No era la Iglesia, no era la justicia, mucho menos los partidos políticos. Cuando hace 25 años en la Argentina fue asesinado el reportero gráfico José Luis Cabezas, la institución que aparecía con más prestigio en las encuestas de opinión pública era el periodismo.
El crimen del fotógrafo de la revista Noticias que consiguió la imagen del empresario Alfredo Yabrán se produjo en la frontera entre el apogeo y la caída del menemismo, pero con un peronismo que aún se creía invencible a pesar de que los datos duros de la economía registraban un 28% de pobreza y un 17,9% de desempleo.
La interna para suceder a Carlos Saúl Menem ardía, con el exministro de Economía, Domingo Cavallo, y el gobernador bonaerense, Eduardo Duhalde, como firmes candidatos dispuestos a dar la pelea para reemplazar al riojano.
Pero desorientado por el exceso de confianza, el peronismo no contaba con que en 1997 empezaran las conversaciones que alumbraron la Alianza, el entendimiento entre la UCR y el Frepaso que dos años más tarde terminó imponiéndose en las elecciones presidenciales.
Dentro del Gobierno no se daba importancia a las múltiples evidencias de que el modelo de Convertibilidad ya empezaba a mostrar sus límites ni a que los números exhibían un deterioro social que iba a crecer en los años posteriores. No por nada en 1998 una de las tiras más exitosas de la televisión abierta se llamó Gasoleros.
La competencia clásica en la tele era Tinelli-Pergolini y los programas políticos que representaban al menemismo y al antimenemismo eran "Hora Clave" y "Día D", respectivamente.
Cuando mataron a Cabezas, los teléfonos celulares ya estaban al alcance de muchos argentinos, había canales que transmitían sólo noticias todo el día y en las casas no era infrecuente que empezara a haber más de un aparato para que las familias vieran distintos programas: comenzaba a segmentarse el consumo.
La cultura aparecía atravesada por el espectáculo, pero en clave estadounidense. Fue la época de la llegada de las grandes bandas internacionales a la Argentina.
Más allá de la economía y a pesar de que en 1995 Menem había sido reelecto, el crimen de Cabezas se inscribió en una serie de acontecimientos siniestros, algunos de los '90 -como los atentados a la AMIA y a la Embajada de Israel, la extraña muerte de Carlos Menem Jr, la voladura de la Fábrica Militar de Río Tercero, por mencionar algunos-, y operó como una frontera, como la gota que rebasó el vaso de la tolerancia de amplios sectores sociales que se expresaron en las urnas en 1999 y consagraron presidente al radical aliancista Fernando de la Rúa
"El año 1997 es importante en dos sentidos: se formó la Alianza y el Frepaso se animó a dar un volantazo que parecía la vía necesaria para vencer al menemismo mientras se empezaban a percibir las primeras señales de ralentización de la economía y a exponerse los límites del del Plan de Convertibilidad", dijo a Télam Eduardo Minutella, investigador y docente de historia y autor de Progresistas fuimos todos, de siglo XXI Editores.
Artemio López, titular la consultora Equis, coincide: "Los datos duros indican que en 1997 había un 28% de pobreza, un 7% de indigencia y con Carlos Menem la Argentina llegó por primera vez a los dos dígitos de desocupación. El pico se alcanzó en mayo de 1995, cuando la tasa de desempleo se ubicó en 18.4%. Para 1997, en base a Planes Trabajar había descendido a 17.9% en la población general. Sin embargo, la situación seguía siendo crítica. Entre mayo de 1994 y octubre de 1997 los jefes de hogar desempleados que llevaban más de un año en esa situación pasaron del 7,7 al 22,4%. El crimen de Cabezas se produce en un contexto de fragilidad social en el que claramente se estaba terminando el romance con Menem", aseguró.
El politólogo Julio Burdman matiza: "Desde el punto de vista analítico, los números sociales eran tremendos. Había un deterioro social, pero la macro venía aguantando. La recesión empezó en 1998. La ilusión menemista no se había apagado y la relación con la opinión pública no estaba resquebrajada aún. Como prueba, subraya que en ese momento el peronismo estaba empoderado por segunda vez y se sentía cuasi eterno. "Menem quería la re-reelección y Duhalde y Cavallo querían ser presidentes. Sobraban los candidatos del PJ que se morían por liderar la Argentina, a diferencia de hoy, en que faltan candidatos", compara.
El sociólogo Ricardo Rouvier enmarca el crimen en el cruce de varios procesos. "Te diría que se produce en el marco del deterioro del dominio menemista, que pone en el tapete el tema de la impunidad de los amigos mafiosos y que remite a prácticas de la última dictadura militar cuyas huellas pueden rastrearse", sostiene.
Marcelo Leyras cree que el crimen de Cabezas se inscribe en una serie de episodios siniestros del menemismo a los que la sociedad asistía azorada porque no se resolvían. "Fue un episodio más de una serie oscura que se sumó a la voladura de la Fábrica Militar de Río Tercero, a los atentados a la Amia y a la Embajada de Israel, al extraño accidente del helicóptero de Carlitos Menem Jr. y éste fue el episodio más potente que generó una reacción multitudinaria. Yabrán representaba lo fantasmal de la trama del menemismo y Cabezas el que muestra el cuerpo del espectro y tiene que pagar con su vida. La sociedad se harta de ese modo de violencia política, la clase media movilizada estaba muy harta de muerte", opinó.
Mariano Schuster, periodista y editor de La Nueva Sociedad, es un estudioso de los '90 y recuerda que en esa época los periodistas estaban erigidos como fiscales de la república y resume así lo que significó el crimen de Cabezas: "Tocar a un periodista en ese momento era como tocar la ética desde la mugre".
Recuerda que Pinamar era el símbolo de la "nueva" costa y que veraneaba ahí el tipo al que le había ido bien. "Un representante del poder económico del menemismo manda a matar a un periodista en un lugar que representa la nueva estética menemista en la costa", resume la atrocidad del hecho.
"Ya es la segunda parte del menemismo y estamos más empobrecidos, nos mudamos de Punta del Este a Pinamar. El primer año en el que Carlitos Menem deja Punta y va a Pinamar es 1994. La política y mucha farándula ponen el cuerpo ahí. Y hay cambios. Empiezan a ir modelos más de cabotaje y es una etapa bisagra. En 1998 la tira televisiva estrella es Gasoleros y la moda es la que impone Pamela Rodríguez, que usa ropa batik. Y ya nos burlamos un poco de la galera del marido de Valeria Mazza en su casamiento. Se empezó a vislumbrar todo como más decadente", reflexionó la periodista Lorena Álvarez, que se ocupó de estudiar las etapas de los '90 desde sus símbolos.
Algo del orden del hartazgo también percibe el politólogo cinéfilo Gustavo Marangoni. Recuerda que unos meses después del crimen de Cabezas se estrenó la película "Cenizas del Paraíso", en cuya trama aparece un empresario mafioso. "Me llamó la atención que la gente en el cine suele estar callada y cuando aparecían escenas vinculadas a la corrupción se escuchaban comentarios en voz alta, había algo del orden de lo social que estaba cambiando. Lo comenté con otros politólogos y percibieron lo mismo", contó.
"El lugar de los medios en la política era realmente muy importante, recordemos que se instala el concepto de video política, se multiplican los canales, hay canales exclusivamente dedicados a transmitir noticias todo el día y hay una fascinación alta de los políticos por este fenómeno. Además, estaba empezando a jugar internet y en cada casa empieza a haber más de una boca de tele y se segmentan los consumos", recuerda Minutella.
El rol del periodismo no se cuestionaba, Clarín era el diario de "la gente" y Schuster evoca que el trabajo de los periodistas era percibido como "un contrapoder frente a una política que parecía no incomodarse con nada".
Fue la época del auge de los best seller de investigación periodística y el asesinato de Cabezas provocó de manera inmediata que salvo la denominada prensa "adicta" al menemismo, se abroquelaran para pedir el esclarecimiento del crimen desde PáginaI12 hasta La Nación.
"La muerte de Cabezas es de un impacto irreversible porque establece una frontera respecto del menemismo. El periodismo en su totalidad se unifica bajo el significante del periodismo de investigación. Es la época del auge de las escuelas de periodismo y las estrellas del oficio con héroes para la gente", agrega. "El crimen generó una frontera ética y profesional", dijo. Los medios, incluido Clarín, pasaron en su gran mayoría a ser críticos del menemismo.
"Tienen que ver con una lógica de la cultura atravesada por el espectáculo. Xuxa, Tinelli, los Rolling Stones. Empiezan a llegar bandas de afuera de un modo masivo. El grupo The Sacados escribió un tema que se llamaba 'Paren de venir'", afirma Minutella y como consecuencia de esa importación sostiene que era difícil producir cultura masiva.
"Los shopping, la lógica del parque de diversiones se imponen a la lógica de la biblioteca y esto queda de manifiesto en la designación de determinados funcionarios. Pensemos en Gerardo Sofovich en lo que era Canal 7 y su intento de privatización del canal", dice el investigador en historia. Y el ícono periodístico menemista por antonomasia le parece Bernardo Neustadt. Recuerda que una vez dejó en sus manos la conducción de uno de sus programas de televisión al propio Carlos Menem. "Hasta tal punto fue un ícono del menemismo que no pudo trascenderlo", comenta.
Schuster se dedicó a hurgar en lo que era la cultura de izquierda o de centroizquierda de la época. "Para mí en el 95, 96, 97 nace lo que yo denomino 'pergolinismo cultural', que para mí es una crítica al menemismo no sólo por la corrupción. Se impone una cosa de jóvenes contra adultos, creo que hay algo antimenemista en la lógica de un programa como 'El Rayo' en ese momento. En Soda Stereo, en ciertos consumos culturales de un rock que no es el 'rock chabón' sino el publicitado por Daniel Grinbank, vinculado al festival 'Buenos Aires No Duerme', que es una respuesta desde el gobierno porteño de De la Rúa a Duhalde, que estaba con el tema del toque de queda en los boliches bonaerenses".
Minutella cree que es interesante que el menemismo, aupado en la posmodernidad, haya ido borrando la frontera entre consumos culturales exclusivos para gente de determinada clase social específica. "De repente empieza a haber sectores bien posicionados que empiezan a consumir bienes que inicialmente no estaban pensados para ellos", dice.
A 25 años del mayor ataque a la libertad de prensa en democracia en la Argentina del '83 al presente, a 25 años del asesinato de José Luis Cabezas en la madrugada del 25 de enero de 1997 en una cava de General Madariaga, revisitar "el contexto de fragilidad social" -a decir de Artemio López- en que se consumó el crimen del reportero gráfico permite analizar también qué pregnancia de aquellos valores persiste en el entramado social y político actual. Porque como señala Rouvier: "una dictadura no termina cuando empieza una democracia o viceversa". Hay continuidades, ciclos históricos, construcciones de sentido que se encaprichan en borrar el pasado. Tal vez no olvidarse de Cabezas signifique también una interpelación necesaria".
- Con información de Télam