Me merezco ser gerente: ¿En serio?

Es posible que quienes lideramos equipos de trabajo hayamos tenido alguna experiencia administrando expectativas de nuestros colaboradores. Algunos pensarán que es un nuevo fenómeno atribuible a las nuevas generaciones que se van incorporando al mundo del trabajo. En esta oportunidad, quisiera correr el foco de lo generacional o mejor dicho, de los grupos etarios, para centrarme en dos cuestiones relativas a la personalidad laboral: la identidad (cómo creemos que somos) y la reputación (cómo predice la ciencia de la personalidad que eres realmente visto por el otro). 

Con ejemplos siempre es más sencillo ilustrarlo: 

Imaginemos que nuestros motivadores, intereses y preferencias se vuelcan a querer, a desear asumir responsabilidades de liderazgo a través de cuán fuerte es ese fuego interno por el poder y el reconocimiento, sumado a que la calidad y la rigurosidad analítica no son negociables. Pero al mismo tiempo, no estamos tan interesados por asociarnos, ser gregarios y menos ser colaborativos. Si a eso le sumamos que somos workaholics, llenamos los casilleros del cartón del bingo. 

Eso sí, nuestro motivador financiero se asocia con un deseo irrefrenable por ser recompensado y asumir riesgos. Este fuego no es invisible, es el magma del volcán que llevamos dentro. Sin embargo, es muy probable que no estemos considerando lo que los otros ven de mi comportamiento al momento de interactuar. Ahí es donde entra en juego la reputación. 

Nuestros motivadores e intereses se hacen visibles, entran en erupción y fluye la lava de nuestro volcán cuando estamos frente a otras personas. Ni hablar si es bajo presión o estrés, lo que hoy es prácticamente la norma en el mundo del trabajo. Ese anhelo por liderar se ve reflejado en una fuerte ambición. Sí, pero también afloran rasgos de ser poco comunicativo, distante, desconfiado, extremadamente suspicaz y, sobre todo, muy duro y franco al momento de brindar retroalimentación, producto de que mis motivadores sociales no pesan tanto respecto de mi identidad. 

Entonces, te estás viendo vos mismo frente al espejo y creés que sos la mejor persona para reemplazar a la gerente que acaba de dejar la compañía. El espejo del vestidor de tu cuarto no es que te engaña, es que el espejo de tu conducta es lo que los otros ven al intercambiar opiniones, al tomar decisiones y que no querés participar. Terminan hartándose también cuando te comportás como un sabelotodo. ¿Qué necesidad hay de tener que demostrar que sos erudito? ¡Los otros ven que no estás siendo humilde! 

Después de esto me preguntás ¿por qué no te merecés ser gerente? 

Sabemos que esta persona es valiosa para la organización. Sin embargo, como su jefe, te toca hacer de coach. Algunas cosas tienen solución y eso es parte de la responsabilidad de quien lidera. El antídoto para sofocar o mitigar esa erupción de lava se llama "autoconocimiento".  Es el primer paso. Reconocer, darse cuenta de que uno tiene limitaciones y obstaculizadores que afectan su reputación y que es eso, en gran medida, lo que está bloqueando poder asumir una posición gerencial. 

¿Podrá nuestro personaje arquetípico lograrlo? Te lo cuento en el próximo artículo.

 

*La columna fue escrita por Adrián Büchner, presidente y fundador de Compass-Latam.