Daniel Balmaceda relata la historia del fundador de Clarín. Estanciero, político y figura clave del desarrollo de la prensa en Argentina.
Eran seis hermanos los Noble. El más pequeño, Roberto Jorge, nacido en septiembre de 1902, aprendió a ganarse su espacio en la familia por méritos propios.
Por eso, cuando se recibió de abogado, ya había mostrado señales de que no seguiría al rebaño. Para sorpresa de su madre (perdió a su padre siendo niño), hermanos y amigos, se convirtió en cultor del sinsombrerismo. En un mundo en el que nadie quería llamar la atención, Noble resolvió andar por la vida sin sombrero, algo que no pasaba para nada desapercibido entre los hombres de los años 20.
A esa altura, todos lo conocían lo suficiente y a nadie le sorprendió que se dedicara a la política. Pero que se convirtiera en ferviente difusor del socialismo fue algo inesperado, aun para su círculo íntimo.
Roberto Noble.
El periodismo era un camino natural en aquella juventud idealista. Noble, seguidor incondicional del socialista Antonio de Tomaso, se acercó a esa profesión que lo encandiló. Publicó sus primeros textos en el diario socialista Libertad. Aunque, si hablamos de trabajo remunerado, eso ocurrió más adelante, cuando su hermano Julio Argentino le consiguió trabajo en la sección Deportes de La Nación. Escribió crónicas de fútbol, pero su especialidad fue la aviación y sus competencias de velocidad y destrezas.
A la vez que registraba goles y gambetas, vuelo y piruetas, continuaba afianzándose en la política. Tenía 27 años en 1930 cuando ocupó una banca en la Cámara Baja. El período en el que le tocó actuar fue muy corto debido al golpe de Estado que destituyó a Yrigoyen.
En 1932, cuando volvieron a realizarse elecciones, tuvo su revancha y regresó al Congreso. En cierta oportunidad, el músico Julio de Caro se entrevistó con Noble y le contó el problema que tenían los artistas argentinos: sus obras no estaban protegidas. El diputado trabajó día y noche en la elaboración de una ley. Antes de presentarla a la Cámara, la expuso ante sus compañeros de bloque. Ese fue el primer paso, y consiguió el apoyo necesario para plantearlo en el recinto, donde el proyecto de Ley de Propiedad Intelectual fue aprobado por unanimidad y pasó al Senado, que le dio el impulso final.
En los años siguientes se convirtió en estanciero. Obtuvo una gran suma de dinero por un juicio y compró 3.000 hectáreas en el partido bonaerense de Lincoln. Tenía resuelto alternar la actividad del tambo con la de su estudio jurídico. Sin embargo, otro sueño estaba latente.
La década de 1940 puso a los argentinos a uno y otro lado de la grieta. La Segunda Guerra Mundial dividió las aguas, y el fin de la contienda generó en muchos el deseo de poner punto final y dar vuelta la página de aquellos dolorosos años. Fue entonces cuando Noble reunió a hermanos y amigos y les contó su idea: fundar un diario.
Se embarcó en un desafío que exigía un enorme sacrificio. Algunos amigos trataron de disuadirlo. Incluso, su hermano Julio objetó el nombre del periódico “porque suena a cuartel”. Mientras que otros le plantearon que la competencia sería menor si publicara un vespertino en vez de un matutino.
Sin embargo, el hombre era tozudo y estaba muy convencido del éxito si formaba un equipo profesional y ponía toda su energía en el proyecto. Los resultados se vieron de inmediato. Hasta su muerte, en enero de 1969, continuó desarrollando ideas. Gracias a su impulso se creó la Sociedad de Distribuidores de Diarios, Revistas y Afines (SDDRA). También, le dio a la porteña Avenida Santa Fe su primera galería comercial. Nos referimos a las Galerías Santa Fe, inauguradas en 1953. Noble fue todo lo que se propuso.