Llegó desde Ucrania a los 15 años en 1890 y se convirtió rápidamente en un pionero del cine y la fonografía en Buenos Aires. Historia y moralejas del Thomas Alva Edison rioplatense.
Cuando encontró el trabajo que le cambiaría la vida, su empleador le dijo: “Ah, Glücksmann. Hombre de suerte”, que es lo que su apellido significa en alemán. Y sí que lo era. Mordechai David Glücksmann nació en 1875, en Czernowitz, Imperio austro-húngaro, y partió a Argentina en 1890. Al llegar a Buenos Aires, con un amigo que había conocido en el barco quedó atrapado en el fuego cruzado entre partidarios y opositores de la Revolución del Parque. Mordechai sobrevivió. Su amigo no.
Caminando por las calles de la ciudad, se encontró con la Casa Lepage, del barón belga Enrique Lepage, que se dedicaba a la fotografía. Fue él quien lo llamó, años después, “hombre de suerte”. Empezó trabajando como cadete y pronto se convirtió en gerente. En 1896, se realizó la primera proyección fílmica en Buenos Aires, en el teatro Odeón, a la que asistieron Lepage, Glücksmann y Eugenio Py, otro empleado. Max, como lo llamaban, comprendió de inmediato el impacto social que significaría el cine y partió a París a negociar con los hermanos Lumiére la compra de su producto. No se lo vendieron, entonces compró un cronofotógrafo Elgé, del inventor Leon Gaumont. Y consiguió algo más importante: un contrato para la representación exclusiva en América del Sur de la casa Pathé Freres. Así, Casa Lepage fue la primera en importar y vender aparatos proyectores y filmadoras.
Glücksmann no se quedó solo con las proyecciones. En 1900, cuatro años después del invento de los Lumière, produjo el primer documental de la historia argentina, junto con Eugenio Py: la visita del presidente brasileño Campos Salles. Abrió así una empresa que producía documentales y noticieros para el cine, el antecesor de Sucesos argentinos.
En 1908, Lepage volvió a Europa y Max le compró el negocio. Fue el gran salto. Una de sus características fue la diversificación, y su visión le permitió anticiparse al avance tecnológico. En 1904, fue designado representante de la empresa alemana International Talking Machine Company, dueña de la discográfica Odeon, para la importación y venta de discos y fonógrafos. Para 1914, había capturado el mercado discográfico del tango y produjo el primer largometraje argentino: Amalia. Como lo define Sergio Pujol en su libro Valentino en Buenos Aires, Glücksmann era el Thomas Alva Edison rioplatense.
En 1917, el azar volvió a estar de su lado cuando comenzó a grabar en Odeon un joven Carlos Gardel. Paralelamente, fue abriendo salas de cine-teatro: en 1919, inauguró el Grand Splendid, hoy sede de la librería El Ateneo. Glücksmann también fue dueño del Palace Theatre y del Select Lavalle, y llegó a tener más de 100 salas en Buenos Aires y Montevideo. En 1922 vio otra veta con el Pathè Baby, un proyector y cinematógrafo familiar. No se equivocó: fue un boom de ventas entre la clase más acomodada de la sociedad argentina.
Dos años después, se le ocurrió crear, para fomentar la industria del disco, un Concurso del Disco Nacional. Fue un éxito. Cuando la radio se masificó y las ventas de discos disminuyeron, abrió en la avenida Callao un local de venta de radio receptores. Nada se le escapaba.
Pero la crisis de los años 30 le jugó una mala pasada. Tenía dos alternativas: o iba a la quiebra, manchando su reputación, o vendía todo. Optó por vender. Solo se quedó con la producción de discos y se involucró en causas sociales, especialmente de la colectividad judía. Entre otras cosas, hizo un gran aporte para la construcción del popular templo de la calle Libertad.
En 1946, murió a causa de un infarto el hombre de suerte que trabajó incansablemente para alcanzar su destino.