Una nueva Argentina asoma desde este domingo 10 de diciembre y es algo que comparten tanto quienes así lo quisieron como aquellos que se opusieron al proyecto de gobierno que semanas atrás venció en las urnas. Por más obvio que esto pueda sonar, no hay lugar para otra actitud que no sea la de encarar lo que viene y ya comprobamos que las recetas que se intentaron en los últimos años lejos estuvieron de ser lo satisfactorias que se propusieron.
El punto de partida es compartido por millones que creen que se necesita un cambio para comenzar a crecer, tanto a escala pequeña, porque los precios son cada vez más altos y los bolsillos cada vez más flacos, como aquellos que a gran escala piensan que nuestro país se merece estar mejor, con menos niveles de pobreza, más ocupación, más producción y progreso. Más de lo que nos beneficia y menos de lo que nos perjudica y nos lleva al atraso.
Nuestra institución, la Cámara Argentina de Comercio y Servicios (CAC), está comenzando a transitar su año número 100 y estoy seguro de que sus fundadores allá por 1924 nunca imaginaron que un siglo después íbamos a estar sorteando los problemas que atravesamos hoy, con falta de competitividad a nivel internacional, con dificultades para importar los insumos necesarios para robustecer nuestra producción y relegados del protagonismo que supimos tener en la región, con niveles de pobreza pocas veces vistos y una sensación de estancamiento que se percibe a flor de piel.
Traducir esta sensación que está palpando el sector privado y, en especial el empresariado del Comercio y los Servicios, no nos lleva a ningún otro lugar más que el de pensar cómo podemos recuperar el desarrollo. Ya no hay espacio para mentirnos y más que nada se necesita un sinceramiento en todas las esferas sociales, no solo uno de precios. No se puede construir nada desde la mentira y muestra de ello es el lugar que ocupa Javier Milei hoy. Un, hasta hace poco, candidato que puso por delante su sinceridad y que en campaña dijo todo lo que quería hacer. Todo eso que requiere de un sacrificio de toda la sociedad en su conjunto. Hasta ahora todos proponían felicidad y alegría y con esa receta no llegamos a buen puerto. De su gobierno se espera esa misma sinceridad y atender a los cambios estructurales que de una buena vez deben hacerse para que, al mirar las fotos de los rostros de los fundadores de nuestra institución no sintamos que los defraudamos.
El sector privado, único capaz de crear riqueza, también va a requerir de una oposición responsable que tendrá que cambiar su manera de hacer política y abandonar la costumbre de legislar en pos del interés partidario. De ellos también requiere toda la población.
Y soy sincero cuando no oculto que pienso que las soluciones no se lograrán de la noche a la mañana. Que será un proceso largo, duro y costoso. Es posible que la inflación trepe a niveles más altos que los que vimos en 2023. Pero con los cambios necesarios vamos a poder, cuando en un tiempo miremos para atrás, ver que se hizo lo correcto. Eso que otros nunca se animaron a hacer.
El optimismo llegará a su tiempo y hay señales suficientes para dar cuenta de ello. Es en vano decir que la infraestructura con la que hoy contamos para Vaca Muerta debía estar apta 10 años atrás. Y debemos asumir que buena parte de nuestros recursos mineros no son explotados, que el potencial de nuestro campo a menudo es desaprovechado, y que las exportaciones de la economía del conocimiento son mucho menores de lo que podrían ser. Hacer foco en lo que tenemos, y lo que tenemos es una oportunidad inigualable y no hay que desaprovecharla.
Constantemente me consultan por las principales medidas que requiere el país. Modificaciones que, desde nuestro entender, podrían mejorar el dinamismo del sector. Difícil es enumerar o dar prioridad a unas sobre otras, más cuando entendemos que los cambios deben ser integrales y no parciales. Que deben corregirse muchas cosas en sintonía, y no una tras otra. Se pueden modificar trabas existentes en materia de comercio exterior, pero nada de esto podrá ser exitoso para el sector si no se atienden otras cuestiones como la exorbitante carga tributaria que padecen nuestras firmas que les impide competir de igual a igual con empresas extranjeras. Lo mismo si miramos otros aspectos a corregir como la competencia desleal que perjudica severamente al contribuyente cumplidor; la legislación laboral a menudo anacrónica que da lugar a una verdadera industria del juicio y desalienta las contrataciones; y la decadencia de nuestro sistema educativo, que impacta en la capacidad de la fuerza laboral, particularmente de cara al futuro.
Lo que tenemos no es un problema económico, es más bien cultural. Y hace poco que gran parte de la sociedad argentina demostró que está dispuesta a hacer el sacrificio necesario para volver a ser la Argentina pujante que alguna vez fuimos.
*Presidente de la Cámara Argentina de Comercio y Servicios (CAC)