Lo que le importa no es la cantidad de dispositivos vendidos, sino el margen de ganancias que obtiene de cada uno.
Apple no para de crecer. Se convirtió en la primera empresa norteamericana de la historia en lograr el gran hito de alcanzar el billón de dólares (un millón de millones o un trillón, según la escala numérica norteamericana) en el mercado bursátil. Su acción superó superó los US$ 207. Lo hizo antes que Amazon, Google, Microsoft y Facebook. Algunas de sus cifras son escalofriantes: el segundo trimestre de este año facturó US$ 53.265 millones, un 17% más que el mismo período de 2017. Solo el iPhone X le aportó más de US$ 5.000 millones, y el mercado chino ya representa una quinta parte de sus ganancias. El año pasado vendió 280 millones de iPhones, Mac y iPads.
Nada mal para una empresa que hace apenas 21 años estaba a pocos meses de la quiebra y con una acción a menos de un dólar. Fue Steve Jobs su salvador. En 1985 se había ido de la empresa que él había fundado junto a Steve Wozniak, y regresó en 1998, más maduro y templado pero también más talentoso y creativo. Sediento, con hambre de revancha. Y arrasó. Lo primero que hizo fue dar de baja a todos los productos que vendía Apple y hacer foco solo en cuatro dispositivos. Puso a Jonathan Ive a liderar el área de Diseño de Productos y lanzó la iMac (la famosa all in one con forma de huevo transparente y en colores) junto a una inolvidable campaña publicitaria (Think Different, creada por la agencia TBWA\Chiat\Day). Fue un gran éxito. Sin descanso, lanzó en muy pocos años de diferencia una trilogía que ya es casi tan famosa como la de Star Wars. Me refiero al iPod (2001), el iPhone (2008) y el iPad (2010). Cambió el mundo. Creó la economía de las aplicaciones con iTunes Store, mejoró la marca alrededor de sus millones de fans leales y revolucionó el retail con sus famosas tiendas, hoy ya en el ADN de la empresa. Jobs murió en 2011 pero dejó una empresa ordenada, millonaria, con grandes productos y, sobre todo, con un rumbo bien claro hacia el futuro.
Y para conducir la nave a destino eligió a Tim Cook. Durante el primer año, casi todo el mundo dudaba de su capacidad para conducir la compañía, pero ya pasó tiempo suficiente para que hablemos seriamente de Cook. Es mucho más que el sucesor de Jobs. Gracias a números espectaculares, pero también a un liderazgo sin fisuras por su personalidad y su empatía (algo que comparte con otro líder como Satya Nadella, el CEO de Microsoft), sumado a una gran visión de negocios, Cook ya se ganó un lugar entre los grandes CEO corporativos. Es un líder fundamental para el presente de Apple. Duplicó los ingresos en solo cuatro años y le dio un gran impulso al ecosistema de los servicios alrededor de sus consumidores. Junto a Google, fabrica el 99% del software de todos los celulares inteligentes que se usan en el mundo. Apple está tan sólida que, cuando se conoció que Huawei la había desplazado del segundo puesto como fabricante de smartphones (Samsung sigue primera), sus acciones ni siquiera tambalearon. Lo que le importa a Apple no es tanto la cantidad de dispositivos vendidos, sino el margen de ganancias que obtiene de cada uno.
Lo que importa es el negocio a largo plazo. Así lo demostró en un mail enviado a los 120.000 empleados de Apple a principios de agosto. Dejó en claro que el hito bursátil logrado por la empresa no es la medida más importante del éxito. Y que, en cambio, el logro financiero es una consecuencia de la innovación y de mantenernos siempre fieles a nuestros valores. Recordó, obviamente, el legado de Steve Jobs.
Para el actual trimestre, Apple espera un beneficio operativo de unos US$ 9.000 millones, con crecimientos que van entre el 14% y el 18%. Hay Apple para rato.