En los últimos años, China se convirtió en un líder en el desarrollo y en la exportación de sus tecnologías de ciudades inteligentes, como cámaras en red, sensores y servicios de ubicación. Las majestuosas imágenes de Hangzhou, por ejemplo -un centro provincial ubicado en el este del país asiático que alberga la sede del gigante del comercio en Internet Alibaba-, llamaron la atención de personas de todo el mundo.
Las herramientas implementadas en estas ciudades permiten recopilar una amplia variedad de datos, y así mejorar la calidad de vida, a través de controles en el tráfico, el uso de energía y el crimen.
Pero, al mismo tiempo, también aumentan el poder del Estado. Tal es así, que la Comisión por el Grupo de Soluciones de Inteligencia de SOS International presentó en 2020 el informe China Smart Cities Development, que analiza el creciente uso de tecnologías de vigilancia para monitorear y reprimir a la población.
Aunque lejos estamos de esta realidad, en la Argentina, la Asociación por los Derechos Civiles (ADC) lanzó la campaña Con mi Cara No, que denuncia la biometría como un método invasivo. Desde la entidad, sostienen que la tecnología de reconocimiento facial con fines de seguridad pública se extiende sin que se hayan realizado evaluaciones sobre su impacto en los derechos humanos, en la Ciudad de Buenos Aires, Tigre, Córdoba, Mendoza y Salta.
Por otro lado, la apertura a nuevos sistemas, la alta conectividad y la gestión del big data abre también la puerta a nuevos riesgos. Según la multicomercializadora de software Fortinet, se registraron más de 900 millones de intentos de ciberataques durante 2020 en Argentina. Y la empresa señaló también que lo más preocupante es el grado de sofisticación y eficiencia que están logrando los ciberdelincuentes mediante el uso de tecnologías avanzadas e inteligencia artificial.
Utopía o distopía: el futuro de las ciudades
Una ciudad inteligente debería suponer el correcto aprovechamiento de la tecnología moderna como IA e IoT para transformar positivamente los problemas urbanos y ambientales, que serán cada vez más complejos. Es que, según la ONU, la población mundial crecerá hasta alcanzar los 10 millones de personas en 2050, con una expansión latinoamericana de 18%, y el nivel de urbanización será de casi el 70%.
Los gobiernos y los expertos en tecnología deben asegurarse que los desafíos o los problemas de las ciudades inteligentes no desequilibren una ecuación elaborada primeramente a favor de los beneficios en la vida de las personas. Para ello, deben trabajar con los legisladores para crear mejores regulaciones para las ciudades inteligentes.
Lamentablemente, el oportunismo electoral suele prevalecer y, en estos casos, los proyectos para modernizar las ciudades suelen ser efectuados de forma apresurada y sin criterio. Y sin dudas, la innovación apurada, sin una supervisión cuidadosa, abre siempre el espectro de la seguridad, la privacidad y las infracciones éticas.
La actual adopción tosca y agresiva de la tecnología por parte de los líderes de varios países expone una razonable ignorancia de los ciudadanos, por lo cual se requiere también educación pública. El ciudadano debería conocer sus aplicaciones e injerencias en sus vidas, formarse primero para aceptarla después.
Sin auditorías serias, la tecnología pierde control. Y sin control, los riesgos de ciberataques, los excesos de inversión y la falta de mantenimiento son elevados. Todo lo que debería ser emocionante acerca de innovar se desmorona con un mal liderazgo.