Nos toca vivir una época de grandes desafíos. Aun antes de que 2020 nos trajera la mayor crisis de nuestra era -citando al secretario general de la ONU Antonio Guterres- en forma de pandemia, ya estábamos enfrentando enormes retos vinculados a la pobreza y la desigualdad, una crisis climática sin precedentes, más otras inquietudes crecientes en materia de derechos humanos y de restricción de libertades, por solo nombrar algunos temas apremiantes de la agenda global y local.
Vivimos un momento histórico en el que los problemas sociales y ambientales son cada vez más importantes y evidentes: el cambio se acelera a una velocidad inédita y queda claro que necesitamos otros modos de funcionamiento que permitan un desarrollo más equitativo.
Esto se ve de forma aún más clara desde nuestro lugar como latinoamericanos: dolorosamente, y aunque nos cueste mirarlo, vivimos en el continente con la mayor desigualdad del mundo, donde 45 millones de personas pasaron a vivir en situación de pobreza solo en la primera mitad de 2020 (CEPAL). En un país donde el 41% de sus habitantes y el 56% de sus niños viven bajo la línea de pobreza (INDEC), o cambiamos estructuralmente o tendremos que asumir el curso de algunas tendencias como irreversibles.
En este sentido, ¿quiénes tienen que cambiar y cómo? Esa fue una de las preguntas que guiaron el encuentro Inversión social para el cambio sistémico, organizado por Ashoka y el Grupo de Fundaciones y Empresas (GDFE). Allí, junto a más de 450 líderes de empresas, emprendedores sociales, organizaciones de la sociedad civil, de la academia y del sector público nos preguntamos cómo acompañar la innovación social de emprendedores que impulsan cambios sistémicos y cómo involucrar a la inversión privada en esta agenda.
Existe un cálculo que monetiza cuánto hay que invertir para que el mundo alcance los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la ONU y evitar el colapso de la vida humana sobre el planeta. Ana Botero, directora de Innovación Social del Banco de Desarrollo de América Latina-CAF, indicó en la cumbre Ashoka-GDFE que es necesario movilizar US$ 300 billones de aquí a 2030.
Y sabemos que para que esto suceda no basta ni con el financiamiento público ni con toda la filantropía global, que mueve cientos de millones de dólares para el desarrollo.
Según una publicación de la Agencia Suiza para el Desarrollo y la Cooperación, la solución está en la movilización del capital privado para crear impacto a la escala que se requiere. En otras palabras, se necesita implementar modelos de inversión que prioricen la capacidad de generar soluciones para el mundo. Si bien la brecha para financiar los ODS se agranda, la buena noticia es que, si logramos reorientar el 1% del mercado mundial hacia inversión de impacto y negocios inclusivos, podríamos cubrir 2 de los 3 billones anuales que hacen falta.
Durante años tendimos a identificar el rol de los actores de una sociedad casi como si cumplieran un mandato y no entender los impactos que indefectiblemente unos generan sobre otros y viceversa. Hoy ya no alcanza con una concepción de las empresas como aquellas que crean riqueza, dinamizan las economías y pagan impuestos. Más allá del cumplimiento legal, de lo que se trata es de escalar un modo de hacer negocios que incorpore la dimensión del impacto social y ambiental en su centro.
Esta creatividad puesta al servicio puede contribuir a resolver el problema de los plásticos en los océanos, las catástrofes migratorias, la emisión de gases de efecto invernadero, la generación de energías renovables, así como hacer lo suyo en la lucha contra la pobreza y la desigualdad. Para los esfuerzos que algunos ya están haciendo con genuina vocación y para sensibilizar a muchos otros que sostienen el business as usual, es menester incentivar la iniciativa privada que se arriesga a nivelar su éxito comercial con el propósito de brindar soluciones para el desarrollo sostenible.
Es necesario movilizar US$ 300 billones de aquí a 2030 para evitar el colapso de la vida humana sobre el planeta.
Asimismo, es fundamental comprender la perspectiva de cambio sistémico como el concepto capaz de acelerar los cambios que buscamos y, sobre todo, hacer eficaces las inversiones que se requieren. La Fundación Schwab para el emprendimiento social, hermana del World Economic Forum, anunció el año pasado un giro estratégico por el cual dejará de enfocarse en impulsar la escala de las organizaciones a las que apoya para promover procesos de cambio sistémico. ¿A qué se refiere? De manera muy simple, el término cambio sistémico se refiere a aquellas soluciones que buscan influir en las causas de raíz de las problemáticas sociales, en lugar de abordar sus síntomas, para lograr cambios profundos y sostenibles en el tiempo. Otras instituciones en esta misma línea, como Co-Impact y la misma Ashoka, explican que para estos procesos se necesita colaboración entre actores y sectores, pero también una inversión social que asuma los riesgos de la incertidumbre y que valore los resultados de mediano y largo plazo.
Cambiar exige incomodarnos y ser valientes para pensar nuevas formas de generar valor. En un año que nos interpeló a ser flexibles y adaptarnos al nuevo contexto, experimentamos todos, en mayor o menor medida, nuestra capacidad de cambio. En este sentido, la realidad nos hace ver que, si bien toda organización elige hacia dónde cambia, hay una dirección inexorable, que no espera: la de contribuir a más y mejores bienes públicos. La salud, la educación, el ambiente, los ODS... o se contribuye al bien público o no hay contribución alguna.
Esta mirada de bien público que compartimos no es potestad de un actor o conjunto de actores en particular. Todos tenemos que aprender unos de otros: organizaciones de la sociedad civil y emprendedores, finanzas de impacto y filantropía, negocios con propósito y el non-profit tradicional. Una época de grandes desafíos puede ser la oportunidad para cumplir grandes sueños.
Por María Mérola. Directora Ejecutiva de Ashoka Argentina, Uruguay y Paraguay & Javier García
Moritán. Director Ejecutivo de Grupo de Fundaciones y Empresas (GDFE)