Fundada en 1953, A.D. Barbieri comenzó en un galpón de Ramos Mejía y hoy domina un segmento en pleno crecimiento. Cómo ganar mercados internacionales sin perder la esencia.
Desde hace 65 años, la familia Barbieri sostiene la misma confusión. Primero le pasó a Darío, que dicen que los fines de semana no podía dormir la siesta sin el ruido de las máquinas funcionando en el fondo de su casa, en Ramos Mejía. Después les ocurrió a sus sucesores, que todas las mañanas caminan por la planta del Parque Industrial de Almirante Brown, sin tiempo para siestas, pero sosteniendo el dilema: ¿dónde termina la familia y dónde empieza la empresá Algún día, quizás, será un tema de terapia. Pero hoy es el germen de la cultura de una empresa que lidera la fabricación de materiales para la construcción en seco y entre sus filiales en Burzaco, Canelones (Uruguay), Asunción (Paraguay) y Curitiba (Brasil), factura US$ 80 millones anuales y emplea a 250 personas. “Resolvimos lo que para muchos es una dicotomía entre lo sentimental, que tiende a ser poco profesional, y los negocios, que en general tienden a generar dinámicas frías”, apunta Walter Barbieri, hijo menor de Darío. “Descubrimos que podemos ser una empresa familiar sin dejar de ser una WorldClass”.
Dirigida por Walter, Julio (hijos de Darío) y Carlos Crupi (el cuñado de ambos), Barbieri se inició en el mercado con herrajes. Luego sumó productos de PVC, líneas de cortinas para enrollar, perfiles de acero galvanizado y sistemas de construcción en acero como Steel Frame y Dry Wall, que ya son marcas genéricas en el país. “El revestimiento en Argentina prácticamente empezó con Barbieri”, resume Crupi. Antes de que Darío comenzara a emprender en el rubro, la construcción en seco en el país era muy incipiente. “Ahí creemos que hicimos mucho a nivel industria, pero además consolidamos el impulso de nuevos mercados como parte de nuestra estrategia de crecimiento”, agrega. El desembarco en el Parque Industrial Almirante Brown en 2008, con una planta con más de 42 mil metros cuadrados de superficie total, constituyó uno de los hitos más importantes para la compañía. Aunque 2018 no fue el mejor año de la última década para la industria, la empresa prevé que hacia el último trimestre de 2019 la tendencia se revertirá. Con este optimismo es que en los últimos meses Barbieri destinó $ 180 millones para la ampliación de la planta de perfiles con una nueva nave industrial de 5.200 metros cuadrados.
Si bien la construcción en seco todavía encuentra barreras culturales en Argentina, la tendencia global augura un futuro promisorio para el negocio de Barbieri. Según el Instituto de la Construcción en Seco (INCOSE), este sistema reduce los costos en mano de obra y los tiempos de construcción (entre un 30% y un 60% menos que en obras húmedas con ladrillos), y se calcula que por su capacidad de aislar la temperatura permite ahorrar hasta un 40% de energía, con similares estándares de durabilidad. Como prueba de la superación de algunos de aquellos mitos, en enero de 2018 el Steel Framing fue declarado como un “sistema tradicional” por la Secretaría de Vivienda y Hábitat dependiente del Ministerio del Interior, Obras Públicas y Vivienda de la Nación. Con esta medida, dejó de ser necesario el requerimiento del CAT (Certificado de Aptitud Técnica) para presentar proyectos en obras públicas y privadas. Hoy, Steel Framing es una de las puntas de lanza de Barbieri, que anualmente procesa, en toda la región, unas 60 mil toneladas de acero.
Con más de seis décadas de existencia en el país, la empresa atravesó más de una crisis. “Todas nos hirieron en algún punto, pero siempre hubo dos piezas claves que nos dieron mucha tranquilidad: por un lado, la voluntad de salir a buscar nuevos mercados, y por el otro, la confianza que compartimos con quienes trabajan en la empresa”, explica el menor de los Barbieri.
La perspectiva de enfrentar los contextos hostiles con expansión en lugar de ajuste llevó a la compañía a internacionalizarse a fines de la década del 90, a pesar de las condiciones adversas que planteaba la convertibilidad. Esto le permitió atravesar la crisis de 2001 exportando hasta el 60% de la producción a Centroamérica, Estados Unidos y España. Fue la inauguración de una expansión que se profundizó en 2011, cuando Barbieri instaló su primera fábrica afuera del país. Primero llegó a Brasil, y luego, en 2014, a Uruguay. La última de sus plantas en instalarse en el exterior es la de Paraguay (2018), donde invirtieron US$ 2,5 millones para adquirir tres líneas productivas de perfiles de acero galvanizado y el capital de trabajo necesario para poner en marcha la operación.
“Tenemos el orgullo de poder decir que salimos de las crisis desarrollando productos nuevos y buscando distintos mercados en lugar de lamentando despidos”, sostiene Julio, ponderando la confianza mutua entre la dirección de Barbieri y sus empleados, clave para la estabilidad de la empresa. “Siempre vimos el mismo compromiso. Llegamos a ver bocetos dibujados en los cuadernos escolares de sus hijos, y eso por supuesto nos emociona”. Es el mismo temple con el que Barbieri atraviesa la crisis actual del sector. Así lo explica Walter: “Tener una cultura empresarial como la nuestra genera un círculo virtuoso que te da mucha tranquilidad, y es el mismo temple con el que atravesamos también este contexto”.