El comercio exterior está teniendo mala reputación en EE.UU. y en el mundo. Los candidatos presidenciales republicanos hablan duro sobre el tema, mientras que los demócratas siguen las predilecciones proteccionistas de los sindicatos. El expresidente Donald Trump propuso imponer un arancel del 10% a todo lo que importa EE.UU. y aplicar aranceles aún más altos a los bienes fabricados en países que participen en prácticas comerciales desleales.
Un arancel es un impuesto a las ventas, simple. Cuando EE.UU. impone un arancel a una importación, está imponiendo un impuesto a las ventas. Un impuesto sobre las ventas de importación del 10% les costaría a los estadounidenses más de US$ 300.000 millones. Nunca lo sabrías por lo que dicen los políticos, pero el comercio exterior nos hace más fuertes, no más débiles. Desafortunadamente, la creciente agresión de China está avivando los temores de los proteccionistas, lo que lleva a los dirigentes a evitar acuerdos que reducirían las barreras con otros países y regiones.
El libre comercio tiene hoy menos defensores que la libertad de expresión. Y esto es aleccionador y preocupante: el creciente proteccionismo podría conducir a una tragedia no deseada, como ocurrió antes de la 2° Guerra Mundial. Lo que desencadenó la Gran Depresión fue la aprobación por parte de EE.UU. de la Ley de Aranceles Smoot-Hawley, que aumentó los impuestos sobre una abrumadora variedad de productos y desató una guerra comercial global que destripó el comercio. A esto le siguieron otras idioteces económicas, como un fuerte incremento de impuestos.
La Depresión creó las condiciones para el ascenso nazi en Alemania que, a su vez, provocó la 2° Guerra Mundial. Con ese horror en mente, los responsables políticos aliados después de la guerra encaminaron al mundo libre hacia la reducción de aranceles. Dejemos claro un hecho: el enorme crecimiento del comercio internacional desde la 2° Guerra Mundial fue clave para el enorme aumento de los niveles de vida.
Todos seríamos más pobres sin él. Por ejemplo, lo que permitió que el teléfono celular inicial se convirtiera en la supercomputadora portátil fueron las cadenas de suministro internacionales, que crecieron a medida que retrocedieron las barreras comerciales. Un déficit comercial no equivale a que una empresa pierda dinero. Es una medida sin sentido de la salud económica de un país y en nuestro caso ignora el flujo de dinero de inversión hacia EE.UU.
El país incurrió rutinariamente en déficits comerciales, a medida que nos convertimos en la nación más poderosa. En cuanto a la manufactura, lo que perjudicó al sector fue un torrente de regulaciones en gran medida innecesarias.
La mitigación de este abuso bajo el presidente Trump ayudó a que esa parte de la economía mejorara significativamente.
China representa el 11% de nuestro comercio internacional. Seguramente nuestros políticos pueden separar las políticas comerciales con Beijing de aquellas con la mayor parte del resto del mundo. Y, dicho sea de paso, imponer aranceles a las importaciones procedentes de países asiáticos como Corea del Sur los hará más dependientes de China