Forbes Argentina
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Editorial
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28 Diciembre de 2019 09.30

El 21 de septiembre dio comienzo a una extraña, inesperada primavera en América Latina. Analistas de todo el mundo se volcaron a indagar las causas de esta estación cargada de tensiones políticas y sociales que conmovió a la región, de Ecuador a Chile, pasando por Bolivia, Colombia y Perú.

Si bien Argentina atraviesa la etapa exhibiendo una fortaleza democrática que facilita una transición política sin grandes turbulencias, lo cierto es que lo hace inmersa en un mundo caracterizado por una globalización de fuerte sesgo neoliberal y financiero que concentró la riqueza a niveles inéditos y con un costo agudo y creciente de desigualdad social.

Ese contexto, regional y global, determina la necesidad de recalibrar los desafíos externos del país. Es hora de olvidar la fracasada lógica de “abrirse al mundo” sin una estrategia exportadora de inserción real, ignorante de los cambios profundos del tablero internacional y entregada a esperar una lluvia de inversiones que solo cayó en forma de deuda externa impagable. Los recientes errores de navegación en un mundo dominado por guerras comerciales, cuestionamientos al sistema multilateral y pujas entre “globalistas” y “nacionalistas” nos hicieron mucho daño. Los mandatos puramente ideológicos y las lecturas voluntaristas a nivel global nos alejan de la realidad. Necesitamos una política exterior cuyo núcleo duro anide los  intereses legítimos y urgentes del país.

IDEAS E INTERESES

Los tropiezos en el proceso de integración regional, hoy nuevamente amenazado, disparan evocaciones del liderazgo de los padres fundadores de la Unión Europea. Ellos se preguntaron (y respondieron) sobre los intereses concretos y comunes de sus naciones. La actual UE nació de la Comunidad del Carbón y del Acero, dos activos básicos que los habían llevado a la guerra y los unió como nunca. ¿Cuáles son hoy ese carbón y ese acero en América Latiná ¿Cuáles de esos intereses debemos cultivar desde Argecracias y avanzó en su integración comercial, en los años 80, todavía reinaba la Guerra Fría, el embrión de Internet se gestaba en laboratorios, la globalización era un término académico y casi nadie atendía al cambio que iniciaba China. La unión latinoamericana era un ideal renacido, cargado de fervor y escaso pragmatismo.

Hoy, al cabo de 40 años de transformaciones, Argentina y América Latina necesitan recalibrar su brújula. Un par de coordenadas básicas señalan el rumbo: desarrollo con inclusión y freno a la reprimarización de su economía.

Para ello, en este océano global tan incierto, la agenda exterior de Argentina debe apuntar a coordinar con la región una participación más intensa en los organismos multilaterales que mejor pueden cuidar los intereses de las naciones menos poderosas, de la ONU a la OMC.

La diplomacia debe orientarse a proteger los recursos renovables, a atraer inversiones en infraestructura, comunicaciones y tecnología; y a promover exportaciones con valor agregado que cree empleos de mayor calidad. Argentina afrontará en el inicio del nuevo gobierno una tormenta perfecta de endeudamiento externo, que además involucra al FMI, uno de los pilares más cuestionados del ya viejo orden mundial.

Será todo un desafío, tal vez fundacional. Para ello deberemos corregir el rumbo, favoreciendo nuestros intereses concretos y realizables y privilegiando la economía real. Es la hora.

Por Jorge Argüello, Presidente de la Fundación Embajada Abierta. Exembajador en Estados Unidos, ONU y Portugal.

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