Las contraseñas digitales se han convertido en uno de los componentes de seguridad más importantes para nuestra vida diaria. Y lo han hecho por la sencilla razón de que la digitalización ha provocado que gran parte de nuestras actividades del día a día se realicen por medios electrónicos, que una enorme cantidad de información sensible se alojen en los entornos digitales y, en definitiva, que nuestra dependencia por este tipo de tecnologías vaya en aumento en cada vez más ámbitos.
De la misma manera que en un lugar físico se puede reforzar la puerta de entrada o la cerradura para bloquear el acceso a asaltantes, en el entorno digital una barrera de protección imprescindible frente a intrusos y fisgones informáticos son las contraseñas (tanto aquellas a través de las cuales iniciamos sesión en las distintas cuentas de los diversos servicios digitales que utilicemos, como esas otras claves que nos permiten aprobar determinados movimientos u operaciones en según qué plataformas). De esas contraseñas y esas claves depende, por tanto, la seguridad de nuestras cuentas —y con ello de nuestras interacciones sociales, nuestras comunicaciones, nuestras compras, nuestras cuentas bancarias, y, en cada vez más casos, nuestros trabajos—. Esto hace que sea imprescindible poner la atención y el cuidado debido en establecer contraseñas que cumplan con todas las pautas, requisitos y recomendaciones de seguridad. No hacerlo puede suponer una amenaza que puede traducirse en altos costos.
Establecer una contraseña que cumpla con todo lo necesario para blindar lo que estén guardando no es excesivamente complicado. Las pautas básicas incluyen requisitos y recomendaciones que van desde que la contraseña sea larga y poco predecible, hasta que contenga ciertos caracteres o símbolos especiales, pasando porque se restablezca periódicamente, que no coincida con las contraseñas de otros servicios o que no se guarde en lugares fácilmente identificables a personas que puedan tener acceso a nuestros dispositivos.
Sin embargo, aunque seguir esta lista de normas o guías no sea excesivamente complicado para una sola contraseña, sí que puede empezar a convertirse en un problema cuando utilizamos tal cantidad de plataformas y servicios web como los que empleamos a día de hoy. En ese caso, conjugar estas pautas de seguridad con la capacidad de recordar todas las contraseñas que establecemos es una tarea, cuanto menos, complicada. Si a esto le sumamos que cada vez son más los inicios de sesión que utilizan sistemas de identificación biométricos que contribuyen a hacer aún más grandes las dificultades de recordar una contraseña, entendemos por qué cada vez se repiten con más frecuencia los casos de reseteo de contraseñas y claves como nos indica en este artículo ExpressVPN.
El hecho de que una contraseña no sea sencilla de prever o de averiguar hace que resulte más complicado recordarla, y esto también tiene aparejados una serie de costos. ¿Cuántas veces has tenido que apretar el botón Olvidé mi contraseña durante el último año, sea en la cuenta que sea? Probablemente, unas cuantas. Si tenemos en cuenta que hay estudios recientes que indican que solemos tardar en promedio unos 4 minutos en llevar a cabo el proceso de cambio de contraseña, concluimos que el tiempo que invertimos en realizar esta tarea puede llegar a cifras poco desdeñables. Esto se puede llevar a pérdidas de eficiencia, frustración y también, en cierto modo, inseguridad.
La solución a gran parte de estas cuestiones parece estar viniendo de la mano de servicios de gestión de contraseñas (conocidos normalmente como gestores de contraseñas). Estos servicios nos permiten aligerar en gran medida el proceso de establecimiento y recordatorio de contraseñas, contribuyendo, de paso, a maximizar el potencial de seguridad de las claves. Y en un mundo tan digital como hacia el que nos estamos adentrando, esto parece ser un aspecto cada vez más fundamental a tener en cuenta y en el que invertir recursos.