Desde su creación, Internet recorrió un camino extenso. La World Wide Web representó una completa revolución desde que Tim Berners-Lee la creó en los 90. Democratizó el acceso a Internet, que al principio estaba restringida a los científicos, los académicos y a los gobiernos.
La Web3 es una tecnología que permite relacionarnos de una manera distinta a la que venimos acostumbrados. Implica un montón de posibilidades nuevas que aún son difíciles de predecir, pero ya está revolucionando todo lo que tiene que ver con bienes digitales o registros digitales de bienes físicos y nuestras interacciones con ellos.
Además de interactuar y generar contenido, los usuarios son propietarios del material que generan. A medida que va pasando el tiempo y evoluciona la tecnología, se van modificando las formas de procesar y alojar datos. Web3 es una internet que descentraliza esos procedimientos, en la que los usuarios son responsables y dueños de su capital.
En este nuevo capítulo de internet, ya no necesitamos sistemas operativos complejos o grandes discos duros para almacenar información porque absolutamente todo estará en la nube. Y todo es mucho más rápido y personalizable.
Asimismo, esta nueva etapa de internet es más segura por cómo se distribuye la información: al estar descentralizado es más difícil poder vulnerar los datos de los usuarios, porque son muchas computadoras procesando la información. Hoy, para vulnerar una máquina en web2 se necesitan, por ejemplo, 10 personas intentando atacar el sistema. En web3 son infinitas las computadoras, por lo que se necesitan infinitas personas intentando hackear el sistema.
¿Pero qué significa eso de la descentralización? Internet en su comienzo fue un protocolo abierto y descentralizado. Comenzó a centralizarse en los años 90 con las grandes tecnológicas que conocemos hoy en día. Lo que se busca con la Web3 es volver a la esencia, al inicio, de lo que fue internet: que nadie controle en gran proporción esta herramienta de comunicación que tan presente está en nuestro día a día.
Esto es posible gracias a las blockchains, que convierten las bases de datos centralizadas en un bien común que puede ser usado por cualquiera sin permiso. Es una tecnología que supera por mucho a las finanzas, con las cuales se la asocia comúnmente: nos viene a plantear un cambio de paradigma en nuestra forma de relacionarnos con la información. A través de este sistema nos convertimos en dueños de nuestro capital, se eliminan los intermediarios. Situación incómoda para más de uno que se encuentra a gusto en (con) el hecho de desligarse de esa responsabilidad y que sea una empresa privada o un Estado los que lleven adelante la gestión de los datos.
Las consecuencias de este cambio están -todavía- lejos de nuestra comprensión, pero prometen mucho.
*La columna fue escrita por Santiago Echazú, cofundador de Paisanos