La sociedad actual cada vez demanda más de las empresas y sus líderes y, sin lugar a dudas, la toma de acción en pos del respeto y promoción de valores como la diversidad e inclusión están a flor de piel en el debate público. Y esto es así porque vivimos en un mundo esencialmente diverso, y el gran salto que se reclama a todo nivel es que esa diversidad esté presente en cada ámbito de nuestras vidas, adecuadamente representada y respetada.
La falta de equidad de género y las brechas sociales son temas que cruzan transversalmente a toda la sociedad y están interpelando a las organizaciones por un ritmo de cambio que no conforma y que se espera se acelere radicalmente para lograr resultados en el corto plazo.
Trabajadores, candidatos, clientes y consumidores, la sociedad en su conjunto, tiene grandes expectativas, todos esperan que las empresas tengan determinados valores y posiciones sobre cuestiones de la agenda pública, incluso sobre temas políticos y, además, esperan que tanto las organizaciones y como sus líderes hagan pública su posición y se comprometan realmente en la búsqueda de soluciones.
En un principio, esta situación puso bastante incómodas a las empresas pero, con el correr del tiempo, han ido incorporando y asimilando esa presión social y activismo que muestran los trabajadores y haciéndose cargo de esa demanda social. Y esto no es casual, ya que en tiempos de competencia por el talento como los que vivimos hoy, son los colaboradores quienes eligen dónde trabajar y eso condiciona a las organizaciones para adaptarse y dar respuesta a este tipo de demandas para atraer y retener a su capital humano.
A diferencia de mi generación, que ha ido incorporando información, conciencia y, finalmente, compromiso con la diversidad y la agenda de la equidad de género -especialmente en los últimos 15 o 20 años-, los jóvenes ya vienen desde muy chicos con ese compromiso en su ADN, inculcado y naturalizado tanto en la educación informal como en la formal. Ellos son lo que llamamos nativos sustentables.
Pero si bien los más jóvenes son la punta de lanza, no son los únicos que reconocen la importancia de este tema. Los Gen Y y los Gen Z nos alertan, presionan y nos dicen que ciertas prácticas corporativas ya no son aceptables y que no podemos, por ejemplo, darnos el lujo de tener que esperar tres generaciones más para que hombres y mujeres estén en pie de igualdad en materia económica como dicen los indicadores de brecha de género del World Economic Forum, pero ya no están solos.
Por suerte, hay un efecto de contagio y hoy estamos en un punto sin retorno en muchas de los temas de la agenda del desarrollo sostenible, en la que todo confluye impulsando para que las empresas perciban los beneficios de la diversidad, la inclusión y del trato equitativo.
En este sentido, diversidad e inclusión también son un negocio. Ser una compañía comprometida con estos valores incide fuertemente en el atractivo de la marca empleadora en dos direcciones. De cara al interior de la compañía, esto repercute sobre el clima laboral, el compromiso y la fidelización de los colaboradores. De cara al exterior, influye en la capacidad de la organización para atraer al talento clave que necesita, mostrando sus valores y cultura para que los de afuera también quieran ser parte.
Por último, es importante subrayar que cuando hablamos de diversidad e inclusión estamos hablando de equidad. No podemos ser diversos e inclusivos si no tenemos equidad al interior de nuestras organizaciones. No solo se trata de sumar personas con características y habilidades diferentes, sino de que haya igualdad de oportunidades para cada una de esas personas en su desarrollo dentro de cada compañía. Así y solo así, alcanzaremos el objetivo de co-crear una sociedad más justa e igualitaria para todos.