Hace poco más de 10 años, cuando Matías Nisenson estaba en los últimos años de la escuela secundaria, todas las tardes salía del colegio y no se iba con sus amigos a estudiar, ni a practicar algún deporte o a su casa. Se encaminaba hacia lo que era su empresa, un departamento prestado donde trabajaba con varios colaboradores.
Había creado con su compañero de colegio y socio Luciano Bertenasco su primer emprendimiento de desarrollo de software. Apalancado en la transformación digital de varias compañías que mudaban sus negocios y presencia al mundo de las aplicaciones, los dos amigos iniciaban a las empresas en ese camino. En ese momento, mientras muchos de sus compañeros planeaban el viaje de egresados, él pagaba sueldos a empleados que casi lo triplicaban en edad.
Aplanar la curva para los emprendedores
El vínculo entre Luciano y Matías era de absoluta complementación: En la secundaria yo tenía mi grupo de amigos y no sabía qué orientación elegir. Entonces me inscribí en Tecnologías de la Información y Comunicación, es decir, seguí a mis amigos que tenían más claro el panorama. Siempre fue una sociedad natural porque yo soy pésimo con las matemáticas y los números: yo hacía los trabajos de historia y lengua y Luciano los de redes y programación. En nuestra primera empresa yo me encargaba de las ventas y él programaba los sitios, recuerda hoy Nisenson, ya afincado en Buenos Aires. Entre 2012 y 2013 decidieron ponerle fin a esa software factory llamada South Logic por una razón que nadie pensaría: tenían una perspectiva de mucho, pero mucho trabajo. Se habían dado cuenta de que si seguían en ese negocio perderían la lógica emprendedora y se achatarían con una empresa con proyección solamente comercial. Para ese entonces los emprendedores, que hacían casi todo juntos, ya habían dejado atrás las únicas tres clases de Ingeniería Informática en la UBA que tomaron y el puñado de meses que cursaron en la UADE gracias a una beca que incluía un pago para que fueran a clases. Nada de eso era lo suyo.
El siguiente paso fue profundizar el tema de las redes sociales a partir del diseño de un algoritmo que identificaba con precisión cuál era el mejor momento del día para hacer un posteo, y de esa manera hacer mucho más eficiente la inversión publicitaria. La empresa se llamó Tiempy, y en conjunto con el proyecto anterior fue su segunda escuela. Allí aprendió el negocio, a manejar personal y a lidiar con decisores de compra de tecnología. Esta plataforma dedicada a programar publicaciones automáticas llamó la atención de Startup Chile y, fundamentalmente, de compañías de la competencia. Así, en 2016 los contactó una empresa europea con la que firmaron, un año después, la venta con la condición de que durante 36 meses mantuvieran gran parte del management. Sin embargo, Matías logró firmar una cláusula para que tuviera la libertad de buscar nuevos horizontes para él y, por supuesto, para su amigo y socio Luciano.
Vivir en un yate
La venta de su empresa fue el posgrado que obtuvo en su camino autodidacta. Pero Nisenson quería un poco más, quería un máster, un aprendizaje que le permitiera entrar en el mundo de las grandes ligas. Primero le escribió a Alec Oxenford, quien le ofreció sumarse a su proyecto Let Go, la plataforma de compra y venta de productos. Como no era lo que buscaba, siguió insistiendo, pero ahora con otro experto en emprendimientos: así fue cómo a lo largo de siete meses intentó infructuosamente comunicarse vía correo electrónico con Martín Varsavsky. En cada uno de sus mensajes le contaba que había vendido su empresa y que tenía intactas sus ganas de emprender. La respuesta, tardía, siempre era la misma: Perdoname pero ahora no puedo, no tengo tiempo. Entre sus viajes que unían Europa y Estados Unidos, el emprendedor serial argentino realmente tenía la cabeza en decenas de proyectos, y los e-mails de Matías eran unos más en la bandeja de entrada.
Sin embargo, llegaste a trabajar con él.
Así es, y todo ese encuentro fue realmente una carambola. Yo estaba en Estados Unidos y sabía que él se iba a radicar por unos meses en Miami para desarrollar su entonces nueva empresa de salud de reproducción asistida. Desde allá le escribí diciéndole que podía tener una reunión con él porque ambos coincidíamos en fecha y lugar. Pero no me respondió, y cuando llegó la fecha de volverme seguí mis vacaciones en Uruguay, donde estaban mis amigos y familia. Allí, el primer viernes me respondió: Te espero el lunes, venite. Así fue cómo al día siguien- te me tomé un avión y fui a Estados Unidos nueva- mente para tener la reunión. Y lo que fue original- mente una estadía de tres días terminaron siendo cuatro meses.
Durante ese tiempo, Nisenson vivió en la casa Varsavsky en Miami, más precisamente en el yate que tiene anclado en el fondo de su casa. Más allá de la convivencia con la familia y las dificultades para acceder al wi-fi, Varsavsky lo convirtió, sin darle muchos detalles, en su analista de inversiones, sabiendo que en ese trabajo no duraría más de 20 semanas. Pero el viaje y el empleo se convirtieron en el posgrado que buscaba: visitó empresas consolidadas, conoció startups, cambió su lógica de mirar los negocios y, fundamentalmente, reunió una agenda de contactos que de cualquier otra forma le hubiera costado años obtener.
¿Cómo llegaste a tu emprendimiento actual?
Con la venta de Tiempy pudimos hacer algunas inversiones bursátiles y también en criptomonedas. Desde allí, tanto Luciano como yo investigamos el mundo del blockchain, y sabíamos que el próximo paso tenía que ser sobre Ethereum, la segunda criptomoneda más usada en el mundo. Y nos pusimos a pensar si se podía combinar con el mundo de los videojuegos. Desde allí diseñamos CryptoWars, un juego de estrategia que les devuelve el poder a los usuarios, porque el objetivo no es que gasten en los juegos sino que inviertan. Los activos que compran luego los pueden vender, recuperando su inversión o incluso generando ganancia debido a que todos estos activos son limitados y la escasez se puede comprobar a través de la blockchain. Es por esto que no debe sorprendernos si en un futuro cercano nuestros hijos comienzan a ganar dinero real ya no en competencias, sino simplemente por jugar.
Mientras tanto se pone en marcha un fondo de inversión
El puntapié me lo dio hace menos de un año José Suttón, del Grupo Alvear, en una charla informal que tuvimos. Me sugirió que arme un fondo de inversión a partir de mi experiencia. Además, tenía un mensaje de Martín Varsavsky que me retumbaba en la cabeza cuando nos despedimos. Me dijo: Avisame cuando emprendas algo. Así fue que lo llamé y le dije que había armado un fondo, y me ofreció que seamos socios. El nombre Myelin que le pusimos al fondo significa mielina en español, que es la sustancia que envuelve y protege los axones de ciertas células nerviosas y cuya función principal es la de aumentar la velocidad de transmisión del impulso nervioso. Toda una metáfora para un fondo de inversión.
¿Cómo eligen los proyectos?
No tenemos una receta única. Hay mucho de intuición, y además Martín es un imán para estas cosas, le llueven proyectos e ideas todo el tiempo. Sí tenemos una serie de condiciones básicas antes de sentarnos a ver el emprendimiento: por un lado, que sea second time entrepeneur, es decir, que ya tenga experiencia; también nos interesa que tenga un socio que lo complemente, ya que tratamos de evitar los fundadores en solitario; también que estén conformados mínimamente los equipos de trabajo y que se conozcan. Tenemos una serie de tesis de inversión: desde self driven cars, proyectos con marihuana legal, software as a service, biotecnología y dispositivos relacionados con la neurología. En ese gran abanico apuntamos a destinar entre US$ 150.000 y US$ 200.000 por proyectos que tengan origen en Europa o Estados Unidos.
Las apuestas de Matías han tenido buenos resultados y nada hace pensar que eso cambiará. Sin embargo, tiene algunas asignaturas pendientes relacionadas con proyectos personales que no logra transformar en negocio: es fanático de la arqueología submarina y la entomología, el estudio científico de los insectos, en particular las hormigas. Hasta ahora no encontré ningún proyecto que pueda ser rentable en estos campos, pero voy a seguir buscando hasta encontrar algo.
Promesa con sustento
Matías Nisenson es CEO en Gamershift, una compañía que desarrolló una plataforma de gaming por habilidad en la que los jugadores pueden ganar dinero a partir sus destrezas y conocimiento. Hasta el momento logró fondearse con US$ 500.000. Pero además es socio junto a Martín Varsavsky y César Levene de Myelin VC, un fondo de venture capital para invertir en EE.UU. y la Unión Europea. Las inversiones se ejecutan en esos países básicamente porque el tipo de empresa a la cual miran debe escalar muy rápidamente, es decir, inversiones de corto plazo en las que puedan salir antes de los cinco años. De allí que el mercado argentino no esté en la mira de este fondo.
Con Myelin VC hicieron pie en Cookunity, una plataforma de suscripción de comida por delivery en la ciudad de Nueva York, que despegó especialmente con las restricciones impuestas por la pandemia del COVID-19. También invirtió en Neurosity, un dispositivo que pronto saldrá a la venta y que permite conectar el cerebro con la inteligencia artificial a través de las ondas cerebrales, dicho de otra manera conectar neuronas humanas con artificiales.