El comercio internacional cayó en desgracia en nuestros días, ya que se lo acusa de causar pérdidas masivas de empleo y de agotar las riquezas de Estados Unidos. Esa reputación es inmerecida: el comercio crea muchos más recursos y trabajos de los que destruye.
Los mercados libres cambian sin cesar, con negocios que abren, cierran, crecen o se achican. Las nuevas tecnologías modifican de manera drástica el modo de hacer las cosas. La agitación en el mercado laboral es enorme, con ?literalmenté millones de empleos que desaparecen en un año típico y otros tantos millones que se crean. La industria ferroviaria, por ejemplo, fue una de las que más empleados contrataron después de la Segunda Guerra Mundial, con más de 1,4 millones de trabajadores. En la actualidad, el total ronda los 170.000. A fines de la década de 1940, había 350.000 operadores telefónicos. Los conmutadores automáticos terminaron con esos empleos. También hicieron desaparecer al alguna vez omnipresente servicio de mecanografía en la oficina. Sin embargo, al mismo tiempo, creció rápidamente la cantidad de trabajos creados y los salarios aumentaron.
Pero, por motivos afectivos muy comprensibles, cuando las compañías cierran o reducen sus instalaciones aquí y establecen otras similares en un país extranjero, las repercusiones políticas pueden ser intensas. Benedict Arnolds, gruñía John Kerry, el candidato demócrata a presidente, en 2004. La industria textil estadounidense empleaba a cientos de miles de personas a principios del 1900, sobre todo en Nueva Inglaterra. Luego esos empleos se mudaron a los estados del sur. La amargura en las zonas donde se cerraban las plantas era real, pero no hubo reclamos para castigar a las compañías que se mudaban, ya que seguían estando dentro de las fronteras del país. Sin embargo, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando esos empleos empezaron a emigrar al extranjero, sobre todo a Asia, la cuestión de la importación de textiles a Estados Unidos pasó a ser un tema comercial candente.
El comercio llegó a ser la meta que es hoy por el estancamiento económico que siguió a la crisis de 2008.
A fin de aquietar las aguas políticas, se llevaron a cabo programas de ajuste comercial para los trabajadores desplazados, se impusieron ocasionales cuotas de importación sobre productos sensibles políticamente, y de tanto en tanto se aplicó un arancel temporario, en particular para artículos considerados objeto de dumping?es decir, vendidos aquí a precios por debajo del costo de fabricacióñ. No obstante, la tendencia hacia un comercio más libre fue dominante.
Las cadenas de suministro se volvieron más sofisticadas, en especial con la creación de buques portacontenedores, que redujeron drásticamente los costos de envío. Entre 1985 y 2005, el comercio global se cuadruplicó. Sin el comercio, los dispositivos portátiles ?que presentan las mismas capacidades que las supercomputadoras de hace una generacióñ no serían posibles y, por cierto, menos a los precios extraordinariamente bajos que tienen hoy.
La razón por la que el comercio llegó a ser la meta que es hoy fue el estancamiento económico que siguió a la crisis de 2008. Pero esa desaceleración no fue el resultado del comercio, sino de malas políticas gubernamentales aplicadas al dinero, los impuestos y las reglamentaciones. Basta con mirar lo mucho mejor que le iba a Estados Unidos cuando se redujeron los impuestos a fines de 2017 y las sofocantes reglamentaciones comenzaron a eliminarse. Lo único que nos frena hoy es la incertidumbre que rodea a las disputas comerciales actuales.