La capital de España es esta semana el centro político del mundo, y en unos días, cuando todos los presidentes, primeros ministros y demás poderosos hayan dejado Madrid, las crónicas periodísticas serán el basamento de los libros de historia: contarán que en un centro de convenciones camino al aeropuerto de Barajas, Occidente enterró oficialmente el espejismo de la post Guerra Fría.
Un solo dato alcanza para demostrarlo: si en la Cumbre de Lisboa 2010, la OTAN le puso a Rusia la etiqueta de "socio estratégico", en la de Madrid 2022, el país más grande del mundo será definido como "amenaza directa e inmediata" a Europa y el resto de Occidente. Ya nadie confía en que sea posible en mucho tiempo atraer a Moscú a la moderación, no mientras Vladimir Putin y su círculo más estrecho sigan en el poder.
En ese contexto, Alberto Fernández pudo ser testigo de primera línea de la preparación de la cita de Madrid. Fue en Baviera, invitado para la Cumbre del G-7. Allí escuchó como el presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky, decía por videoconferencia que no ha llegado aún el momento de sentarse a hablar con Rusia. Primero hay que sostener y reforzar las posiciones en la guerra iniciada el 24 de febrero.
Pero el presidente argentino insiste en un "diálogo entre las partes". Nadie entre los poderosos de Occidente comparte ese análisis.
Fernández podría preguntárselo a su aliado y buen amigo Pedro Sánchez. El jefe del gobierno español se "derechizó" notablemente en las últimas semanas, al hilo de su condición de anfitrión de la alianza atlántica, que en los años del menemismo designó a la Argentina como "aliada extra OTAN", una categoría que, según el sitio oficial de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, ya no tiene.
Como destacó esta semana el politólogo argentino Andrés Malamud, el nuevo concepto de seguridad de la OTAN menciona a Europa, Norteamérica, Medio Oriente, África y Asia Pacífico. América Latina es ignorada.
"La irrelevancia tiene sus ventajas", concluye Malamud, que observa la Argentina y el mundo desde el balcón al Atlántico norte que es Lisboa.
Sánchez tiene varias prioridades en un país que 18 años atrás sufrió un impactante ataque terrorista, la matanza de Atocha, con 193 muertos y más de 2.000 heridos. El presidente del gobierno español necesita que el flanco sur de Europa, donde la inmigración del África subsahariana y las amenazas terroristas se combinan, sea un problema de la Unión Europea y de la OTAN, no solo de España.
Putin, en ese sentido, le hizo un favor: la OTAN se obligará, por primera vez, a defender "la soberanía e integridad territorial" de sus miembros. Eso incluye las ciudades españolas en el norte de África, Ceuta y Melilla, comprimidas entre el Mediterráneo y Marruecos, y algunos islotes adyacentes. Días atrás, cuando una enorme cantidad de inmigrantes intentó ingresar a territorio europeo forzando la valla fronteriza de Melilla, las fuerzas de seguridad marroquíes reprimieron violentamente. ¿El resultado? Treinta y siete muertos.
El análisis de Sánchez no pareció el del líder de un gobierno de izquierda que incluye a los neocomunistas de Podemos.
"Ha sido un asalto violento, bien organizado, bien perpetrado y en este caso, yo creo que bien resuelto por parte de los dos cuerpos de seguridad, tanto de España como de Marruecos. Quiero agradecer también el trabajo del Gobierno marroquí", dijo el líder del PSOE (Partido Socialista Obrero Español).
Forma parte de la "realpolitik" que se impone hoy. Sánchez necesita apaciguar al siempre impredecible Mohammed II, rey de Marruecos, y lo ha hecho a costa de claudicar en una línea maestra de la política exterior española: la demanda de un referéndum de autodeterminación del pueblo saharaui, en el antiguo Sahara español. El premier español le dio la razón a Marruecos, que plantea que ese territorio es tuyo y propone incorporarlo como región autónoma.
Aquello llevó a un notorio enfriamiento de las relaciones de Argelia con España. Argelia, su gran proveedor de gas, ese que Fernández le ofreció en mayo a Sánchez en Madrid, pero que aún no puede ser exportado porque en Vaca Muerta no hay suficientes gasoductos.
Un reciente análisis del Observatorio de Llorente y Cuenca-La Vanguardia destacó un dato muy de estos tiempos: la mayoría de los españoles apoya a la OTAN en el contexto de la invasión a Ucrania, pero en las redes sociales se expresan abrumadoramente los que están en contra: solo el 5,7 por ciento de los que se expresan en las redes se atreven a decir que están a favor.
Sánchez no es el único en haber dado una voltereta política en el aire. Mucho más calado e impacto histórico tiene la del canciller alemán, Olaf Scholz, que pocas semanas después de recibir el poder de manos de Angela Merkel -16 años al frente de Alemania- se encontró con las amenazas de Putin convertidas en realidad.
Scholz, un socialdemócrata, de la misma familia política que Sánchez, puso punto final a una histórica política alemana, anclada en los horrores cometidos en la Segunda Guerra Mundial. Gigante económico, enano político, se dijo por años de Alemania (y también de Europa), pero Scholz terminó proveyendo de armamento pesado a Ucrania y canceló el gasoducto Nord Stream II, que conecta Rusia y Alemania y en el que Merkel y su antecesor, el socialdemócrata Gerhard Schröder, se empeñaron en sostener.
Un día, Putin despertó a todos a una realidad brutal.
Esa realidad brutal está llevando a la OTAN a forzar a todos sus miembros a aumentar el presupuesto militar hasta al menos un dos por ciento del PBI y a hacer crecer notablemente el número de soldados instalados en la Europa del Este y en los países bálticos, que miran cara a cara a esa Rusia que se despertó y reclama, con toda la violencia de que es capaz, que le reconozcan su estatus imperial.
"El conjunto de esas medidas constituye la reestructuración más importante de nuestra defensa colectiva y nuestra presencia en Europa desde la Guerra Fría. Para ello, debemos invertir más", dijo esta semana el noruego Jens Stoltenberg, secretario general de la OTAN.
Una OTAN que esta semana quiere cerrar la incorporación de Suecia y Finlandia, países históricamente neutrales pero que, vecinos de Rusia, ya no quieren jugar ese juego. Se espera que la Turquía de Recep Tayip Erdogan renuncie a su veto. ¿A cambio de qué? Interesante será saberlo.
El nuevo Concepto Estratégico de la OTAN, que instala a Rusia como la mayor amenaza para la alianza atlántica y reconoce los problemas del sur y la región del Sahel, donde campan Estado Islámico y Al Qaeda, contempla otros aspectos: además de las amenazas convencionales, la nuclear, química y biológica, hay preocupación por las amenazas híbridas: ciberataques, desinformación, emigración irregular o suministros energéticos utilizados como instrumentos de presión. Y, como no, el problema del cambio climático.
Último, aunque no único, detalle de "realpolitik": el indulto a Arabia Saudita: el "New York Times" reveló este lunes un plan del G-7 para bajar artificialmente los precios del petróleo, confirmado cierto fracaso de las sanciones a Rusia, que se beneficia de los altos precios de los combustibles fósiles.
Un plan de esa envergadura no se puede sacar adelante sin el concurso de Riyad, histórica aliada de Washington. Así, el descuartizamiento de Jamal Khashoggi, columnista del "Washington Post", a manos del servicio secreto saudí, queda en el olvido. Pasaron cinco años ya desde la espeluznante historia sucedida en un consulado de Turquía. Y el de 2017, se sabe, era otro mundo.