Daniel Balmaceda cuenta la historia de Vicente Casares, político y fundador de La Martona, la primera industria láctea de Argentina.
Fue un hombre capaz, inquieto, comprometido con su país, tan versátil que cuesta creer que todo lo que hizo haya entrado en una sola vida. Vicente Lorenzo del Rosario Casares Martínez de Hoz nació en 1844 en el seno de una familia patricia, lo cual le abrió puertas, aunque no tantas como lo hizo su marcada autoexigencia.
Siendo niño amaba el campo. Su fortuna se extendía más allá de la tierra que sus ojos podían apreciar, en el partido de Cañuelas. Fue allí donde se instaló, a los 18 años, como socio de su padre, y fue forjando la Estancia San Martín, nombre elegido en honor a San Martín de Tours, patrono de de Buenos Aires.
Casares cosechaba trigo. Pero, a la vez, era un trotamundos que viajaba a los Estados Unidos y a las zonas rurales europeas donde hubiera ganadería digna de ver. Con los años, se convirtió en un buen ajedrecista que, además, repartía su tiempo entre la política y el campo. En 1876 era diputado. Un año más tarde, autoridad principal de la Dirección Crédito Público de Buenos Aires. Estas gestiones le permitieron acercarse a los problemas sociales. Quedó impactado con uno: la dolorosa estadística de mortalidad infantil atribuida, en parte, a leche contaminada.
Imposible que Vicente mirase para otro lado, considerando que en 1879 levantaba su principal imperio: un matrimonio que le alegraría su más que completa vida con siete criaturas. Los nacimientos apuntalaban cada vez más su deseo de contar con leche segura. En 1889, un año después del nacimiento de su sexto hijo, inauguró la primera industria láctea de la Argentina: La Martona. El nombre era una clara referencia al apodo de su hija Marta (y si interrumpimos esta línea de tiempo y nos vamos unas décadas más adelante, podemos revelar que Marta Casares terminó siendo la madre del escritor Adolfo Bioy Casares).
La Martona fue un triunfo nacional. Por primera vez se higienizaba, filtraba, controlaba y clasificaba el producto y se vendía en el país leche maternizada. La fábrica se instaló frente a la estación de ferrocarril. Esto ayudaba a la logística de la leche (más tarde también introducirían los vagones térmicos).
Fueron sucediéndose todo tipo de iniciativas, como el expendio de leche homogeneizada y la producción de la primera manteca envasada con papel sulfurizado (antes de esto se la envolvía en géneros).
La vaca elegida fue la Holstein Friesian, importada de Holanda y posicionada aquí como la emblemática Holando-Argentina. En 1902, apareció el dulce de leche industrial. Luego, la leche cuajada, antesala del yogur (también de la mejor literatura porteña, si recordamos que en los años 30 Bioy Casares convocó a Borges para que juntos hicieran un folleto publicitario en tono científico, con dibujo incluido de Silvina Ocampo). En 1908, Argentina se convirtió en el segundo productor industrial mundial de yogur gracias a La Martona.
Todo esto pasaba mientras la figura de Vicente Casares cobraba cada vez mayor dominio público: presidente del Banco de la Nación y de la comisión de Hacienda; fundador de la Lotería Nacional y diputado nacional, entre otros cargos. En paralelo, La Martona llegó a la calle a través de los bares lácteos que vendían de todo: desde leche en vaso con vainillas hasta dulce de leche en barra y cereales. Su fábrica cerró en 1978, después de noventa años de productividad.
Casares, el hombre que hacía posible todo lo que se proponía, murió el 30 de abril de 1910. Se le rindieron honores y la bandera permaneció a media asta en todos los edificios públicos.