A solo quince días de las PASO, imaginemos este escenario: los candidatos de Juntos por el Cambio reúnen más o menos el 40% de los votos, el kirchnerismo obtiene alrededor de 30 puntos, y Milei termina tercero con algo así como el 15% de las adhesiones.
No parece disparatado; es de hecho, una proyección probable habida cuenta de las encuestas, la turbulencia cambiaria de los últimos días y en general la mala situación económica. ¿Qué ocurre en un escenario así? Si Juntos por el Cambio se adelantara en agosto como claro vencedor, ¿qué pasaría en octubre? Así como 2019 generó caos, ¿puede el 2023 generar tranquilidad? ¿Cuáles serían las consecuencias?
Vale traer a colación, naturalmente, las PASO de 2019. En aquel entonces, ni los mercados financieros ni la opinión pública se habían preparado para una victoria de Alberto Fernández en primera vuelta; por el contrario, todos descontaban la existencia de una segunda vuelta. Por lo tanto, la diferencia de 15 puntos en las PASO entre el Frente de Todos y Juntos por el Cambio provocó un cambio de expectativas radical y terrible.
El día después de la elección el precio del dólar se disparó, la Bolsa local cayó tanto que la caída solo se comparó a nivel mundial con el inicio de guerras civiles, y en pocos meses los depósitos en moneda extranjera se redujeron a la mitad. Es verdad que el inicialmente debilitado Macri logró aumentar su caudal electoral y alcanzar el 40% de los votos en octubre después de un magro 32% de agosto, pero nadie recuerda los dos meses entre las PASO de 2019 y las elecciones generales con simpatía: octubre no llegaba nunca y, después, diciembre no llegaba nunca.
Originalmente, la irrupción de las primarias presidenciales en 2011 fue interpretada de una de dos formas: como una reforma política que tendía a la democratización interna de los partidos o, lo que era en realidad más exacto, como un instrumento de control creado simplemente porque convenía al gobierno de turno. Hubo muchas especulaciones acerca de los efectos que podían traer las PASO, pero un aspecto clave pasó desapercibido en esas discusiones: la incertidumbre económica por el hecho de tener elecciones espejo separadas por dos meses en un país altamente polarizado. Y así como todos recordamos el 2019, el 2023 también podría depararnos sorpresas.
En un contexto de inflación de tres dígitos, corridas cambarias recurrentes, tarifazos y problemas con el FMI por el déficit fiscal, es razonable suponer que si existe una sorpresa en las PASO de agosto sea contra el gobierno de turno, tal como ocurrió en 2019. Hay muchos convencidos de que Juntos por el Cambio podría ganar en primera vuelta, incluso, también tal como le ocurrió al Frente de Todos en la última elección. Sin embargo, procesos similares podrían tener resultados muy distintos. En 2019, la vuelta del kirchnerismo trajo miedo; pero si quedara claro, ya en agosto de 2023, que el kirchnerismo se va, entonces habría tranquilidad. ¿Y si la tranquilidad favoreciera, paradójicamente, al kirchnerismo?
En efecto, un escenario de este estilo sería en un sentido el reverso exacto del 2019 porque podría mejorar, en vez de empeorar, la situación económica: si la economía se mueve por expectativas y esas expectativas son buenas, pocas dudas cabe de que por lo menos por unas semanas o quizás incluso meses habría un veranito. En otro sentido, sin embargo, un escenario de fuerte derrota electoral para el kirchnerismo podría en realidad emular la experiencia de 2019 y hacerlo crecer en pocos meses. Así como Macri logró aumentar considerablemente su cantidad de votos entre las PASO y las elecciones generales debido al miedo que generaba el kirchnerismo, quizás una gestión económica más tranquila y el temor a la derecha le permitan a Massa posicionarse mejor de cara a octubre.
Un escenario de peor elección y mejor gestión para el kirchnerismo no parece ser demasiado tenido en cuenta en la actualidad, pero sus consecuencias podrían ser
significativas. Y es que, si bien la candidatura de Massa ha infundido ánimo a un gobierno de otra forma debilitado, a medida que pasan las semanas parece desinflarse de una manera similar a lo que ocurrió cuando se convirtió en ministro: el candidato kirchnerista simplemente no puede estar a la altura de todas las expectativas que genera. Por ese motivo es que se puede pensar en su derrota, pero paradójicamente esa derrota podría ser la brisa que necesita para surfear la ola y llegar a octubre como un candidato competitivo. Al final del día, uno nunca sabe qué va a ocurrir en la Argentina. Así como Sócrates decía no saber otra cosa que el hecho de que no sabía nada, los argentinos podemos decir algo parecido sobre el futuro inmediato de nuestro país: de acá a dos semanas, solo sabemos que no sabemos.