa. Ellos confeccionan las telas y yo, las prendas. Hemos hecho principalmente con la fibra de los camélidos, que son un tesoro latinoamericano y de las fibras más finas del mundo, tienen un valor per se. Acá las usamos de manera muy excepcional en la industria de la moda. Suelen usarse en artículos regionales y en un sistema muy simple que no ha incorporado el valor agregado del diseño.
-¿Qué es lo que representa para vos trabajar con estos materiales?
-Es fantástico. Poder tener la posibilidad de trabajar con un textil argentino, materia prima argentina, nos pone en un lugar único. Es un emprendimiento de moda y textil y que es fundamental para generar moda nacional que nos pertenezca. Por un lado, trabajo con la diseñadora textil, Marisa Camargo, que es un lujo poder tenerla en esa instancia donde pensamos la estructura textil, cómo va a ser la trama, cómo va a ser el colorido, combinación de colores, donde ya tenemos toda la cadena de valor del sistema de la moda nuestro.
Hay que tener en cuenta que la fibra de los camélidos se exporta en parte y se desarrolla en hilados y prendas en Italia y se venden en miles de euros.
-En qué modificó la pandemia al rubro de la moda, ¿nos volvimos más sustentables?
-La pandemia nos permitió articularnos. Fue durante la pandemia que, a través de distintas actividades y de manera virtual nos vinculamos con todos los integrantes de esta cadena de valor. Este “encontrarnos” tuvo que ver con la pandemia y cada uno salió de su película y nos articulamos.
En el mercado internacional este tipo de prendas confeccionadas con este tipo de fibras ocupan el lugar del nuevo lujo, es una tendencia de los mercados más calificados. Prendas que tiene una gran trazabilidad cultural, social, ambiental que están inscriptas en el comercio justo, además de que es una fibra que involucra procesos artesanales que son ancestrales, como son la recolección de la fibras, los hilados. Así que es un lugar de privilegio. Es un escenario que ha cambiado. Es una nueva sensibilidad y es el momento indicado porque tenemos mucho que ofrecer desde esta realidad nuestra.
Respecto a mis colegas a y a nuestro trabajo con la sustentabilidad, es cuestión de etiquetas. Pero la realidad es que toda la vida hicimos este tipo de trabajo sustentable o circular: de recuperar todos los descartes textiles e incorporarlos a otros procesos. Como son materiales muy caros, se corta en tiritas y se usa en algún detalle.
-Dentro de tus prendas hay una que tiene nombre y apellido. Hablamos del Poncho de Ayala, una creación elegante y práctica, ¿qué nos podés contar de esta prenda?
-El "Poncho de Ayala " está realizado en sarga de fibra de llama . Esta prenda se caracteriza por la caída de esta fibra natural y por conservar la temperatura corporal siendo muy liviana y abrigada. Es una recreación del tradicional poncho al que le pusimos cierre, bolsillos y capucha para usarlo de muchas maneras distintas. Esta prenda no tiene talles ni género y es una prenda para toda la vida por lo que es muy interesante su comercialización.
Una artesana textil con mirada universal
Susana Larrambebere es un destacada artesana textil con una notable preparación en la historia del arte. Según cuenta en charla con Forbes, el mundo textil estuvo siempre en su vida, sobre todo a través de la familia de su madre.
“Eran mujeres de origen vasco y gallego, que bordaban, tejían y cosían su propia ropa. Mi abuela materna tenía además un especial interés por los textiles de diferentes lugares. No solo la recuerdo tejiendo o bordando, sino comentando admirada la belleza de textiles que compraba en sus viajes, una mantilla de ñandutí traída de Paraguay, carpetas de encaje de bolillos de Canarias, e innumerables chalinas, bufandas y ponchos que atesoraba como recuerdos de sus muchas vacaciones en Catamarca”, relata.
Pero no solo eso porque su padre hacía cine documental, viajaba por América y amaba la arqueología por lo que para ella “América y los textiles fueron una sola cosa en mi vida”.
Al terminar la carrera de Bellas Artes, tras años de ser docente, Susana se dedicó a investigar el Arte Precolombino. Viajó a Perú y los textiles antiguos la atraparon para siempre. Francisco Ayala ya estaba muy interesado en estos temas cuando se hicieron amigos y comenzó a tomar clases particulares. “Venía a casa y con el viejo Carrousel Kodak de mi padre le mostraba las maravillas textiles de los Andes”.
Ya luego de un tiempo, Susana cursó la Licenciatura en Artes Visuales y su tesis fue sobre el color en los antiguos textiles de Los Andes; tenía tras de sí un trabajo de investigación de 12 años. Contó además con el aporte de Celestina Stramigioli, Ruth Corcuera, Isabel Iriarte, Martha Cajías, quienes le enseñaron mucho.
Paralelamente a esto, la creadora ya había experimentado con el teñido con tintes naturales, especialmente sobre la fibra de camélido. El broche de oro fue la visita al taller en Córdoba de Andrea Chiocca, amiga, diseñadora gráfica, fabricante de papel artesanal y tintorera, que dictaba un seminario de fieltro de dos días.
“Ignoraba que era el fieltro artesanal; solo conocía el pañolenci y los fieltros industriales, que se usan para las máquinas, pero cuando vi el vellón teñido de colores y las posibilidades que tenía uno de generar sus propios tonos y matices y de generar formas, como en una pintura, aquello fue descubrimiento. Me reconcilió con la pintura, cuya práctica había abandonado hacía años”, resume.
Al regresar a Buenos Aires, comenzó a experimentar, investigó otras técnicas y con todo eso, lo llamó a Francisco Ayala para contarle de este hallazgo. “Cuando descubrí el fieltro nuno un “invento” de Polly Stirling y Sachiko Kotaka, norteamericana y japonesa respectivamente, que trabajaban juntas en Australia- morí de amor”.
Según explica Susana, esta técnica permite trabajar de tal modo que la seda natural, el algodón puro y otras fibras naturales se amalgaman en el fieltro, que es una tela no tejida, y generaran superficies con brillos, transparencias y diferentes efectos. Nuno, significa tela en japonés. Fieltro nuno, es tela no - tejida, con aplicaciones o combinaciones de tela - tejida.
Con Ayala hablaron sobre las posibilidades de incluir partes en fieltro en sus creaciones. “Me contaba lo que iba proyectando y yo le contaba lo que se me ocurría a partir de aquello. Así van surgiendo, de nuestras charlas las distintas combinaciones de texturas y colores. Muchas veces, jugamos con diseños antiguos, de culturas de Argentina o de distintos lugares de América. Otras, partimos de algún pintor que nos gusta o simplemente de algo que nos atrae”.
Aunque Susana asegura que no vive del arte, siempre argumenta que su taller, al que bautizó “El Cuarto de las Lanitas” es el lugar que le da oxígeno. Vende a amigas y conocidas y da seminarios de fieltro o de teoría del color.
Participó en la feria del MATRIA, en Tecnópolis, y en 2016, llevó sus chales a Colombia, donde participó de un congreso y una pasarela. También llegó a Nueva York. Hoy reparte su vida entre Buenos Aires y Epuyén, Chubut que es “su otro lugar en el mundo”. Allí da clases y gracias a su docencia, algunas alumnas llevaron esa técnica a las comunidades de la estepa, donde aprovechan para hacer alfombritas de fieltro con la lana rústica que no sirve para hilar, relata con orgullo.