Libros: Borges, big data y yo. Guía nerd (y un poco real) para perderse en el laberinto borgeano

Ya se dijo todo sobre Borges. ¿Ya se dijo todo sobre Borges? Pues no. A su obra vasta y generosa no se accede por una sola puerta de entrada, sino por una infinidad de ventanas, pasadizos y claraboyas hacia un universo que, una vez conocido, ya no se puede ni se quiere abandonar. En este libro fascinante y adictivo, Walter Sosa Escudero propone una de esas entradas: la ciencia de datos. En efecto, los números, infinitos, mapas, algoritmos, chances y corazonadas, ficciones y realidades están tan presentes en la obra de Borges como en la práctica estadística y el uso hoy omnipresente de big data. 

De la mano de un relato cómplice en el que la admiración no impide el "juego" con la obra, los datos y algoritmos se revelan como guías privilegiados para descubrir a un Borges humano, complejo pero accesible, siempre desafiante. Literatura, ciencia, poesía, estadística y computación se entrelazan y se bifurcan en estas páginas para iluminar el tiempo de manera particularmente apropiada: en medio de la revolución de big data y algoritmos, ciertos fenómenos cruciales siguen siendo esquivos a la predicción. Son esas incertidumbres y azares los que la obra de Borges el escritor que científicas y científicos idolatran sin grietas y ayudan a entender (e incluso, a veces, a disfrutar). Entre su propia experiencia como lector (y sobre todo re-lector) de la obra borgeana, y el conocimiento más actualizado sobre datos y estadística, Sosa Escudero tiende un puente irresistible, tan apto para que transiten por él los recién llegados como quienes buscan una mirada renovada sobre una obra que conocen bien. Encontrarán aquí referencias a sus cuentos más celebrados pero también fragmentos del Borges poeta, ensayista y gran conversador, consejos para armar o completar una biblioteca borgeana y sugerencias para encarar primeras, segundas y terceras lecturas. 

Aquí un extracto del libro:

Este libro (y esta colección)

Somos productos del azar y el error
pero con un destino que no será ni el error ni el azar.
Ernesto Cardenal, El cálculo inifinitesimal de las manzanas


Repitan conmigo:
Ya se dijo todo sobre Borges.
Ya se dijo todo sobre Borges.
Ya se dijo todo sobre Borges.

Pero no. Como en el proceso de obtención del aceite, como en la multiplicación de los panes y los peces, como en los abominables espejos, siempre hay más. Y a veces ese “más” es fascinante, tan iluminador como contar ceniceros, medir el tiempo en kilómetros, buscar el propio nombre en bibliotecas infinitas. De ese algo más trata este libro, y es necesario advertirlo desde el comienzo: es adictivo. No solo eso, es como una cadena de favores; resulta imposible leerlo sin ir corriendo a la biblioteca, sin quedarse por minutos mirando el horizonte con cara de pavote, sin exprimir internet (la madre de todas las batallas) para corroborar lo increíble.

Es un texto inclasificable: ¿literatura?, ¿ciencia?, ¿poesía?,¿estadística?, ¿computación?, ¿escalas y arpegios de mecanismo técnico? Todas las anteriores son correctas y, quizá, lo más certero sea anunciar un nuevo género o formato: el mamushkismo (también conocido, allá por el siglo XXI, como sosaescuderismo), donde siempre hay más conejos y más galeras, bifurcaciones que se jardinean.

Podríamos aventurar que en el mundo científico hay una diversidad de opiniones sobre todo: habrá físicas amantes del choripán y geólogos degustadores de alfalfa; informáticos jardineros y sociólogas coleccionistas de autos Matchbox; biólogas que cabecean cumbia y economistas que sacan a Jimmy Page nota por nota. Pero hay algo que los y las iguala: todas y todos idolatran a Borges, lo usan en sus tesis, sus conferencias, sus tímidos intentos de cortejo en los pasillos de los congresos. Veamos ejemplos más o menos azarosos. En Perú crearon un algoritmo cazacorruptos que, como no podía ser de otra manera, llamaron “Funes”, y anda por ahí identificando contrataciones ilegales y funcionarios demasiado amistosos. Para ello, Funes no tiene que recordar cada hoja de cada árbol de cada monte o los perros de las tres y catorce, sino todos los contratos del Estado y cada una de las relaciones entre empresas y gobierno.

Recordemos también los esfuerzos por crear bibliotecas infinitas, babelianas, donde todo está escrito ?aun este prólogo, en alguno de los 251 312 000 libros de esa biblioteca?.Hecha la ley, hecho el nerd que recrea esta biblioteca (y también ciertos autores que, como verán en estas páginas, caen en la tentación de buscar su propio nombre, como haría cualquier persona de bien al llegar a un hotel de una ciudad desconocida, buscándose en eso que los antiguos llamaban “guía telefónica”).

También están aquí nomás las máquinas escritoras, aquellas mineras de textos que, con las instrucciones adecuadas, intentan imitar a Lennon&McCartney, a Pierre Menard, a Walter Sosa Escudero. Sin duda, un argumento digno de don Jorge Luis.

Lo curioso es que todo eso, y mucho más, está en este libro que, por algún artilugio de la magia o de la estadística (un dúo que, como sabemos los científicos, muchas veces es equivalente), encierra ideas fantásticas, reflexiones de esas que solo se pueden tener en los primeros tres segundos al despertarse, sueños dentro de sueños.

Así es que si algún escritor casi ciego vuelve a encontrar un punto que concentra el populoso mar, una baraja española o un laberinto roto, si mira con atención verá, escondido en uno de los bolsillos del punto, un libro extraordinario sobre Borges, la ciencia, los datos y todo lo demás.

Esta colección de divulgación científica está escrita por científicos que creen que ya es hora de asomar la cabeza por fuera del laboratorio y contar las maravillas, grandezas y miserias de la profesión. Porque de eso se trata: de contar, de compartir un saber que, si sigue encerrado, puede volverse inútil. Ciencia que ladra... no muerde, solo da señales de que cabalga.


                                                                                                                                                             Diego Golombek