Mientras tanto, atraviesa la cuarentena desde su casa en Barrio Parque, con salidas ocasionales a su oficina. Cristiano Rattazzi, Presidente de FCA, es uno de los empresarios más importantes de la Argentina y de los pocos dueños, aún minoritario, dentro de la industria automotriz. Heredero de los Agnelli, fundadores del imperio Fiat en el mundo, es hijo de Susanna Agnelli y Urbano Rattazzi. En su sangre se mezclan la fuerza industrial de Turín con la aristocracia italiana. Dirige, desde mediados de los 90, el rumbo de Fiat en el país. Conoce las crisis y los ciclos económicos del país como pocos. Su sector proyecta uno de sus peores años en la historia. Tras el boom de 2017, la devaluación y la crisis económica empujaron al sector a la baja. Pasó de 900.000 unidades a 450.000 en 2019, y proyectaban esa cifra para el 2020, pero llegó la pandemia. Sobre la cuarentena, su evaluación del Gobierno, su relación con el Presidente, el dólar, el origen de las crisis argentinas, sus reglas de oro para los negocios y la visión sobre sus colegas habló en una extensa charla virtual con Forbes.
En 2001 la crisis fue más grave y el mercado llegó a vender solo 80.000 autos. ¿Cuántos calculan para 2020?
Estimamos que se van a vender entre 200 y 240 mil autos. En 2001 había un país bastante capitalizado, por todo el período de los años 90. No se sabía que la soja iba a ir a US$ 600. De la Rúa la tuvo a US$ 150. Eso generó que fuera muy fácil la salida. Todo era a favor. Hoy no veo esa posibilidad.
¿Por qué?
La soja vale US$ 300 y no está tan mal, pero el sistema que tenemos hoy de importaciones y exportaciones está tan manoseado que al tipo que produce soja le das una restricción del 30 por ciento. Hay un incentivo al revés de una Argentina que debería ser pujante y exportadora de todo tipo de productos? Los tipos de cambio múltiples castigan a la exportación.
¿Y a nivel personal qué crisis te angustió más?
En 2001, teníamos más miedo de que pudiera pasar algo. Hoy, 20 años después, siento que pese a todo lo que dije antes esta crisis será menos dura. En el mundo será muy corta. La complicación de Argentina es la de un país que sueña con ser rico, pero está al borde del default, del que se va a salvar.
¿Ya estás convencido de que se llega a un acuerdo con los bonistas?
Sí. Hace un mes resaltamos la importancia de no caer en default y el Gobierno se enojó. También es raro decirles a los acreedores que se va a lograr un superávit fiscal en cuatro años, y todo esto después de aplicar impuestos distorsivos. Por suerte vamos a evitar el default, pero no es que de inmediato van a llegar los capitales?
Como se repite ahora, condición necesaria pero no suficiente.
Claro. Los capitales van a llegar a una Argentina si se muestra pujante, abierta, lista al desafío de ir al mundo, de intercambiar. No a una Argentina que empieza a cerrar todo y en la que hay que pedir autorización para todo, porque va a ser una Argentina cada día mas pobre. Y el costo por unidad de producto va a aumentar de una manera tremenda.
¿Preocupan las nuevas reglamentaciones del Banco Central? ¿Cómo están en FCA?
Hoy estamos produciendo, algo es algo. Las últimas reglas del Central complican enormemente la posibilidad de producir, de importar, de moverse, pero todavía nadie tiene claro cómo van a influir en el futuro del comercio exterior.
¿Creés que hay margen para modificarlas?
Creo que sí. Veo también que en la UIA lo están analizando. El BCRA toma medidas de emergencia hasta que arreglemos la cuestión de la deuda externa. Perfecto: hay miles de momentos para modificarlas. No es un sistema viable a media- no plazo. Hoy rige el día a día, semana a semana: cuánto y cuándo producimos, quién abre y quién no. Europa está saliendo de la cuarentena muy rápido. Más se extiende esta pandemia y más se agrava la cuestión económica.
¿Cómo evaluás la gestión del Gobierno en esta crisis?
Entró muy bien y a tiempo en cuarentena, pero no hay que enamorarse de ella. Hay que hacer crecer rápidamente los sectores y las zonas en las que se pueda. Se sabe mucho más del Coronavirus que hace dos meses. Lo que hay que evitar son las grandes aglomeraciones porque así se forman los focos, como pasó en el Estadio de San Siro, en el partido Atalanta-Sevilla, o en el monasterio ucraniano. Para eso está el distanciamiento social. Además, más de la mitad de la Argentina prácticamente no tiene Coronavirus: yo celebro que se vaya abriendo, en vez de entrar en una psicosis.
¿Percibís realmente que los políticos se ven tentados a enamorarse de la cuarentena?
Los políticos se manejan mucho por las encuestas y la popularidad. A Giuseppe Conte en Italia haber sido muy firme en la entrada en la cuarentena le llevó una enorme popularidad. Al presidente Alberto Fernández le pasa lo mismo: todos los políticos se enamoran de la popularidad. Es parte del juego continuo. Ahora cuando sos estadista pensás muy bien, hay popularidad, pero hay muchas cosas que tengo que hacer independientemente de la popularidad. Porque la popularidad es un momento. Ser estadista implica, en ocasiones, perder popularidad en pos del largo plazo. Europa y Estados Unidos ya hablan de un rebote en V, que permitiría una recuperación equivalente a las pérdidas el año próximo.
¿Imaginás un escenario posible en la Argentina?
Sí, hay varios países que podrían tener un rebote en V. La Argentina viene -desde antes de la pandemia- con un impuestazo a la economía que pusieron en diciembre. Muchísimos impuestos distorsivos. Veo mucho más complicado el rebote. Por ejemplo, en el sector automotor: necesitamos que Brasil aumente mucho, pero también necesitamos volver a hablar de productividad, eficiencia, competitividad y todo ese tipo de cosas que hoy son oportunidades. Pero hay que ver si después de la crisis empezamos a hablar de eso o seguimos la historia de los 90 años de decadencia de Argentina.
Interesante que te alejes del atajo antiperonista que reduce los problemas del último siglo a un solo partido político, a la vez muy ecléctico.
Sí, es que yo veo un punto de inicio en la gran crisis del 29. Fue hace 91 años. Hubo reacciones complicadas: poca liquidez y un cierre al mundo que aumentó el costo por unidad producida y una recesión mundial profunda. ¿Cuál fue la reacción de Argentina? Justo empezó con la junta nacional de carnes y de granos y, como frutilla del postre, hizo el Banco Central. Ese fue el período en el que descarriló la Argentina. Después, Perón hizo parte de todos los descarrilamientos sucesivos. Pero no es culpa de Perón, viene de antes.
¿Resaltás la fundación del BCRA como uno de los grandes problemas?
No, puede ser discutible si es bueno o malo. Ahora, pensar que vamos a crear credibilidad en el peso? Chicos, ¿hace cuántos años no hay credibilidad en el peso? ¿Cuánto tiene que sufrir la población argentina para que lleguemos a que el país piense que el peso es válido?
¿No ahorrás en pesos?
(Risas) Tendría que ser un gran profesional de las finanzas y no lo soy. Porque todos los meses tenés que renovar al 30% o 35% y no es tan fácil. Tenés que estar dedicado. Para mí el ahorro no es una dedicación, es algo en el bolsillo para el futuro.
¿A cuánto debería estar el dólar en Argentina?
La respuesta sería: liberá el dólar y veamos a dónde va.
Cuando entrevistamos a Eduardo Costantini hace un mes, decía que, si Argentina no entraba en default, los activos económicos en un año rendirán hasta el 100 por ciento. ¿Invertiste a título personal?
No, porque es algo que no hago. Yo soy fierrero. Un hombre de campo, mecánico básico. Para esas cosas están mis primos en Italia. Yo no. Mi patrimonio está dedicado a la producción, a los servicios y a hacer cosas. Nunca compré un bono argentino y nunca hice un plazo fijo, aunque no le guste a Martín Guzmán. Yo solamente ahorro algo, y la única manera es tener algún dólar en el bolsillo.
La señal del acuerdo con los bonistas da una esperanza a que por lo pronto hay un rumbo. Sin embargo, vos estás preocupado por entender qué modelo quiere el actual Gobierno. ¿Cómo transitás esa preocupación?
La transito. Tengo que aguantármela. No está en el ADN de este Gobierno. No veo que tengan una visión de transformación, más allá de sus resultados, como Arturo Frondizi, Carlos Menem o el mismo Macri.
¿Cómo es su relación personal con el Presidente?
A Alberto Fernández lo conozco y tiene un potencial de decir: quiero quedar en la Historia. Tiene que elegir si quiere quedar como Juan Bautista Alberdi, con una Argentina integrada al mundo, o como Héctor Cámpora? Más allá de las influencias, el presidente es él. No sé si podrá, ojalá que sí, no soy totalmente optimista.
Sin duda se refiere al rol de la Vicepresidente. ¿Cree que en materia económica es donde pueden tener más diferencias?
Tal vez. Creo que el Presidente tiene una visión diferente. Él dice que es socialista. Hay socialistas brillantes como Michelle Bachelet, Angela Merkel, Felipe González, y hay algunos desastres, como Venezuela o Cuba. Creo que quiere ser de los exitosos, pero luego aparece el Grupo de Puebla e influencias de la Vicepresidenta. La esperanza es la última en morir. Yo espero siempre que vaya hacia el camino que quiero para mis hijos, nietos y bisnietos, que es estar en un país que esté en el mundo.
¿Considerás un riesgo moderado, alto o bajo de hiperinflación cuando haya que absorber los pesos emitidos?
Moderado, si manejás bien las variables técnicas.
¿Cuáles son los tres problemas estructurales que creés que la Argentina debe resolver para ir hacia un camino de desarrollo?
Inflación, inflación e inflación. Es el problema más grave y es de todo el sistema. Hay que hacer una reforma, ser una Argentina eficiente y competitiva. Había desaparecido en los 90 y la dejaron aparecer cuando era muy fácil mantenerla bajo control.
Los factores son multicausales. ¿De qué forma podría resolverse y cuál es el rol de los empresarios?
Con déficit fiscal seguro que no, más cuando sos un adicto a la inflación. Tenés que tener años, años y años de superávit fiscal. Aunque sea pequeño. No podés resolver el problema con continuo déficit fiscal. Eso para mí es clave. Y después tenés que crear una economía competitiva, sin monopolios, y eso hace que los precios sean siempre controlados y no haya inflación por ejercicio del monopolio.
Los tres grandes problemas de la Argentina son inflación, inflación e inflación. Con déficit fiscal es imposible solucionar la adicción a la inflación.
Ese segundo punto es difícil, donde por el tamaño de la economía hay muchas industrias concentradas?
Pero existe el mundo. A una industria monopólica hay que regularla. Prefiero la regulación del mundo que la de algún burócrata en una secretaría.
¿Cómo sería tu industria automotriz ideal?
Muy simple. Así como tenemos una planta en Serbia, Italia, Polonia, México y Brasil, tendríamos una planta en Argentina que vendería a todo el mundo, con un producto que sería adjuntado a la planta local en función de sus cualidades y capacidades. Vender al mundo significa eficiencia y generaría la posibilidad de tener más contenido local, porque habría proveedores que vienen al país, ya que es una fábrica que vende más de 100.000 autos al mundo. Ese es el camino en serio a largo plazo.
Para ese escenario, ¿qué tan relevante sería ampliar acuerdos del Mercosur hacia otros mercados?
Bueno, ya está en marcha con Europa y es difícil volver atrás. Europa es un muy lindo mercado. El resto, en este momento, no lo estoy mirando muy de cerca. Me preocupó cuando en 2010 Argentina y Brasil salieron del acuerdo con México en el sector automotor. Y hoy casi no hay exportación fuera del Mercosur. De 2000 a 2010, se exportaron 150.000 autos a México. Se cerró y terminamos en el festival de no competitividad. Ahora tenemos que reconstruirnos.
¿Por qué no tenemos el precio de autos de Chile, por ejemplo?
En Chile se importa casi todo. Por eso los importados no tienen impuestos. Acá tenemos un 35% sobre impuestos, más IVA, lujo y más. Casi el 50% del valor de un auto en Argentina son impuestos.
¿Y cuánto debería ser?
Hay que hacer una reforma fiscal. No puede ser más del 20 o el 30 por ciento. Ese impuesto se traslada a precios, no lo vamos a aguantar nosotros, a menos que tuviéramos grandes márgenes que en este sistema no tenemos.
¿Cuál es la mayor virtud y el mayor defecto de los empresarios argentinos?
Creo que hay algunos que son brillantes. Hay una economía nueva y moderna que es la economía del conocimiento, en la cual Argentina tiene clase mundial. Ahora, hagamos lo menos posible por espantarlos y mandarlos a trabajar afuera.
¿Lo decís por Marcos Galperín, que se mudó a Uruguay?
Lo digo por varios de ese grupo. Cuando estoy con ellos tengo un respeto extraordinario porque están muy preparados para un mundo diferente, y yo a mi edad un poco me pierdo. Son extraordinarios.
¿Cuál fue el principal error de tu carrera y qué aprendiste?
Tener demasiada confianza en alguien que estaba tomando una situación delicada y que me traicionara. Fue culpa mía por darle demasiada confianza. Pero yo a mi gente le doy mucha autonomía y confianza. Eso me pasó muchas veces.
¿Y cómo lográs superarlo o que no te vuelva a pasar?
Hay una cosa que se decía en la Universidad de Harvard: para ser un buen CEO no tenés que equivocarte ocho veces sobre diez. No es que no hay que equivocarse. Esas dos veces que te equivocás tienen que servir para aprender. Yo estudio mucho a la otra persona. Y no suelo equivocarme. Me tengo bastante confianza a la hora de
elegir e interpretar a la gente. Pero son cosas que se hacen por experiencia y edad.
¿Cuáles son tus tres reglas de oro para los negocios?
La principal, un nivel ético importante. Eso es muy fuerte y muy personal de mi parte. Segundo, mantener el foco y, aunque tengas proyectos monumentales, hay que ganar plata. A veces uno se olvida de la plata y la empresa termina haciéndose más pobre. En tercer lugar, manejar con mucha atención el día a día, que las cosas funcionen y tener un equipo comprometido. Para ser un gran empresario, tenés que hacer las mismas cosas muchas veces, año tras año, y seguir, seguir y seguir.