En 'El Estado emprendedor' (2011), la economista Mariana Mazzucato cuenta la verdadera historia detrás de muchos de estos mitos. A mediados de 1990, por ejemplo, la Agencia Central de Inteligencia y la Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos empezaron a financiar a sus universidades para promover investigaciones de científicos que buscaban reunir grandes cantidades de datos y darles un sentido inteligente. El programa se llamaba el proyecto Massive Digital Data Systems (MDDS).
En 1995, una de las primeras subvenciones del MDDS fue para un equipo de investigación en ciencias de la computación en la Universidad de Stanford, que perseguía la optimización de consultas complejas que se describen utilizando el enfoque de grupos de consultas. Los dos beneficiarios se llamaban Sergey Brin y Larry Page, quienes cofundarían Google en 1998 bajo la misión algo más grandilocuente de organizar toda la información del mundo.
La genialidad de los que emprenden y crean grandes proyectos a partir de una visión excepcional existe. Pero también hay un contexto que genera su condición de existencia, a partir de una política estratégica de Estados que invierten a riesgo en investigación básica y apuestan a sectores de vanguardia.
Esta realidad era cierta antes de que se desencadenara la pandemia, y va a ser todavía más palpable en la pospandemia, de la mano del nuevo eje de disputa en la economía global, asociado a la digitalización, la robotización, el Big Data y la Inteligencia Artificial.
Hace ya casi una década, en la feria de Hannover de 2011, Alemania lanzó un programa de digitalización industrial coordinado por sus Ministerios de Educación e Investigación y el Ministerio de Economía llamado Industria 4.0. Allí nació el término que hoy está en boca de todos. El presupuesto anual era de US$ 2.750 millones, de los cuales el 65% fueron fondos públicos. El principal destinatario: las pymes alemanas. Esa política pública es la base de la alianza sector público-privado que se manifiesta incluso en la agenda de Angela Merkel. La Canciller, por ejemplo, visitó China en misión oficial una docena de veces, en cada oportunidad acompañada por las principales empresas alemanas con el objetivo de cerrar acuerdos comerciales estratégicos.
Post Hannover, al menos 24 países ya pusieron en marcha programas 4.0. Aun antes de que el COVID-19 pusiera en pausa las economías y también la cooperación internacional, la impronta nacionalista de estos programas reflejaba una tendencia que el fin de la crisis sanitaria va a consolidar: los principales países buscan fortalecer sus capacidades ante un escenario de disputa más abierta, tanto entre las potencias globales como en múltiples planos regionales.
En Argentina estamos muy retrasados en esa carrera, pero no es imposible avanzar. En la Unión Industrial (UIA), junto a CIPPEC y el BID, hicimos un estudio que muestra que apenas un 6% de nuestras empresas están en la cima del uso de estas nuevas tecnologías en sus procesos de producción, y que casi la mitad están en algún momento intermedio de incorporación. El vaso medio vacío es que la mitad de nuestras empresas no están pensando estratégicamente cómo ser parte del siglo XXI; el vaso medio lleno es que tenemos potencial para escalar tecnológicamente si logramos una política pública clara y sostenida en el tiempo que lo incentive.
En este contexto, lo único que no podemos hacer al momento de encarar la salida de la crisis actual es ser ingenuos. En el mundo que viene va a haber muy poco lugar para los débiles, y por ende para aquellos que malgasten o no exploten de manera acabada sus recursos, no solo los naturales sino también los humanos, que son la fuente de más conocimiento, innovación y aplicación tecnológica.
Hacerlo de manera inteligente significa entender que la búsqueda de acuerdos ya no es una opción sino una necesidad. La dirigencia argentina declamamos sin pausa voluntad de diálogo y acuerdo, pero nos cuesta mucho materializarlo en los hechos. La reciente discusión parlamentaria sobre el teletrabajo fue apenas el ejemplo más cercano de la falta de un acuerdo amplio, en un tema que es además central para el trabajo y la vida que vienen.
Los empresarios y emprendedores no son héroes ni villanos sino emergentes y el resultado de la combinación de políticas públicas y un ecosistema institucional que impulse la decisión de producir e innovar. La doble coyuntura de revolución tecnológica y pandemia nos obliga más que nunca a cooperar, con un ojo en la urgencia de la emergencia y otro en nuestro proyecto estratégico.
Columna realizada con la colaboración de Pilar Toyos, economista