¿Cuándo y cómo deben reabrir las escuelas?
Alex Milberg Director
Alex Milberg Director
La educación no se declama, se ejerce. Pasan los meses y el sensacionalismo de medios y divulgadores, entre los que se incluyen científicos, no se corresponde con la seriedad que merece la reapertura de escuelas.
Desde el inicio de la pandemia, 1.600 millones de chicos quedaron sin escuela por el temor inicial a que fueran propagadores del COVID-19 como lo eran de la Influenza. Ya sabemos que no es así: el coronavirus es mucho más leve que la gripe en los más chicos y un metaanálisis basado en rastreos de contactos confirma que los niños no son los drivers. Se contagian mucho menos. El 75% son asintomáticos y contagian entre cinco y seis veces menos que los adultos. La letalidad tiende a cero.
Los propagadores del miedo suelen repetir una y otra vez el caso Israel o estudios aislados (un campamento en Georgia, tres jardines de infantes en Utah). Y siembran el pánico pero no aclaran que en Israel el rebrote se debió a causas múltiples (reapertura de bares, templos, etc.) y déficit en protocolos en secundarias, donde hay que tener más atención ya que el virus afecta más a los adolescentes y casi nada a los menores de 10 años. También omiten que, en todos los demás países de Europa donde se reiniciaron aperturas, la escuela no generó mayores rebrotes: Dinamarca, Holanda, Austria, Alemania y Noruega, entre otros.
Hubo muchas experiencias, diversas, con resultados parciales que exigen cautela. Quiénes infunden terror, sumergiendo el debate científico en una grieta absurda, tampoco pueden explicar cómo en Suecia, donde las escuelas nunca cerraron, no fueron propagadores del virus y los docentes no se contagiaron más que otros trabajadores esenciales.
Coherentes en defender a sus epidemiólogos y autocríticos como pocos, un estudio sueco identificó 15 posibles razones que los llevaron a tener peores resultados que sus vecinos: mantener las escuelas abiertas no fue uno de los errores. Hasta publicaron un estudio junto a científicos de Finlandia donde aseguran que el cierre de escuelas no frena la propagación.
Es razonable que los padres protejamos a nuestros hijos y los gremios a sus docentes. Pero es irresponsable no contar con la información precisa para planificar el regreso a clases. Es ridículo y muy peligroso plantear un regreso solo cuando haya una vacuna. Un paper de la New England Journal of Medicine (se puede acceder aquí) sugería 10 casos nuevos cada 100 mil habitantes para compensar el costo-beneficio que implica reabrir escuelas: porque sí, aumentarán los casos, el tema es cuánto y cómo cuidar a los docentes mayores de 60 o con comorbilidades.
¿Qué hacer cuando aparece un caso? No es claro. Y no hay un manual. En Francia cerraron 22 escuelas y fue noticia. Pero otras 49.978 siguieron abiertas. Informar así es irresponsable. ¿Qué recaudos tomar? Evitar el contacto con los abuelos, horarios escalonados de entrada y salida, desalentar el transporte público y priorizar primaria a secundaria. Donde se puede, empezar ya. Pese al esfuerzo de millones de docentes y padres, las clases virtuales no alcanzan: aumenta la desigualdad, la deserción escolar y las víctimas de violencia doméstica. El daño es enorme. En provincias que abrieron gimnasios, restaurantes y hasta casinos, las aulas siguen vacías. ¿Cómo es posible? Es notable lo que logran el pánico, la desinformación y la miopía de la grieta.
La discusión sobre la escolarización es compleja, requiere matices y una justa representación de la evidencia, algo que no abunda en el comité de expertos que asesora al Gobierno. No alcanza con la epidemiología para mitigar el impacto social, psicológico y económico que provoca el cierre indefinido de escuelas. Nuestros líderes deben apelar a la responsabilidad, no al pánico, y advertir que la educación debe ser considerada una actividad esencial.