La agenda de sostenibilidad para la vitivinicultura ya es posible

Desde lo ideológico a lo pragmático, el concepto de sostenibilidad no solo atraviesa nuestros días, sino que se ha convertido en los últimos años en un imperativo, tanto a nivel individual y grupal como en organizaciones que buscan innovaciones en procesos y productos sostenibles que prosperen hacia ventajas comerciales, sociales y ambientales. Así, cualquiera sea el enfoque, se busca construir un modelo de sociedad consciente y respetuoso para las generaciones actuales y futuras, en sus modos de vida y consumo. 

Un modelo rector fue el acuñado en 1987 en el famoso informe "Nuestro Futuro Común", de las Naciones Unidas, en donde se introducía por primera vez la concepción del desarrollo sostenible. Un modelo de desarrollo que fue evolucionando y que en la actualidad avanza, mediante un consenso unánime entre los países, hacia la mayor iniciativa mundial de desarrollo sostenible: la Agenda 2030. Así, con la frase "sin dejar a nadie atrás", la humanidad se proponía en 2015 -y en un plazo de 15 años- un ambicioso proyecto que incluía desde erradicar la pobreza, hasta afrontar los enormes desafíos del cambio climático y asegurar la paz mundial, entre otros... ¿acaso alguien podría oponerse a este mundo ideal?    

Si bien lo anterior data de una mirada más compleja e intrincada en términos políticos y económicos, nos permite contextualizar -al menos en parte- el desarrollo de agendas de sostenibilidad que impregnan de oportunidades y al mismo tiempo de desafíos tanto a empresas globales, como también a aquellas de alcances más regionales. Nos detendremos en estas últimas, en donde aparecen aquellas pequeñas y medianas empresas de Argentina, que forman parte de una actividad como la vitivinícola, por ejemplo, la cual se ha forjado entre la convivencia de raíces culturales centenarias en sus procesos operacionales y organizacionales, pero que al mismo tiempo pudo transitar las exigencias en términos fundamentalmente de calidad de producto. Ahora, estas empresas con cierto perfil exportador, incluso también aquellas con una mirada puesta en su mercado interno, no son ajenas a las exigencias de la sostenibilidad. 

De la misma manera que el cambio climático nos exige cada vez más en términos de adaptación a sus inciertas contingencias y a un devenir no del todo prometedor, la sostenibilidad habilita a que las empresas emprendan un camino de transformación y adaptación. 

En este sentido, la industria vitivinícola argentina (hoy presente en 18 provincias) ha tenido un desarrollo visible en términos de sostenibilidad en los últimos años. Luego de que la Corporación Vitivinícola Argentina (COVIAR) establezca la sostenibilidad social, ambiental y económica como uno de los ejes centrales de su Plan Estratégico Vitivinícola 2030, se llevaron adelante múltiples acciones directas para que productores, establecimientos y bodegas puedan certificar sostenibilidad de una forma transversal y abierta a todos los eslabones de la cadena, sin importar su escala. 

El instrumento elegido fue la Guía de Sostenibilidad Vitivinícola, una herramienta integral de autoevaluación con estándares internacionales, que permitió el desarrollo y la validación de un esquema de certificación que habilita a la obtención del sello "Argentina Sostenible". Así, abarcando a los distintos sectores, realidades y eslabones de la cadena productiva, esta Guía -que cuenta con el aval y reconocimiento de la Organización Internacional de la Vid y el Vino- se convirtió en uno de los hitos de sostenibilidad para el sector vitivinícola argentino, uno de los más importantes de Argentina, teniendo en cuenta que hoy ocupa 204.848 hectáreas cultivadas con vid, distribuidas en 23.046 viñedos y en manos de 17.000 productores en todo el país.

Y como una forma de poner a girar la rueda de la transformación, desde COVIAR en alianza con los gobiernos provinciales y financiamiento del Consejo Federal de Inversiones (CFI) se puso en marcha un programa de asesoramiento y acompañamiento técnico para que 23 bodegas de 14 provincias del país lleven adelante el proceso para poder certificar sus prácticas de sostenibilidad.  El objetivo es impulsar el cambio y mejorar su competitividad empresarial, respondiendo a demandas cada vez más fuertes de los mercados consumidores e importadores. 

Estamos en un mundo en transición que exige a las empresas demostrar su compromiso con el impacto social y el cuidado del ambiente. No es un detalle menor si consideramos que la Argentina es parte de una cadena de valor global que ha comenzado a gestionar sus riegos bajo estos preceptos. Sostenemos la hipótesis que éste es el único camino a seguir o no habrá camino. Eso sí, será en forma articulada e integrada estado-empresa-sociedad, o no será, o al menos no para todos. 

 

*La columna fue escrita por Alfredo Fonzar, responsable de Sostenibilidad en la Corporación Vitivinícola Argentina (COVIAR)