Todos sabemos que estamos en un mundo turbulento, incierto y donde lo previsible se vuelve imprevisible en un abrir y cerrar de ojos. Por lo tanto, la velocidad personal y organizacional para dar respuesta a los nuevos escenarios es vital para la supervivencia. Esta revolución que pone en jaque tanto a empresas grandes como pequeñas presenta grandes desafíos para el liderazgo.
Esos desafíos implican la creación de nuevos paradigmas, que innovación mediante, generen mejores condiciones para los clientes, aportándoles mayor valor; y también para las personas que trabajan junto a nosotros, brindándoles la mejor experiencia posible.
Muchos piensan que la agilidad es sinónimo de velocidad, en parte, está bien. Sin embargo, agilidad es hacer, con incertidumbre pero sin temor a equivocarnos. Agilidad es hacer más con menos. Agilidad es repensar, para adaptarse a la turbulencia. También, agilidad es menos planes y más acción. Agilidad también es aprender abrazando el error.
Definitivamente, la agilidad se logra cuando comprendemos que el mundo de hoy es diferente al de ayer y que seguramente será distinto al de mañana.
Para liderar en la agilidad es muy importante que todos los sectores de la organización coloquen al cliente en el centro y dejen de trabajar como silos aislados dónde habitualmente se menciona esto no es mi problema.
El desafío no pasa tanto por la calidad de la gestión de tareas de un sector, sino por cómo ese sector contribuye a la experiencia del cliente y a las ventas. Necesitamos que toda la organización sea ágil, porque con un sector solo no es suficiente.
Si bien el cliente tiene un peso importante dentro de la matriz de la agilidad, también es necesario que cambiemos nuestro mindset para liderar. Ello implica que seamos personas más inclusivas, abiertas a las nuevas ideas, que seamos promotores del trabajo en equipo mediante la conformación de células pequeñas empoderadas con el fin de que puedan resolver cualquier desafío.
También es necesario que liberemos información de manera concreta para que los equipos puedan trabajar interconectados sin temor a ser sancionados, y sobre todo, para que puedan resolver con todas las cartas sobre la mesa.
En paralelo, es importante que superemos nuestras limitaciones del pasado y generemos espacios donde se desarrollen conversaciones poderosas entre las personas que conforman los distintos sectores de la organización, y que, además, garanticemos seguridad psicológica para que todos puedan expresarse libremente.
Liderar en la agilidad implica permitir que todos expresen y desarrollen su talento. Está claro que el mindset de la agilidad puede no encajar en culturas donde el yo es más importante que el nosotros. Seguir con esta práctica del clásico jefe que todo lo sabe, garantiza una cosa: la muerte organizacional.
El líder ágil aprende continuamente, libera información, incluye a todos, no sanciona, acepta nuevas ideas, abraza a los equipos, desarrolla personas y se conecta con ellas. El líder ágil no siente temor a ser superado, al contrario, desafía a las personas para que así sea.
Aunque al principio sentirá cierto vértigo por transitar terreno desconocido, el liderazgo ágil le dará las herramientas para pensar en su negocio en el presente y proyectar su futuro.