La bodega Luigi Bosca acaba de cumplir 120 años. Ese dato numérico es más que suficiente para que el aniversario se vuelva noticia, pero más aún cuando la historia abarca a cuatro generaciones al frente de la empresa familiar y se enmarca en la Argentina.
El “había una vez” arranca en 1890, cuando el español Leoncio Arizu abandona Unzué -un pueblo situado en Navarra, España- para instalarse en Mendoza. No escapa de ninguna hostilidad, lo hace para perseguir un sueño: sus padres tenían vides, el vino era parte de su vida y por un compatriota se entera de que Mendoza ofrece condiciones de suelo y clima similares a las de Unzué, así que decide venir.
Ya en 1901 implanta, con 18 años, su primer viñedo en Luján de Cuyo. Para eso se asocia con los Bosca, una familia piamontesa que también era socia de otros bodegueros. De ahí en adelante, las distintas generaciones de los Arizu se encontraron con todo tipo de panoramas, pero lo que nunca cambiaron fueron sus valores. “La innovación, la vanguardia y la búsqueda incansable de la máxima calidad”, recalca Alberto Arizu (h.), bisnieto de Leoncio y hoy al frente de la bodega.
Luigi Bosca es una de las bodegas más antiguas del país, con la particularidad, además, de haber estado siempre bajo la gestión de la familia, casi un caso excepcional.
Sí, totalmente, somos la primera familia argentina que logra transitar durante 120 años una compañía, incluso hay muy pocos ejemplos así a nivel mundial. Tenemos un patrimonio vitívinícola único en el país, con vides de más 100 años. Es un orgullo y una enorme responsabilidad.
Con tantos años de historia, ¿mantuvieron los pilares de la marca o fueron adaptándose a los tiempos
Siempre nos mantuvimos fieles a lo que somos. Luigi Bosca fue la primera bodega boutique argentina, nadie hacía vinos de autor. En la Argentina había apelaciones francesas, estaban los vinos de mesa, que acaparaban el 99% del mercado, y estaban los vinos finos, que eran los Borgoña, los Chablis, en ese 1% de mercado transitamos mostrando innovación y espíritu pionero, haciendo vinos de mucha calidad en un mercado que no lo apreciaba. A principios de los 70, lanzamos los primeros vinos varietales, el primer malbec argentino, el primer cabernet sauvignon argentino fueron Luigi Bosca.
¿Y por qué apostaron a los varietales en un mercado que no lo demandaba?
Mi padre empezó a trabajar en la bodega en los 60 y, atento a lo que sucedía en el mundo, vio cómo había impactado el variatelismo en California y, como él estaba en línea con ese pensamiento, quiso traerlo acá. Y no solo eso, también en esa época hablaba de la Denominación de Origen Controlada (DOC) Luján de Cuyo. Él marcaba esto de que había Malbec en todos lados, pero que todos eran diferentes, entonces propuso implementar un protocolo para reconocer el carácter de los vinos de esa región, en definitiva, eso es lo que te permite en el mundo presentarte con un ADN propio. Ese pensamiento, en la década del 80, era mesiánico. Y mi padre fue uno de los impulsores de la DOC que se creó en 1989.
Justamente esa década, la del 80, fue la más complicada para la industria vitivinícola.
Claro, hubo una enorme crisis porque el consumo bajó de 90 a litros a 30 litros per cápita, pero a nosotros nos encontró en un momento fantástico porque nuestros activos no estaban involucrados, no elaborábamos el tipo de vino que se dejaba de consumir.
¿Y cómo atravesaron los 90?
En los 90 aceleramos el proceso de tecnificación, las condiciones económicas nos permitieron incorporar de bienes de capital. Hubo más de US$ 3.000 millones de inversión directa en bienes de capital que le permitieron a la Argentina pasar de ser un país productor de vino a ser un productor de calidad mundial, y nosotros fuimos una de las bodegas que lideraron ese proceso de reconversión.
¿Es solo gracias a eso que el vino argentino pasa a ser reconocido internacionalmente o también intervinieron otros factores?
De 2000 a 2010, la Argentina tuvo la mayor expansión internacional de la historia, ningún otro país del mundo lo logró, fue el país que más creció durante diez años consecutivos en la exportación mundial. Claro que sin la tecnología que se incorporó en la década del 90 eso no hubiera sido posible, pero también hubo otros dos drivers. Por un lado, se dio una internacionalización del comercio mundial. Hasta ese entonces, el vino estaba muy regionalizado, el vino europeo se consumía en Europa y los argentinos y chilenos en Sudamérica, pero en esa época comenzó un proceso de intercambio internacional muy fuerte, que llevó del 20% al 40% el consumo de vinos que eran producto del intercambio entre países. Y el otro driver fue la premurización del consumo. Además, no nos olvidemos que entre el 2000 y 2006, la generación de riqueza a nivel mundial fue la más grande en la historia de la humanidad y cuando crece el PBI mundial, crece el consumo.
Tuviste un rol clave en el desarrollo del vino argentino como marca país, fuiste uno de los impulsores de Wines of Argentina (Wofa). ¿Cómo fueron los inicios de Wofa?
Después de graduarme, fui a estudiar a California y pasaba mucho tiempo en Napa. Ahí viví de cerca todo lo que hacía la industria en materia de turismo, marketing, y volví con la idea de construir un mercado internacional, de salir en serio al mundo, y me di cuenta de que para pelear esa batalla necesitábamos unirnos, si lo hacíamos marca por marca podíamos estar cinco siglos. Así formamos lo que en ese momento se llamó “Argentina Top Wines” y después fue Wofa. En ese entonces yo tenía 26 años y los otros 11 miembros eran de la generación de mi padre, por eso se me asocia tanto con Wofa, fui uno de los fundadores, fui diez años presidente, luego vicepresidente...
Y el Malbec jugó un rol clave en esa salida al mundo.
Es que el Malbec argentino tiene un uniqueness inigualable, ningún país del mundo asoció con tanto éxito una variedad como le sucedió a la Argentina con el Malbec. Hay otros países con variedades especiales, como el syrah australiano o el carmenere chileno, pero ni de cerca se asoman al fenómeno argentino con el Malbec. Y esto sucede porque este varietal se expresa en nuestro país de una forma única.
En un momento hubo una especie de grieta entre los que querían seguir apostando al Malbec y los que preferían salir a mostrar al mundo otras variedades
Yo fui siempre un gran defensor del Malbec. Muchos bodegueros pensaban que se podía emular el éxito del Malbec con alguna otra variedad, se habló de la Bonarda, se intentó con el Torrontés. La Argentina tuvo una cuota enorme de suerte y fuimos hábiles, muy inteligentes, porque de las 50.000 hectáreas que había, la década del 80 se llevó puestas 40.000, cuando empezamos a exportar Malbec era la tercera variedad más cultivada; sin embargo, construimos esa bandera del Malbec entendiendo que el potencial y el uniqueness que podíamos ofrecer al mundo estaba asociado a esa variedad, lograr eso es único en el mundo.
O sea que hay que seguir por el camino del Malbec.
Sí, el Malbec argentino hace match perfecto con las demandas de los consumidores globales que buscan no solo vinos de buen color y carácter sino también super bebibles, con taninos redondos. Además, hoy estamos jugando el segundo tiempo del Malbec, que consiste en mostrar su adaptación a los distintos terruños, alturas, etcétera.
Pero ustedes están apostando fuerte por el cabernet sauvignon también.
Es que el Malbec constituye solo el 3% del consumo mundial y el cabernet sauvignon casi el 20%. Si yo quiero competir como una marca global, definitivamente tengo que demostrar que no solamente que hago extraordinarios Malbec, sino que además somos extraordinarios haciendo Cabernet Sauvignon. Si bien no tenemos ese uniqueness, tenemos un estilo que aporta valor agregado: profundidad de color, concentración aromática fantástica, taninos suaves y no eso no se encuentra fácil en otro lado porque los dos parámetros son Napa y Burdeos y ahí esta cepa tiene más pirazina, tantinos agresivos, etcétera.
Y para esto tienen una etiqueta estrella que es Luigi Bosca De Sangre Cabernet Sauvignon, ¿verdad?
Sí, en el marco de estos festejos presentamos la colección “De Sangre” que está ongoing desde 2011 y el cabernet sauvignon es la estrella pensando en posicionar cada vez más a la bodega en el mundo. A principios de este año, incorporamos al equipo técnico al enólogo australiano Robert Mann, asesor de grandes bodegas y experto en esta cepa, por eso se lo conoce como “Mr. Cabernet Sauvignon”, lo hicimos para que nos ayude a poner ante el mundo este estilo super único de cabernet sauvignon.
¿Se pueden compartir algunos consejos para llevar adelante una compañía de forma exitosa durante 120 años?
Cuando me preguntan qué hicimos bien, lo más importante fue no haber perdido el norte. Porque en la época del 2000 al 2010 la tentación era muy grande, se pasó de un tipo de cambio de 1 a 4 y la rentabilidad de la exportación era altísima, más que nada en la gama económica, y si te daban los márgenes podías aumentar el volumen y llegar a esos segmentos, pero nosotros decidimos no hacerlo y mantenernos en nuestro segmento, donde agregábamos valor, innovación y vanguardismo, fieles a los pilares de la marca.
¿Qué desafíos ven para el futuro?
La discusión del futuro es cómo hacer para que los ingresos provengan de economías sustentables, porque uno puede crecer en muchos países del mundo, pero lo importante es cuáles de ellos garantizan estabilidad económica. Un ejemplo: lo que le pasó a Australia, que puso todas las fichas en China y de golpe China le aplicó una barrera arancelaria del 260% y dejó a los australianos totalmente afuera del mercado. Esta mirada permanente de ver cómo diversificar el riesgo la tenemos asumida y es clave.