El impacto sanitario, económico, social, psicológico y educativo de la pandemia fue global. Pero la Argentina quedó en el 10% de los países con peores indicadores en cada uno de los rubros por la gestión específica del Gobierno: salud, economía y educación.
Así, es top 10 de países con más fallecidos por millón de habitantes; top 10 en los países con mayor caída de la economía (-9,9% PBI 2020) y sexto país del mundo con mayor inflación (detrás de Venezuela, Sudán, Líbano, Surinam y Siria); y está en el 20% de países con menos clases presenciales en el mundo en un territorio con 63% de niños pobres.
Todo agravado por el contraste entre el discurso paternalista (el Estado te cuida), amenazante (me voy a ocupar personalmente de que todos respeten la cuarentena), socarrón (con filminas que comparaban Argentina con Chile o Suecia en abril de 2020) y la posterior inmoralidad de las fiestas en Olivos y el vacunatorio VIP.
Incluso para una sociedad acostumbrada a naturalizar escándalos, que el Presidente haya celebrado su cumpleaños y el de su pareja en los meses de la cuarentena más profunda resultó una burla insoportable para toda la sociedad. Es posible que lo absurdo e ineficaz, en la Argentina y en el mundo, hayan sido los lockdowns masivos e inéditos en la historia de la humanidad, pero sería motivo de otro análisis.
Con un efímero récord de popularidad en abril de 2020, oyendo solo a expertos encandilados por la inesperada fama que les dio la pandemia, el Gobierno entregó durante meses las llaves a epidemiólogos y sanitaristas, ignorando a economistas, psicólogos y expertos de otras disciplinas o de esas mismas, pero que tuvieran una visión más amplia.
La miopía de la grieta se devoró a la evidencia científica y así batieron el récord mundial de encierro a los niños (120 días en GBA, hasta que el gobernador sugirió que fueran de paseo a los supermercados). La irracionalidad se extendió a la militancia de la escuela virtual cuando 9 de cada 10 niños necesitaban apoyo de sus padres para conectarse.
Más de un millón y medio de chicos abandonaron la escuela, el único vehículo posible para salir de la pobreza: la dimensión del daño es enorme. La presión de los sindicatos y la especulación política fueron por delante de la evidencia científica y de la evaluación de costos-beneficios vital para entender la pandemia. Aunque todo el mundo sufrió el impacto económico, la caída del salario real, el desempleo y los niveles récord de emisión llevaron la inflación al 52%.
Una fracción de los sectores más vulnerables castigó al peronismo en las PASO y transfirió su voto a Juntos por el Cambio, a la izquierda y a los liberales (con Milei en CABA).
La prioridad de salvar vidas también fue un fracaso: más de 113.000 fallecidos, 11° en el triste ranking mundial de muertos por millón de habitantes, tercer peor país de la región detrás de Perú y solo un 10% más de víctimas por millón que el Brasil de Bolsonaro. Así como el Gobierno acertó en cerrar el acuerdo con Rusia por la Sputnik, la incompetencia por las vacunas rechazadas a Pfizer es inadmisible y costó miles de vidas. No es especulación ni chicana: es un dato fáctico.
A todos los desaciertos de la gestión en salud, economía y educación se suma el inocultable desconcierto sobre el plan económico o la aparente tensión entre la visión del ministro Guzmán y los límites que le impondría el kircherismo más duro. El politólogo Andrés Malamud imagina tres destinos para la economía en un recomendable reportaje que le hizo Laura Mafud y que podrán disfrutar en esta edición, junto a una columna de Rosendo Fraga, para comprender el significado de estas PASO con miras al futuro