En la historia bíblica de Babel, la raza humana, unida por un solo lenguaje y una visión alineada, comienza a construir una magnífica torre para alcanzar los cielos. Amenazado por este plan, Dios frustra el proyecto, confundiendo su discurso hasta el punto que ya no pueden entenderse y dispersándolos por diferentes partes del mundo.
Miles de años después, vivimos el legado de Babel: confundidos, dispersos y más enfrentados que nunca. El mundo está acosado por las atrocidades de la guerra, los conflictos políticos y un cóctel tóxico de incertidumbre y miedo. Cancelamos, despedimos, censuramos y avergonzamos a quienes ofrecen perspectivas contrarias. Combinamos discurso de odio y libertad de expresión y experimentamos ambos. A medida que hablamos, las pasiones aumentan y la escucha disminuye.
En los viejos tiempos, el lugar de trabajo se sentía inmune, protegido por una lista bien aceptada de cosas de las que no se habla: política, religión y sexo. Hoy, gracias en gran parte a las redes sociales, las creencias de las personas ya no son un secreto. Y nuestra capacidad para abordar estos temas difíciles no está a la altura de la tarea. Un estudio reciente encontró que el 85% de los trabajadores participan en conflictos habituales en el lugar de trabajo, desperdiciando 2,8 horas a la semana y costándoles a los empleadores la asombrosa cifra de US$ 359.000 millones al año. Dado que la polarización social influye en el trabajo, cuando el mundo está en conflicto lo único que se puede esperar es que este conflicto rutinario en el lugar de trabajo aumente y erosione aún más nuestra capacidad de trabajar bien juntos. ¿Prueba? El 37% de los trabajadores informó que cambió su opinión sobre un colega en función de sus creencias políticas. La polarización en el trabajo erosiona la confianza, las relaciones interpersonales y el desempeño. Cuando perdemos la capacidad de ser civilizados unos con otros, perdemos mucho. La incivilidad reduce la productividad y aumenta el tiempo de enfermedad.
Si ni siquiera podemos intentar escucharnos unos a otros, el futuro es complicado. No tenemos que estar de acuerdo, pero para coexistir pacíficamente y colaborar en el trabajo debemos poder respetar las perspectivas conflictivas y hablar sobre nuestras diferencias. A medida que el mundo se agolpa en rincones opuestos, podemos sentirnos impotentes, pero al menos podemos cambiar la conversación en el trabajo. Aquí, tres cosas que se pueden hacer para revisar el lenguaje, ampliar el pensamiento y bajar la temperatura.
Elegí tus palabras con cuidado
Las palabras importan. Algunos de los elementos más simples del discurso (en los que rara vez pensamos) tienen el poder de intensificar o calmar. Por ejemplo, la palabra pero inmediatamente niega lo que vino antes. Convierte el contraste en competencia y crea una fuerte necesidad de defender un punto de vista sobre otro. Por inocuo que parezca, pero es una palabra de lucha, una que usamos incluso cuando no pretendemos iniciar una pelea.
Probá con y, que vincula dos ideas, invitándonos a considerar ambas a la vez. Y refleja la realidad: en la mayoría de los casos más de una cosa es cierta. El feedback sobre el desempeño es un ejemplo simple y familiar: estamos tan condicionados a lo negativo que esperamos el pero. En lugar de tu desempeño fue excelente, pero necesitás responder mejor a los mails, considerá tu desempeño fue excelente y sería aún mejor si mejoraras tu tiempo de respuesta a los mails. El primer enfoque disminuye mientras que el segundo alienta.
Las metáforas también importan. Por ejemplo, a menudo describimos argumentos en términos de guerra (una batalla que se debe ganar o perder). Las palabras resultantes son combativas. ¿Qué pasaría si enmarcamos una discusión como un baile? Las palabras se convierten en un intento coreografiado de alcanzar un resultado compartido, un tipo diferente de victoria. En lugar de pisotear las ideas de los demás, estarían cuidando los dedos de los pies del otro. Controlar tus palabras (y las metáforas que las expresan) abre la puerta a conversaciones más honestas y desacuerdos menos destructivos.
No dejes que las falsas dicotomías nublen tu pensamiento
La forma en que hablamos comienza con la forma en que pensamos. Y nuestro pensamiento está informado por el aprendizaje, la cultura, la religión y generaciones de historias. Aunque es posible que no estemos de acuerdo sobre lo que es bueno y lo que es malo, la lucha entre ellos es lo que los antropólogos llaman un universal humano, profundamente arraigado en nuestro ADN colectivo. Este pensamiento binario (bien versus mal, ganar versus perder) nos lleva a abordar los problemas de manera simplista con el pensamiento de esto o lo otro.
Y está empeorando porque las redes sociales hacen que todo parezca binario. No hay lugar para matices en un reel de 10 segundos. No es de extrañar que seamos cada vez más adictos a ese mundo, porque el mundo real es mucho más difícil de comprender: está lleno de problemas profundamente matizados, tensiones competitivas y contradicciones a cada paso. Detrás de casi todos los dilemas hay un conjunto de caminos paradójicos o interdependientes que no pueden abordarse con una única solución. Estos requieren un pensamiento de ambos -y.
Ambos-y reformula los problemas para invitarte a ver dos posiciones en relación entre sí en lugar de en oposición. Te saca de tener que elegir entre dos alternativas para encontrar una solución que les permita coexistir. Por ejemplo, imaginá que estás equilibrando las ventajas y desventajas entre alta calidad y bajo costo, como lo hacen muchas empresas. El pensamiento de esto o lo otro los enfrenta entre sí: uno gana a expensas del otro. El pensamiento ambos-y lo exhorta a mirar más profundamente, encontrar e invertir en un sistema operativo bien diseñado que permita alta calidad y bajo costo, al reducir errores y aumentar la confiabilidad.
Pensar ambos-y es difícil. En este momento, estamos agotados y desilusionados. Nuestra capacidad de pensar, razonar y sostener múltiples ideas conflictivas al mismo tiempo está amenazada. Esto o lo otro parece el camino más fácil. Pero las respuestas simples a problemas complejos casi siempre son erróneas. Ambos-y requiere que consideremos ideas incómodas, reconozcamos nuestros puntos ciegos y reconsideremos la forma en que vemos el mundo y resolvamos sus problemas.
Decí menos, escuchá más
Un amigo dijo una vez: Tener un pensamiento no requiere que lo compartas. Hay momentos, especialmente los difíciles, en los que seguir tu propio consejo puede ser tu mejor opción. Es posible que no tengas suficiente información para exponer un punto convincente. O podés desconfiar de las reacciones de otras personas si adoptás una posición que ellos no entienden o con la que no están de acuerdo. La presión percibida para intervenir de inmediato, tomar una postura o elegir un bando puede resultar en desacuerdos y errores catastróficos.
En lugar de unirte a la contienda, pasá del debate al diálogo, de la defensa al aprendizaje. Hacé preguntas para comprender de dónde viene la otra persona, qué experiencia tiene que la lleva a tener una opinión particular. Escuchá sus respuestas para ver si sus puntos de vista se basan en emociones. Las preguntas buenas y honestas invitan a reformular sus posiciones para ayudarlos a ver con mayor claridad. Sentirse escuchado ayuda a reducir la ira que supone defender un punto de vista.
Cuando todo lo demás falla, silencio. El silencio es incómodo porque la gente puede malinterpretar tu falta de palabras. Pero la gente también malinterpreta las palabras. El silencio brinda una oportunidad incomparable para dar un paso atrás, observar y reflexionar. Si no intervenís enseguida, podés ordenar tus pensamientos, equilibrar tus emociones y desarrollar la fuerza para sobrellevar conversaciones desafiantes. Y los grandes negociadores saben que desarrollar la capacidad de guardar silencio ralentiza el instinto de defender y aumenta la capacidad de escuchar. Cuando escuchamos más, entendemos más.
Es difícil imaginar una época anterior a la Torre de Babel en la que todos los humanos hablaban el mismo idioma y estaban unidos por la misma misión. Hoy esto es inconcebible. No hay ninguna posibilidad de que alguna vez estemos de acuerdo sobre las cosas devastadoras que dividen en dos nuestro mundo. Pero nuestros medios de vida, la salud de nuestros lugares de trabajo y la preservación de nuestra humanidad dependen de que desarrollemos mejores habilidades para abordar opiniones diferentes a las nuestras. Replantear las conversaciones incómodas no como ataques personales sino como oportunidades para aprender. Para abordar nuestros problemas más espinosos, debemos estar dispuestos y ser capaces de escuchar las experiencias, deseos y necesidades de los demás. Buscar activamente puntos de vista que no entendemos y tal vez, sólo tal vez, encontrar puntos en común que nunca pensamos que existían. Estos pueden ser los primeros pasos importantes para construir una torre en un lugar mejor y más alto.