Diez tendencias a largo plazo que todo empresario y funcionario debería monitorear
Lucas Pussetto Mgter y profesor del Departamento de Economía del IAE.
Lucas Pussetto Mgter y profesor del Departamento de Economía del IAE.
Como suele suceder, buena parte de los debates de Davos ponen el foco en temas críticos de coyuntura: crecimiento, inflación, deuda, política económica, etc. Todos son importantes y requieren atención urgente. Pero también es necesario vislumbrar algunas tendencias que, como mínimo, transformarán la economía mundial y harán que el mundo sea muy poco parecido al que conocemos hoy.
A continuación se presentan algunas de las tendencias (el orden es aleatorio) que tanto los empresarios como los funcionarios públicos deberían estar monitoreando con atención. Los primeros, para evaluar cómo influirán en el entorno de negocios y la rentabilidad; los segundos, para diseñar políticas públicas que maximicen sus aspectos más prometedores y minimicen sus costos sociales.
Los intangibles tienen cada vez más peso en la inversión y, por lo tanto, en el stock de capital. Este cambio puede verse con claridad en economías industrializadas y también está ocurriendo en las economías en desarrollo. Las implicancias para el mercado laboral y la oferta educativa son enormes. Lo positivo: los intangibles prometen más productividad y más crecimiento al ser más escalables, hundir costos con más facilidad y lograr más sinergias entre ellos. Lo negativo: probablemente aumenten la desigualdad y tiendan a generar mercados más concentrados.
La expectativa de vida aumentó drásticamente en las últimas décadas al igual que la edad “mediana” (la de la persona que está en la mitad de la población). Además, la tasa de fertilidad (el número promedio de hijos por mujer) también viene cayendo. Diversas proyecciones indican que en América Latina la población comenzará a disminuir hacia 2050 (en Argentina comenzaría a hacerlo casi ese mismo año) y que hacia 2100 la edad mediana en la región estará en torno a los 45 años (hoy está en 30). La tendencia a la disminución de la fertilidad es global y son muchos los países en los que ha caído por debajo de su nivel de reemplazo. La población, sin dudas, seguirá envejeciendo. Esto traerá consecuencias y presiones a las que los países en desarrollo deberán enfrentarse, al igual que los países ricos, pero sin ser ricos.
Los esfuerzos de los gobiernos por reducir estas emisiones de dióxido de carbono están teniendo algún éxito en países desarrollados, pero muy poco en países en desarrollo. Las emisiones per cápita en Estados Unidos han caído en cerca de un 25% en las últimas décadas pero siguen siendo el doble de las de China. En el acumulado de los últimos 270 años, China ha emitido menos de la tercera parte de lo emitido por Estados Unidos y Europa. Según autores muy reconocidos, es poco probable que las emisiones mundiales disminuyan en las próximas dos décadas; de hecho, la Unión Europea planea reducir a cero sus emisiones netas recién en 2060. El cambio climático (calentamiento global, aumento del nivel de los océanos, condiciones climáticas más extremas) puede reducir a futuro los estándares de vida salvo que la innovación y la tecnología resuelvan, una vez más, los grandes problemas de la humanidad. Y diversas estimaciones muestran que, aún reduciendo a cero las emisiones para 2100, el aumento de la temperatura se mantendrá en las próximas décadas.
En general se habla de “varias” revoluciones industriales: la de “Manchester”, la de “Detroit” y la de “Silicon Valley”. Cada una de ellas tuvo efectos distintos sobre el empleo y el ingreso promedio. Por ejemplo, la productividad laboral y el ingreso “mediano” en Estados Unidos aumentaron casi al mismo ritmo entre fines de la Segunda Guerra Mundial y comienzos de la década de 1970, pero desde entonces la productividad se duplicó y el ingreso permaneció estancado. Es fácil darse cuenta de que produce descontento en quienes están quedando rezagados. ¿Es consecuencia de la globalización? En parte. ¿Es consecuencia de la tecnología? Sustancialmente. Y, por supuesto, de la política económica. Y el descontento tiene consecuencias: hasta 2010, el porcentaje de votos de obtenidos por los partidos de extrema izquierda y derecha en Europa promediaba el 15% (y había estado en esos valores desde fines de la Segunda Guerra Mundial); hacia 2020 estaba en el 25%.
En su definición más general, el capitalismo es un sistema económico donde los medios de producción están mayormente en manos privadas y las decisiones económicas se toman de manera descentralizada. Pero su aplicación no es idéntica en el mundo. Países como Estados Unidos e Inglaterra aplican un capitalismo meritocrático, mientras que China (y otros países se inclinan por un capitalismo de Estado, fuertemente intervenido. ¿Cuál predominará en los próximos años? Ambos tienen sus ventajas y desventajas dependiendo de los objetivos propuestos. La respuesta dependerá del interés (hasta ahora escaso) de China por “exportar” su modelo.
Los gobiernos deberán aumentar sus capacidades, es decir, sus habilidades para alcanzar objetivos como el cumplimiento de la ley, la regulación de la actividad económica, la recaudación de impuestos, la generación de infraestructura y servicios públicos, etc. El gasto público suele ser inflexible a la baja y los cambios demográfico y climático hacen suponer que las demandas sociales presionarán el gasto al alza y no al revés. Sin embargo, será muy importante asegurar lo que Acemoglu y Robinson llaman “Leviatán encadenado”: un Estado con “dominio” moderado de la situación. Se necesita una sociedad que lo controle, y para ello la cooperación, la organización política y la participación ciudadana son esenciales. Pero también hace falta un Leviatán que aumente sus capacidades de cara a los nuevos desafíos y que mantenga su autonomía.
En una encuesta reciente realizada entre un grupo de prominentes economistas y profesores de Estados Unidos, el 88% de los encuestados manifestó estar de acuerdo con que “el avance de la automatización históricamente no ha reducido el empleo en Estados Unidos” y sólo el 26% estuvo en desacuerdo con que “si las instituciones del mercado laboral se mantienen sin cambios, un aumento en el uso de los robots y de la Inteligencia Artificial es probable que aumente sustancialmente el número de trabajadores que permanezcan desempleados por largos períodos en economías avanzadas.” De este modo, parece haber algún grado de consenso con el hecho de que la tecnología crea prosperidad y nuevos trabajos, tareas y habilidades, pero también con que en el corto plazo las turbulencias y las disrupciones serán fuertes.
En 2021, el 10% más rico de la población mundial se apropió del 52% del ingreso total mientras que el 50% más pobre sólo obtuvo el 9% del ingreso. En ese mismo año, el 76% de la riqueza mundial estaba en manos del 10% más rico, mientras que el 50% más pobre sólo poseía el 2%. La desigualdad siempre ha existido, pero en buena parte de los países del mundo ha aumentado notoriamente en las últimas cuatro décadas. Sus efectos son múltiples: menos confianza, más división social, más conflictos, más inestabilidad institucional, incorrecta asignación de recursos (especialmente capital humano), más corrupción y, en última instancia, menos crecimiento económico (y quizás más pobreza). Todo parece indicar que esta tendencia se profundizará.
¿Por qué aumentó tan sustancialmente la globalización hasta la crisis de 2008/2009? Porque disminuyeron los costos de transporte, se redujeron las barreras comerciales (y se avanzó en la firma de acuerdos y otros modos de integración) y en los consumidores creció un enorme deseo de poder elegir entre distintos tipos de bienes. Las ganancias de bienestar para estos últimos han sido, al menos en términos de posibilidades de consumo, muy elevadas. Pero el comercio internacional, al menos en algunos casos, aumentó la desigualdad, generó vulnerabilidad financiera (cuando la apertura alcanza también a los movimientos de capitales) y en no pocos países produjo déficits sistemáticos en cuenta corriente (con el consiguiente endeudamiento externo). No es claro, por lo tanto, que en los próximos años el mundo siga siendo “hiper” globalizado.
El dilema básico en materia de política económica es que el número de objetivos de un gobierno suele superar con creces la cantidad de instrumentos disponibles para alcanzarlos. Las tendencias mencionadas anteriormente están modificando la efectividad de la política económica. Y además sugieren que cuantos más instrumentos estén disponibles, mejor.
*Por Mgter. Lucas Pussetto, profesor del Departamento de Economía del IAE.