Es probable que para muchos el progresivo alejamiento de la generación Z de las plataformas tradicionales que hasta hace poco dominaban la escena no sea una novedad. Desde hace un tiempo a esta parte los usuarios de todas las edades (pero sobre todo el segmento de los millennials y Gen Z) venían dejando o reduciendo el uso de Facebook, Twitter e Instagram por distintos motivos.
En el caso de Facebook, por ejemplo, los cambios en las dinámicas sociales online –una percepción de ser una red poco utilizada por los jóvenes– y los diversos problemas funcionales y políticos de la plataforma alienaron a su fan base original. De acuerdo con el Pew Research Center, esta es la generación que más ha disminuido su uso de redes desde el 2019.
Y otro estudio del Piper Sandler afirma lo mismo en todos los casos menos para la aplicación Tik-Tok, que viene siendo la única ganadora en cantidad de horas de exposición. También detalla que solo el 28% de los adolescentes usa Facebook en EE.UU. “La generación Z (18-29), según los últimos datos de la Encuesta Nacional de Consumos Culturales, está masivamente en algunas plataformas de redes sociales. Es la generación con más uso de Instagram (83%), Tiktok (76%) y WhatsApp (98%). Entre los más jóvenes (13-17), 58% usa Instagram, 92% usa WhatsApp y 34% usa TikTok.
Puede ser (la encuesta no indaga en esto) que estén usando menos tiempo en estas plataformas, pero no tengo datos para afirmarlo”, contextualiza Eugenia Mitchelstein, profesora de la Universidad de San Andrés. Asimismo, en el caso de Twitter e Instagram, aunque con públicos claramente diferentes, los sucesivos problemas, en un caso, en torno a los niveles de violencia y la falta de moderación, y en otro, los constantes cambios en las funcionalidades y la imprevisibilidad del algoritmo hicieron que algunos decidieran emigrar a pastos más verdes… o directamente cerrar los servicios. Mucho se habló del éxodo masivo que se produciría en la red del pajarito con la compra de Elon Musk y, aunque esto tampoco sucedió, se percibe que algo ha cambiado.
Hay un claro hartazgo incitado por la polarización política de la plataforma, la monetización de ciertos servicios (ahora hay que pagar para obtener la tilde azul) y los niveles de toxicidad en los intercambios. En una red como Instagram, que históricamente se consideró más amable, la sensación es similar, con los usuarios agobiados por la publicidad, el crecimiento de la cultura influencer y el conteo de likes que lleva a comparaciones odiosas, aun si se ha tratado de atacar algunos de estos puntos (ocultando likes o regulando la actividad de los influencers). Otro detalle no menor: cómo la incertidumbre producida por la opacidad del algoritmo está impactando en la salud mental de los creadores de contenido, ya que sus trabajos dependen, entre otras cosas, de la visibilidad que les ofrece la plataforma.
“Los players dominantes como Facebook, Instagram y Twitter darán lugar a plataformas que priorizarán la simplicidad y autenticidad (…) De acuerdo con Axios, los cambios constantes en las plataformas como Meta han agotado a la generación Z (…) Mucha gente cree que el poder original y propósito de las plataformas sociales –estar conectado con tus amigos y conocidos online– parece haberse perdido”, vaticinaba una editorial de la revista Wired.
¿Mucha vidriera y poca sociabilidad? Lo cierto es que, siendo este el panorama, parece más que lógico que una nueva camada de servicios alternativos que se postulan como más íntimos, abiertos, diseñados para nichos específicos (sobre todo mujeres y LGBTQIIA+) y, en principio, con ambientes menos tóxicos estén haciendo sus primeras rondas en los ámbitos más techie, por lo general en versiones beta o cerradas pero con prospectos de crecimiento. Si hay un momento para estas apps y nuevos servicios es precisamente ahora, cuando se está replanteando el sentido y la estructura misma de las redes sociales, en lo que algunos están llamando el futuro postplataformas.
¿Esfera pública vs microcomunidades?
“En los primeros años de Internet, generalmente asociábamos la red a microcomunidades de especialistas, geeks o grupos identitarios. Con el ascenso de las redes sociales, el imaginario colectivo de Internet viró hacia la idea de la 'esfera pública': las redes sociales son un sitio donde debatimos sobre asuntos de interés público. Aunque Internet siguió albergando microcomunidades, en estas nuevas redes podemos ver cómo las microcomunidades se convierten en productos comerciales atractivos”, explica Tomás Guarna, estudiante doctoral del departamento de Comunicación de Stanford University. El achicamiento de los círculos sociales online lleva más de una década de experiencias múltiples, aun cuando las redes sociales tradicionales siguen lógicas que parecieran premiar la cantidad de contactos.
Desde servicios hoy extintos como Pair, Leaf y otros que apuntaban a crear comunidades de unos pocos, los finstas (cuentas falsas de Instagram solo para amigos), a redes sociales más íntimas o efímeras (Snapchat primero, luego Be Real), subreddits (foros donde se debaten temas específicos dentro de Reddit), la tendencia parece ir hacia allí. Incluso si se tiene en cuenta que los features que más se vienen utilizando en las principales redes son algunos que permiten circunscribir la esfera social como “close friends”.
En este contexto se ve el crecimiento de plataformas para hablar o vincularse con amigos como Discord (un servicio de mensajería instantánea y chat de voz VolP), que tiene 140 millones de usuarios que apuntalan este fenómeno. El 2023 trajo también la explosión de Be Real, una plataforma sin likes, followers, publicidad o filtros, que amasó más de 2,9 millones de usuarios y 20 millones de downloads a nivel mundial, según Wired. Incluso Poparazzi, que se postula como “anti-Instagram” y que prohíbe las selfies, está conquistando a los más chicos. ¿El denominador común entre ellas? Espacios que promueven entornos sin publicidad, interfaces simples y en muchos casos de un solo uso, y la intención de generar conexiones más genuinas.
Desde Collective Media, una empresa que está congregando varios de estos servicios y apps alternativas entre las que se cuentan Somewhere Good (Clubhouse para gente de color), Pineapple (LinkedIn para la Gen Z), Melon (Pinterest orientado a mujeres específicamente), Sane (una nueva plataforma de blogging) y tantos otros, el espíritu parece ser de segmentar en vez de congregar en una plaza central. En este sentido, como sugiere el escritor especializado en tecnología y cultura en Internet Kyle Chayka, esta sensación de plaza central donde confluyen distintos tipos de personas y perspectivas que tan bien representaba Twitter pareciera hoy vacante, con el principal problema de la falta de sociabilidad real en el centro de la cuestión de varias de las plataformas tradicionales (“Las compañías de tecnología preferían que miráramos anuncios antes que hablar con nuestros amigos”).
Sin embargo, los desafíos de una Internet que venga luego de las plataformas masivas actuales tiene otros grandes retos además de superar la comoditización de nuestra atención. Una diferencia clave entre este tipo de comunidades es que la gobernanza suele estar en parte descentralizada: es decir, los moderadores de cada comunidad generalmente pueden establecer sus propias reglas sobre qué se puede hacer o decir. Esto es distinto a redes como Twitter, que tienen una larga serie de estándares universales que aplican a todos sus usuarios.
Sin embargo, las empresas que albergan a las microcomunidades tienen sus políticas de uso: por ejemplo, además de prohibir contenido ilegal como apoyo a organizaciones terroristas, Discord prohíbe compartir desinformación en sus servers”, aporta Guarna con relación a cómo las lógicas de los nuevos servicios imponen otros usos. Dos temas posibles en este futuro fragmentado en el que, según la periodista Jasmine Li, nos estamos moviendo “de microinfluencers a microcommunities y microapps” son que, si bien quizás se logren espacios más seguros donde poder encontrar a personas con intereses similares o donde las minorías se sientan cómodas, también estamos condenándonos a burbujas sociales, ideológicas y políticas que empobrezcan nuestra mirada del mundo y, por tanto, nuestras interacciones. “Cuando nos encerramos en comunidades cada vez más chicas o de nicho con gente parecida a nosotros, perdemos la que quizás sea la característica definitoria de las redes sociales: la habilidad para ver el mundo más allá de nosotros”, dice Li.
¿Y el futuro?
“Deberíamos poder ser capaces de influenciar cómo funcionan las redes y cómo somos tratados como usuarios. De lo contrario, estamos condenados a repetir los errores de la última década una vez más”, se lamenta Chayka, quien afirma que es insólito que con la cantidad de dólares que se invierten en tecnología no surjan opciones interesantes que puedan competir con las redes actuales mejorando algunos de los aspectos más criticados.
Reemplazos como Mastodon, Urbit y BlueSky (fundada por el ex Twitter Jack Dorsey) ofrecen descentralización open-source en distintos grados con software customizable por sus usuarios, pero no parecen estar moviendo multitudes. Substack podría ser la excepción, pero no es exactamente una red social.
“No creo que haya una migración masiva a esas plataformas, más bien habrá otros lugares que coexistan que no sean mainstream, que sean de consumo de nichos, y está bien. Hay que dejar de pensar en las plataformas digitales exclusivamente por el crecimiento en usuarios y solo enfocarse en eso porque, si no, nos estamos perdiendo gran parte de la película. El presente y el futuro son cada vez más fragmentados, desde los propios consumos dentro de plataformas hasta el uso de otras alternativas donde nos encontramos con pequeños grupos. Si vemos los números de usuarios mensuales en Be Real, hoy son aproximadamente 33,3 millones, cuando hace un año eran 72 millones. ¿Eso quiere decir que definitivamente está muerta? No, quiere decir que está encontrando su nicho”, pone en contexto Juan Marenco, CEO de Be Influencers.
Si estas nuevas plataformas serán sustentables una vez que crezcan y se hagan masivas, si las opciones para todos los gustos podrán coexistir compitiendo por la atención del usuario o si tiene sentido siquiera pensar en términos de plataformas, lo seguro es que el debate está abierto y vale la pena tenerlo. En tanto las personas se puedan beneficiar de intercambios más diversos y centralizados, también se puede recuperar cierta autonomía ante el algoritmo, avanzar hacia espacios más seguros y respetuosos, y recuperar algo de la tranquilidad mental que las apps actuales parecen haber arrebatado.
“Por el efecto de red (el valor de un servicio o producto aumenta cuantos más usuarios tenga), va a seguir siendo cómodo que existan espacios donde nos podamos encontrar con la mayor cantidad de gente posible. Cuando Elon Musk compró Twitter (que está lejos de ser una plataforma masiva, solo 16% de los argentinos la usa), algunas personas dejaron la plataforma o abrieron cuentas paralelas en Mastodon. Sería interesante ver cuánto usan Mastodon, con quiénes interactúan ahí. Yo lo intenté, no me encontraba con nadie que conociera o me resultara interesante y me fui. El clima (tóxico o no) y las conexiones (más genuinas o no) de cada una de estas apps va a depender de cómo se usan y no necesariamente del tamaño que tengan. Un grupo pequeño de gente también puede ser agresivo y ser parte de una comunidad no es igual a no recibir ataques”, cierra Mitchelstein.