Díaz Langou, de Cippec: “No tener un plan de desarrollo es un tsunami”
Florencia Radici Forbes Staff
Florencia Radici Forbes Staff
A principios de mayo, Gala Díaz Langou estrenó título en el Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (Cippec), think tank del que es parte desde hace 15 años: es la nueva directora ejecutiva, en reemplazo de Julia Pomares. Licenciada en Estudios Internacionales por la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), magíster en Políticas Públicas y Gerenciamiento del Desarrollo por la Universidad de San Martín y la Universidad de Georgetown, desde 2016 era la directora del programa de Protección Social de Cippec.
En 2019, cuando la pandemia del Coronavirus no existía, dio una charla TED llamada “Mujeres que cuidan” que anticipó uno de los problemas que quedó al descubierto durante el último año: la economía del cuidado y cómo su mayor peso recae sobre las mujeres.
Díaz Langou asume esta posición en el que define como “un momento bisagra” tanto en la Argentina como en el mundo: “El contexto actual es uno de los peores momentos de la historia argentina, y repensar estos desafíos más estructurales en un momento tan oscuro puede traer riesgos asociados a cómo imaginamos ese futuro y qué forma le terminamos dando. Uno de los principales desafíos de Cippec es hacer esos aportes, conjugando esta mirada más de mediano y largo plazo con las restricciones y la emergencia de lo actual”.
¿Cómo cuáles?
En primer lugar, hay una innovación muy baja en el campo de las políticas públicas, y eso nos lleva a tener resultados similares. Para tener resultados distintos es importante tener una audacia mayor en reposicionar algunas discusiones y formas de hacer las cosas en general.
¿Una profesionalización de la política?
Esa es una de las innovaciones necesarias. Pero también la discusión del cambio tecnológico, la 4° revolución industrial, está muy lejos de las políticas públicas. Nunca estamos discutiendo cómo ese cambio tecnológico va a cambiar la forma de hacer las políticas públicas o el cambio que hay en torno a distintos actores que hoy están teniendo roles en la resolución de problemas públicos.
El importantísimo rol que están teniendo, por ejemplo, los movimientos sociales, los sindicatos o los medios. Y empezar a tener un intercambio mucho más fluido con esos otros públicos que quizá no son actores claves en la bibliografía tradicional sobre políticas públicas pero que son nuevos y van a ser cada vez más relevantes. Forma parte de entender algo muy positivo para mí, que es que hay problemas que son tan estructurales que no se resuelven únicamente desde el Estado, es necesario que muchos factores y sectores intervengan.
¿Cómo se mantiene la neutralidad en una Argentina tan dividida por la grieta?
Es un equilibrio muy difícil, no soy ingenua. Gran parte de nuestro trabajo es tratar de pensar esas estrategias de una manera que sea fiel a los contenidos. Por ahí en un momento dado nos serviría dar una señal para un lado o para el otro, pero son equilibrios muy difíciles de mantener, aunque posibles. Intentamos poner sobre la mesa las discusiones difíciles, tratando de anticipar el mediano y largo plazo. Estamos en un estado de emergencia total y absoluto, pero no tener un plan de desarrollo es un tsunami mucho más grande que el que nos está comiendo en este momento.
Dentro de la urgencia, ¿cuáles son los temas más apremiantes y con mayor impacto hacia adelante?
Uno es lograr que las políticas y la inversión pública que se hace en la Argentina, que es grande y sustantiva y está muy bien orientada, tengan un impacto y una eficiencia muchísimo mayores en términos de mejorar la calidad de vida de las personas. Eso implica tener burocracias más profesionalizadas, mejor articulación entre las distintas políticas, coordinación intersectorial e interjurisdiccional más fina? Son temas con poco rédito político, con inversiones que se tienen que hacer hoy para ver el impacto dentro de 10 años, y eso va en contra de los incentivos que tienen nuestros mandatarios hoy.
En términos sustantivos, hay un combo que termina siendo una estrategia de desarrollo, que es dónde están las oportunidades para un desarrollo económico que lleve de la mano uno social inclusivo, que hoy no se está dando. Hay bastante consenso en que las oportunidades de desarrollo a futuro y la creación de empleo van a estar en sectores más ligados a la economía del conocimiento, con puestos de trabajo que van a requerir un set de habilidades que hoy gran parte de la población no tiene. El principal desafío es cómo hacer dialogar estas oportunidades con la población.
Ahí, un punto central es de cuidados. Gran parte de esa población que hoy está inactiva y desempleada son mujeres, a cargo de tareas de cuidado, que están en el ciclo vicioso del que no van a poder salir y que replica esas faltas de oportunidades. Y para hacer dialogar estos dos mundos es necesario repensar la macroeconomía, generar condiciones de mayor estabilidad, pero también desde un lugar ligado a la generación de empleo y desarrollo.
¿Hay chances de este diálogo en la Argentina?
Es difícil hacerlo públicamente por la grieta. Pero Cippec se caracteriza por ser un espacio desagrietado donde se puedan discutir ideas. Tratando de salir de la coyuntura y planteando temas de mediano o largo plazo, con evidencia, se pueden generar estos espacios de diálogo, porque se juegan los mejores intereses de todos. Diálogo no significa consenso, pero por lo menos es un intercambio más genuino y basado en datos reales y estrategias concretas, y que no quede en la chicana más política para la red social.
¿Se puede garantizar la transparencia electoral en este contexto?
El programa de Instituciones Políticas de Cippec viene trabajando en incorporar lecciones de todos los procesos electorales que se dieron durante la pandemia, que muestran que hay desafíos, pero es posible mantener un esquema electoral transparente respetando los protocolos sanitarios. Un tema central que se viene poniendo sobre la mesa es la importancia de la boleta única de papel. Este retraso del calendario electoral de alguna forma ayuda a poder planificar mejor esos procesos. Pero es posible tener un proceso electoral sano.
¿Cómo ves las tensiones entre libertades individuales y las medidas por la pandemia?
Es un equilibrio sumamente difícil. Estamos en un contexto excepcional en lo sanitario y en un contexto económico nefasto. El aislamiento de 2020 fue muy desgastante y todos los actores políticos lo reconocen. Lo que termina atravesando es la falta de consensos sólidos en torno a distintos planes de acción y que esas decisiones estén tomadas en base a criterios. Hoy no sabemos cuál es el amperímetro que se mira para tomar decisiones. Nadie espera hoy una solución mágica, pero una mayor información respecto de los parámetros y la planificación sería muy útil para comunicar, y que las decisiones que se tomen tengan mayor aceptabilidad.
¿Cuál es el rol de los políticos ahí?
Porque hay inconsistencia entre el mensaje y la acción... Hay algo que falta que se desarrolle más en el país, que Julia Pomares viene trabajando mucho, que es la ausencia de miradas más estratégicas en términos de construcciones de narrativas. Ahí hay un rol central de los liderazgos políticos, generar esas visiones de hacia dónde vamos y qué necesitamos para llegar ahí, que en decisiones más micro se ve muy claramente.
Es un fracaso que tenemos como sociedad no generar discusiones que sean conducentes a tener estas visiones. No es un problema propio de la Argentina, sino una crisis de liderazgo que está enfrentando todo el mundo. Pero en la Argentina, por el contexto actual, en el que atravesamos uno de los peores momentos de la historia, se nota mucho más. Generar ese tipo de discusiones es lo que tratamos de hacer en Cippec.
¿Qué dejó al descubierto la pandemia en términos de desigualdad?
Argentina ya estaba en crisis cuando impactó la pandemia, pero la pandemia profundizó esa crisis y le da condimentos especiales que terminaron ampliando todavía más las brechas. En los últimos 30 años, siempre tuvimos un piso de 25 o 30% de la población en situación de pobreza, pero la desigualdad se fue ampliando y la pandemia lo potenció.
En el último año se vieron muchísimo más afectados los hogares de ingresos más bajos, sobre todo con niños y niñas, porque son los puestos informales los que más se afectaron. Pero también por lo que pasó en el interior de los hogares, que fueron los que más tuvieron que conciliar la suspensión de las clases presenciales con la necesidad de generar ingresos en un contexto donde hubo destrucción de empleo. Se amplió la desigualdad incluso entre las personas en situación de pobreza, y eso amplió de nuevo una de las desigualdades importantes que ya tenía el país, que es la desigualdad de género.
¿Cómo se profundizó esa desigualdad?
La pandemia nos puso muy enfrente esta carga enorme de cuidados y retrocedimos decenios en términos de igualdad de género, sobre todo en la participación del mercado de trabajo. La mayor carga que enfrentamos las mujeres en 2020 y en lo que va de 2021 implicó más tiempo y participación en las tareas, y repercute en la contracara, que es tener menos tiempo disponible para el mercado laboral. Implicó directamente interrupciones o salidas del mercado de muchas mujeres, y entre quienes tenemos carreras en relación de dependencia, en términos de la trayectoria a futuro.
¿Cómo se solucionan esas brechas? ¿Cómo se revierte la pobreza?
Si tengo que elegir una punta por donde arrancar, diría que políticas de cuidado. Sobre todo políticas de construcción de espacios de cuidado para niños y niñas, y ampliar las jornadas educativas. Esas dos políticas tienen no solo el potencial de alivianar “las cargas” de las familias y liberar tiempo para otras tareas, sino que el mismo hecho de invertir en esas políticas tiene potencial reactivador en la economía, porque es obra pública, genera empleo y toda la cadena de valor, además de ir resolviendo parcialmente el problema de la familiarización del cuidado, socializándolo.
Tenemos que entender que el cuidado de los niños es algo de lo que tenemos que hacernos cargo como sociedad. La crianza va a ser uno de los vectores con los cuales romper la reproducción intergeneracional de la pobreza, y además es una política que ayuda a crear empleo. Es una de las prioridades del Gobierno, entiende este punto y está trabajando desde distintos ministerios y sectores.
¿Se pueden acercar posiciones tan distintas?
Hay personas en todo el arco político que son muy conscientes de esta necesidad de diálogo y lo toman como una responsabilidad propia para impulsarlo. Si terminamos hablando solo entre personas que piensan igual, no vamos a enriquecernos. Hay personas que lo entienden.
Hoy no les es redituable hacer estos diálogos de manera pública, y ahí es donde estamos fallando y hay un espacio, por parte de los medios de comunicación y líderes de opinión, de ver el valor en esas diferencias. No me refiero a jerarquizarlas en los programas de TV a la noche donde se están gritando, sino de una manera constructiva, generando un diálogo basado en la escucha. Se da de manera esporádica, de manera rara, a veces en ámbitos privados. Pero sobre eso se puede construir, no soy tan pesimista.
¿Tiene más responsabilidad el gobierno de turno de generar consensos?
Sí, creo que sí. Es importante que haya un guiño desde el Gobierno nacional. Pero la Argentina es un país federal, una república, donde hay varios poderes. Hay un montón de actores que tienen influencia sobre la política. Hay obviamente una responsabilidad del Gobierno, pero lo trasciende, porque incorpora a todos los gobiernos nacionales, a todos los que ocupan cargos legislativos y en el poder judicial, quienes están en roles de liderazgo en los sindicatos y el sector privado, los medios. Es un problema más de la clase dirigente, si existe tal cosa en nuestro país, que es mucho más transversal y por ende más estructural y difícil. Pero creo que tratar de adjudicar la culpa es no reconocer el problema. Es algo que realmente nos hace a todos y todas.
Dentro de estos actores, ¿por qué el empresariado tiene tanta mala imagen?
Hay muchos actores, y el sector privado es uno de los más claros, que son constantemente vistos como muy buenos defensores de sus propios intereses y muy malos constructores de los intereses más públicos o transversales que harían al desarrollo del país. Si bien eso es cierto para muchos actores, no lo es para todos.
Cada vez hay más empresas o líderes que entienden que, sin una estrategia de desarrollo sostenible, sus empresas van a fracasar. Hay muchísimo más por hacer, desde esta mirada del desarrollo, de unir necesidades que tiene la sociedad con oportunidades que se puedan dar en el mercado de trabajo, y que ahí un actor central es el sector privado, pero un articulador es claramente el sector público. Estas discusiones no se están dando tan centralmente, pero ojalá lo hagan.