Forbes Argentina
Nora Palancio Zapiola
Columnistas
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22 Septiembre de 2024 16.20

Cuenta la historia que Demóstenes, el gran político y orador de Atenas, era tartamudo, y que, a fuerza de ejercicios realizados con pequeñas piedras dentro de su boca, superó en gran parte el problema recurrente que lo limitaba a hablar en público. Sin embargo, aún tartamudo, dio sus primeros discursos judiciales a los 20 años para reclamar su herencia. Demóstenes ganó y sus tutores debieron ceder. 

Uno de los mejores alumnos de Aristóteles tenía un don, claramente, pero, sin embargo, debió entrenar para conseguir la atención del público y, mejor aún, persuadirlo. ¿Esto implica que quienes hablen en público deben sufrir poniendo piedras en su boca? No. Claro que no. Sobre todo, porque entrenar la oratoria no debe ser un castigo y, además, porque no todas las personas nacen con un don como este político que, antes de serlo, se ganó la vida escribiendo discursos judiciales. 

Aún sin ejercicios traumáticos, si se quiere lograr persuadir a la hora de dar un mensaje, hay que entrenar. El punto es que muchísimos y reconocidos coach, años después de la política de Atenas contra Macedonia, abordan el trabajo con un manual estricto bajo el brazo. El resultado de esto es que vemos a personas públicas realizando movimientos iguales a los que hacen sus pares, sin atreverse a hablar sin acercar sus dedos, o, en el caso de los hombres, aparecer en una  foto en la que 15 caballeros posan con las manos cruzadas, cual jugadores de fútbol. No me digan que se trata, al menos, de una imagen graciosa. 

Sin embargo, la gracia no siempre consigue empatía. Si políticos, científicos, ejecutivos, empresarios y personas que deben dar un mensaje hablado tienen idénticos comportamientos, difícilmente sean personas y mensajes que queden grabadas en nuestras mentes y corazones. Pero ¿cómo distinguirse? Apelando a la identidad, a la esencia de cada ser

Eso que hace única a una persona, es desde donde debe entrenarse y, entonces sí, el coach puede utilizar ítems de manuales de coaching. 

La identidad debe ser el fundamento y la columna vertebral de todo entrenamiento porque, si el orador se conoce profundamente, puede apelar a la famosísima empatía. Por supuesto que para que esto suceda, la palabra y el lenguaje no verbal deben ser congruentes.

En cuanto a la comunicación corporal, hay que poner especial cuidado: pueden adoptarse formas que, todo lo contario a lo que se busca, logran distraer, provocar rechazo, o incredulidad. Estas consecuencias suceden, sobre todo, si al hablar no se es leal a sí mismo y se repite lo dictado en los manuales que anuncian las "20 verdades para que tu discurso sea infalible". 

En síntesis, por más piedras que se introduzcan en la boca, si no se entrena el discurso desde la identidad de cada uno, todo se verá igual y, sobre todo, no se logrará que aparezcan esos ojos brillantes que nos dicen que el otro ya entiende la originalidad de lo que somos. 

*Por Nora Palancio Zapiola especialista en Coching de Oratoria, Periodista y Asesora en Comunicación.  

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