Desde Elon Musk hasta Javier Milei, pareciera que la noción de éxito no puede separarse de un estilo de vida workaholic. El dueño de Tesla dice trabajar entre 80 y 100 horas por semana, y el reciente presidente electo argentino dejó trascender públicamente que trabajará desde su nuevo hogar, la Quinta de Olivos, y evitará trasladarse a Casa Rosada para poder alargar sus jornadas laborales al máximo.
Las empresas familiares tampoco escapan a esa misma noción de éxito: muchos de los conflictos del fundador con sus sucesores se deben a perfiles workaholics conocidos como el primero en llegar y el último en irse. Pero incluso dejando de lado temas como delegación efectiva o gestión del tiempo, lo cierto es que aún en los casos en que se adoptaron buenas prácticas de liderazgo, ocupan su mayor tiempo posible en trabajar.
Y cuando llega el momento del retiro (¡si llega!) su nuevo proyecto posiblemente será trabajar. Trabajar en un nuevo proyecto, trabajar dando clases en una universidad, trabajar como asesor en un directorio, trabajar en alguna organización sin fines de lucro. ¡No pueden dejar de trabajar!
La pandemia fue un castigo doble para aquellos workaholics que tuvieron que ser obligados a delegar forzosamente su gestión en quienes no corrían riesgo de vida. Y aunque los negocios hayan continuado siendo exitosos en su ausencia, apenas pudieron, volvieron a tomar el control de su propia adicción: trabajar.
¿Tiene algo de malo? A priori pareciera que no. Faltara más que nos quejemos de los que trabajan, pensará usted. De hecho, detrás de muchos adictos al trabajo es común escuchar me encanta mi trabajo y, lejos de frases como el trabajo dignifica, los workaholics suelen ser personas con motivaciones trascendentes: donde otros ven está trabajando, ellos se ven a sí mismos como personas que viven una vida con propósito. Y aunque su adicción juegue a favor de su salario, difícilmente esa sea su mayor motivación: más bien es el poder de sentir que pueden cambiar el mundo.
En el plano personal, cada adicto al trabajo podrá tener las motivaciones que quiera, pero en aquellos que tienen un rol modelo a causa de su liderazgo, ¿es coherente proclamar el bienestar sin abrazar el de ellos mismos? La noción de bienestar es personal, es cierto.
Pero las organizaciones están atravesando un momento de gran contradicción: al tiempo que promueven el bienestar, a la hora de los nombramientos, los adictos al trabajo son los candidatos favoritos. O peor aún, existen culturas en las que no adoptar los hábitos del líder adicto al trabajo no es una opción.
Detrás de ese adicto al trabajo que es feliz en su adicción hay miles de personas obligadas a comportarse como ellos para poder sostener su medio de vida. Los adictos al trabajo son peligrosos cuando construyen culturas tóxicas.
Fundamentalmente, porque se reconocen como un modelo a seguir justamente porque son exitosos. Y como sabemos, los casos de éxito no son monocausales, habrá una dosis de trabajo duro pero el talento, el azar de la suerte, la personalidad y su propia pasión no se contagian.
Así, muchos adictos al trabajo que se ven a sí mismos como ejemplos a seguir terminan exigiendo a otros lo que aquellos no tienen, y ese es un efecto dominó que va de reporte en reporte, atravesando piramidalmente a toda la organización y colapsando el bienestar de tantos colaboradores que hasta construyen cultura.
Así es como un asistente se encuentra preparando un reporte un domingo a la mañana después de recibir un llamado de su jefe, que recibió el pedido de su gerente que recibió una preocupación de su director que estaba hablando por teléfono con ese workaholic que es feliz trabajando duro.
Todos los negocios evolucionaron hacia un propósito que, más menos, proclama un mundo mejor. Pero aun en esos negocios, dar la extra milla, estar pendientes del celular o manifestar cualquier forma de adicción al trabajo es también el único boleto hacia la carrera vertical.
El doble discurso queda evidenciado cuando, por un lado, se proclaman culturas más humanas y se promueven iniciativas que legitiman el bienestar a través de iniciativas concretas como alimentación saludable, oficinas que buscan transformarse en espacios que den lugar al ocio y la recreación, pero, por otro lado, la noción de éxito sigue estando invisiblemente ligada a quien estará 24/7 disponible.
Los negocios aún no encontraron una verdadera conexión entre bienestar y éxito. La carrera vertical aún sigue estando reservada para los workaholics.