Forbes Argentina
Ignacio Nabhen
Liderazgo

Qué es el Síndrome del Impostor y cómo afecta al desarrollo profesional

Laura Mafud

Share

En un mano a mano, el consultor Ignacio Nabhen, autor del libro Jaque al impostor, explica de qué se trata el "mal del nada es suficiente" que tanto Michelle Obama como Sheryl Sandberg reconocen haber padecido.

16 Septiembre de 2021 15.39

Ninguno de todos los logros había sido suficiente: nombrada una de las 25 personas más influyentes en la web por Bloomberg Businessweek y una de las 100 personas más influyentes del mundo por la revista Time, Sheryl Sandberg, directora de Operaciones de Facebook y fundadora de la red Lean In, cada tanto, se sentía un fraude. Esta economista estadounidense de 52 años es una de las tantas personas que reconocen haber padecido el Síndrome del Impostor, esa sensación de no ser capaz de internalizar los éxitos, de sentir que los reconocimientos son inmerecidos y de temer ser descubierto de un momento a otro. 

En otras palabras, sentirse un impostor. Como le pasaba al físico alemán Albert Einstein, autodenominado “estafador involuntario”; a la exprimera dama de los Estados Unidos, Michelle Obama; a la escritora nominada al premio Pulitzer Maya Angelou, y a la actriz Meryl Streep, entre tantas otras personas que se destacaron en diferentes disciplinas.

El término fue acuñado en 1978 por las psicólogas estadounidenses Pauline Clance y Suzanne Imes, quienes estudiaron el impacto de este sentir, sobre todo, en mujeres con un destacado recorrido universitario. Clance había iniciado la investigación tras notar que varias de sus mejores alumnas tenían en común un sentimiento de inseguridad injustificada sobre su desempeño. Algo que, recordaba, a ella misma le había sucedido durante sus años de formación. Se estima que cerca del 70% de la población padeció el Síndrome del Impostor en algún momento de su vida.

“Es un fenómeno a través del cual las personas minimizan su capacidad y se les dificulta asimilar sus logros. Incluso, en los casos en que es evidente que han acertado, se explican esos éxitos como el resultado de la suerte, la casualidad o la capacidad de convencer a otros de ser mejores de lo que, en verdad, son. Me gusta verlo como un conjunto de historias derrotistas que nos contamos sobre nosotros mismos, particularmente en el ámbito profesional. Es el mal del 'nada es suficiente'”, explica en diálogo con Forbes Ignacio Nabhen, coach y consultor, autor del libro Jaque al impostor.
 

-¿Cuándo y por qué decidiste escribir Jaque al impostor

Hace diez años acompaño a profesionales en procesos de aprendizaje y de transformación de sus carreras. Esto me brindó la oportunidad de conocer muchos de sus temores, cuestionamientos y creencias limitantes. Y, si bien
cada caso es diferente, algo que me sorprendió fue encontrar muchísimas personas competentes persiguiendo un cambio y dudando de su propia capacidad de lograrlo. Un caso frecuente es el del profesional que es excelente desde el punto de vista comercial, con un track record destacable, pero a quien la sola idea de venderse a sí mismo lo paraliza por completo.

Cuando se declaró la pandemia y nos vimos forzados a pasar más tiempo en casa que el habitual, encontré una oportunidad inmejorable de plasmar esos aprendizajes en un libro que pudiese servir de guía a las personas que están buscando un cambio en sus carreras. El objetivo del libro es brindarles conceptos y herramientas para que consigan dar el salto.

Sheryl Sandberg

-¿De qué modo puede afectar el desarrollo profesional?

El impacto que tiene en el desarrollo profesional es enorme. Una persona que no se reconoce digna de sus logros, difícilmente se anime a ponerse metas más altas en su carrera. El miedo a no poder será más fuerte que las perspectivas de triunfo. Eso, tristemente, les pone el techo muy cerca de la cabeza y les hace perder de vista que las personas exitosas no son intrínsecamente diferentes a ellos, sino que hacen cosas diferentes.

-¿Cómo reconocerlo (y vencerlo)?

Una de las principales señales de que podríamos estar padeciéndolo es la necesidad de demostrar y complacer a los demás. Buscar la aprobación ajena como forma de legitimar nuestras acciones y decisiones. Esto podemos hacerlo, incluso, de formas muy sutiles, como quien se carga al hombro todas las tareas de su equipo justificando esta conducta como “proactividad”. Hay que indagar en los motivos de fondo que las llevan a actuar así y preguntarse si realmente lo hacen como resultado de una decisión personal o como forma de encajar dentro de su grupo social o laboral.

Por otra parte, para vencerlo necesitamos comprender sus orígenes. El síndrome del Impostor surge de una apreciación sesgada de los demás más que de nosotros mismos. No es que no reconozcamos que tenemos fallas y espacios de mejora, sino que perdemos de vista cuántos tienen también los demás. Nos dejamos engañar por la versión parcial y, a veces, editada que las personas solemos compartir acerca de nuestras vidas. Y en este punto se genera la confusión: mientras que a nosotros mismos nos conocemos por dentro, con todos nuestros temores, fracasos y miserias, a los demás los conocemos únicamente por fuera, desde lo generalmente poco que nos han permitido conocer de ellos. Y lo que sucede, entonces, es que nuestra versión “real” nunca puede estar a la altura de la versión “ideal” que conocemos de los demás. En ese momento es que nos comenzamos a sentir impostores.

Por eso, la mejor manera de vencerlo es reconocer que este personaje no solo habita, en alguna medida, en nosotros, sino también en los demás. Se trata de dar un salto de fe que nos permita asumir que, aunque no podamos verlas por dentro, las vidas de los otros funcionan de un modo más o menos parecido a la nuestra. Es darnos cuenta de que, al compartir la condición humana, todos atravesamos desafíos psicológicos parecidos: todos lidiamos con dolores y fracasos. Todos tenemos temores. Todos nos sentimos inseguros en algún ámbito. Todos tenemos conductas incoherentes. Y todos creemos que el césped es más verde en el jardín del vecino, aunque en los hechos no siempre sea así.

Ignacio Nabhen

-¿Afecta más a las mujeres que a los hombres o no hay distinción por género?

Distintos estudios aseguran que está más presente en las mujeres aunque, en mi experiencia, he visto conductas propias de este síndrome en clientes de ambos géneros.

-Palabras como relanzar la carrera, reconvertirse, transformarse se escucharon mucho en el último año y medio. ¿La pandemia puso en evidencia la necesidad de cambios profundos?

La pandemia no hizo más que acelerar ciertos procesos que ya venían gestándose. Así como aceleró la adopción del home office, que era algo que en algunas organizaciones ya se implementaba, a muchas personas las impulsó a prestar más atención a un llamado que ya venía sonando en su interior. Hoy, con una consciencia cada vez mayor de lo imprevisible que es el mundo, esto de transformarse, relanzarse y reconvertirse hacia espacios más alineados con nuestros valores y preferencias se ha vuelto una de las principales inquietudes profesionales no solo en los millennials, sino en personas de cualquier grupo generacional.

-De ser así, ¿cuáles son las principales necesidades y demandas que encontraste por parte de clientes y empresas con las que trabajás?

En este punto quiero distinguir las necesidades más observadas en función del ámbito del que provengan los clientes: 

En el ámbito corporativo, el principal desafío vino de la mano de la adaptabilidad al cambio y al poder encontrar un mínimo equilibrio entre las actividades laborales y la vida doméstica. Previo a la pandemia estos dos mundos estaban más separados uno del otro. Hoy, con las agendas atiborradas de calls, muchos profesionales tienen que buscar la forma de acompañar a sus hijos o atender otras cuestiones personales que antes se abordaban en un tiempo especialmente asignado a ellas. La barrera entre horario de trabajo y horario personal se ha desdibujado notoriamente y esto genera estrés e, incluso, falta de productividad. Estamos disponibles y conectados más horas, pero trabajamos peor.

Con respecto a los clientes del ámbito del emprendedurismo, las demandas están más vinculadas con sus crisis de crecimiento: cómo gestionar un equipo en expansión, cómo delegar efectivamente, cómo desarrollar el liderazgo, cómo aumentar la productividad.

Michelle Obama

-¿Cuáles son las principales trabas que atentan con la posibilidad de cumplir esos objetivos, sobre todo, en el mercado corporativo?

La principal traba está vinculada con la incapacidad de establecer límites. Hoy se demanda a los profesionales que participen de, a veces, más de diez reuniones diarias. Incluso, es normal ver calendarios con varios eventos superpuestos, sin ninguna empatía por los compromisos del otro. ¿Cuándo les queda tiempo para ejecutar los acuerdos hechos durante esas reuniones? Salen de una para ingresar a otra y no les queda un momento para analizar, evaluar y tomar decisiones. El exceso de reuniones y el bombardeo digital son los principales enemigos de la productividad y un camino seguro al burnout.

-En este contexto, ¿el Síndrome del Impostor tiende a aparecer con más frecuencia?

Está vinculado a lo que mencionaba sobre la necesidad de agradar y complacer. Difícilmente pueda poner límites quien necesita congraciarse con todos sus interlocutores, quien no sepa decir que “no”.

-¿Qué preguntas son claves hacerse antes de animarse a pegar el salto y relanzar la carrera?

La pregunta más importante que debemos hacernos es “¿Estoy dispuesto a pagar el precio de este cambio?”. Todo cambio, sea hacia un emprendimiento o un salto en la carrera corporativa conlleva costos asociados. Siempre que escogemos un camino, descartamos las demás opciones disponibles. A veces, un cambio de carrera tendrá impacto en nuestras finanzas, al menos al comienzo. Otras veces, nos demandará largas jornadas laborales, resignar tiempo que antes dedicábamos a la familia o a los amigos. También puede implicar dejar atrás parte de la identidad profesional que hemos construido hasta ese momento. 

Muchas personas se paralizan ante estas supuestas pérdidas y quedan en una especie de limbo: desean relanzarse pero no están convencidas de pagar el precio. Y pasan años en la inacción, preguntándose internamente si habrá alguna manera de tenerlo todo: hacer un cambio evitando las concesiones. Por eso, luego de evaluar qué precio tendremos que pagar por nuestro cambio, la pregunta más importante que debemos hacernos es si estamos dispuestos a pagarlo. Es, al final de cuentas, asumir una actitud de responsabilidad personal.

Ignacio Nabhen

-En este tiempo de pandemia, ¿te topaste con más casos de personas que quisieran dejar sus trabajos en relación de dependencia para pasar a emprender? 

Sin lugar a dudas, la cantidad de personas que hoy manifiestan estar buscando un cambio hacia la independencia profesional se ha multiplicado exponencialmente. Esto, desde mi perspectiva, tiene dos explicaciones: en algunos casos, se trata únicamente se seguir una tendencia muy bien vista socialmente, como lo es emprender, bajo la equivocada creencia de que la vida del emprendedor es más simple que la del trabajador en relación de dependencia. “Puedo manejar mis tiempos” o “trabajás más pero sabés que la diferencia económica la hacés vos” son algunas frases que describen un aspiracional más que una realidad. Estas personas rara vez terminan dando el salto.

Pero, por otra parte, también están quienes han podido identificar las oportunidades que la pandemia ha traído consigo: expansión del comercio online, reducción significativa de las distancias, la casi desaparición de las fronteras nacionales. Hoy es posible hacer negocios con el mundo como nunca antes, porque hay una mayor apertura a que así sea. En muchas industrias, la virtualidad se ha convertido en la norma y muchos profesionales están ansiosos por aprovechar las oportunidades que vienen de su mano.

10