Como en todo, en Argentina, y también en algunos otros lugares, la palabra sesgo tomó una connotación negativa. Pareciera que tener sesgos es malo.
Hace unas semanas trabajamos desde Human inLab, con el C-Level una de las empresas más importantes del país (si no la más importante) y cuando les dije esta frase: los sesgos de la buena gente, se escuchó en la sala un suspiro de alivio.
El motivo de la reunión era presentarles sus resultados de nuestra medición de sesgos implícitos basada en la metodología que utiliza Harvard, y certificada por Jesús Privado Zamorano, Dr. en Comportamiento Humano por la Universidad Complutense de Madrid. La expectativa, según los comentarios iniciales, era: ¿Qué tenemos que cambiar? ¿En qué estamos fallados? La gran sorpresa apareció cuando se dieron cuenta que testear sesgos no muestra una falla, sino un seteo del cerebro que es ajeno a la conciencia; un dato objetivo de cómo actúan sus cerebros de forma automática ante un estímulo: por ejemplo elegir a una persona como miembro de un equipo.
Muchas veces decimos: soy pro mujer o soy pro diversidad, sin embargo a la hora de elegir, no elegimos a una mujer o alguien diferente a nosotros, sino a alguien igual a mí porque la complejidad de nuestro cerebro entiende que eso es lo mejor a los fines de los objetivos que tenemos que cumplir. El problema es que creemos que con un taller o charla de sesgos es suficiente, o como me preguntó otro CEO de otra de las compañías más grandes de Argentina, por qué debería medir sesgos si presuntamente todos estamos sesgados. Una pregunta espectacular que va al punto, al corazón de la cuestión.
La medición, en primer lugar, baja la connotación negativa de la palabra, cuando las personas entienden que el cerebro está seteado de una determinada forma y que, de forma voluntaria no llegamos a ese lugar si no tenemos la muestra de cómo está seteado nuestro cerebro. Esto es lo que muestra la medición.
El cerebro, a lo largo de nuestras vidas, recibió determinada información que lo fue moldeando e indicando que era bueno o malo, correcto o incorrecto, verdadero o falso. Este seteo cerebral es muy útil para tomar decisiones rápidas, pero cuando hay cambio de expectativas de parte del mercado el sesgo puede ser un alto factor de riesgo para las organizaciones ya que compromete su sostenibilidad a largo plazo. No sólo hablamos del riesgo reputacional por ejemplo, sino del riesgo de alejar al talento que hoy demanda algo muy distinto, además de posibles riesgos legales, económicos y financieros.
Los sesgos como dato objetivo obtenido luego de una medición, permite entender cómo funciona el cerebro y cómo podemos ejercitarlo con nueva información, por ejemplo, con otros modelos que hoy no entran en tal seteo cerebral. Sin medición tampoco conocemos cuales son los modelos que nuestro cerebro reconoce como válidos.
Lo bueno es, como dice Gina Ripon, una de mis musas inspiradoras, neurocientífica inglesa y autora del libro El Género del Cerebro, el mayor descubrimiento de los últimos 40 años es que el cerebro cambia de forma permanente, por lo cual cuando una persona es consciente a partir de una medición de que sus sesgos existen, está en condiciones de, que si quiere que eso cambie, ejercitar el cerebro para que éste acepte otros modelos posibles.
Como dice la gran Mahzarin Banaji: creemos que nuestros cerebros no están sesgados. Por suerte hoy tenemos la posibilidad de generar evidencia para obtener datos que ayuden a las personas a entender cómo actúan nuestros sesgos implícitos.
¿Cuál es la razón de la evidencia? Salir de la coerción y de la conveniencia del discurso de la diversidad (pink washing/full colors washing) y entrar en el terreno de la convicción para que la diversidad sea realmente sostenible.
*La autora de la nota es CEO & Founder de Human inLAB, una Solución Digital que mediante gaming mide y activa la permeabilidad de la cultura organizacional a DEI.