Hace ya varias décadas que la economía argentina se ha ido estancando en relación al resto del mundo, como es posible constatar no solamente en comparación países desarrollados sino incluso son nuestros pares latinoamericanos. Entretanto, es verdad que la Argentina ha experimentado distintos períodos de crecimiento, pero la naturaleza de cada uno ha sido diversa. En efecto, como debería ser evidente a esta altura, no es lo mismo aplicar buenas políticas económicas que tener buena suerte.
Y la buena suerte que típicamente supo tener el peronismo parece, hoy, pende de un hilo.
En los últimos años, el kirchnerismo en particular se ha vanagloriado de los años de crecimiento a tasas chinas en la primera década de este siglo. Sin embargo, lo que suele callar este relato es que el crecimiento económico de los 2000 fue posible mayormente debido a la gran cantidad de inversiones hechas durante la tan denostada convertibilidad de los años 90 y a los altísimos precios internacionales que tuvieron las materias primas. Las políticas propiamente kirchneristas, particularmente el impulso permanente a la demanda y diversas estatizaciones, causaron daño: sus consecuencias explican hoy las enormes dificultades para sacar al país del estancamiento en el que se encuentra desde hace más de diez años. Es la misma historia del peronismo de 1945, pero varias décadas y varias frustraciones después.
En el pasado reciente, siempre habían sido los gobiernos no peronistas los que habían tenido la peor suerte. Altas tasas de interés en Estados Unidos, bajos precios de materias primas, stocks ya consumidos por otra administración, sequías: algunos de estos fenómenos le tocaron a de la Rúa, otros a Macri. Sin embargo, en 2023 la situación parece distinta. El kirchnerismo ya no dispone de AFJPs, YPFs o Aerolíneas que pueda confiscar para presentar éxitos a corto plazo y obtener dinero fresco para repartir. El mundo parece estar a las puertas de una recesión, mientras la FED continúa subiendo la tasa de interés. Si bien el precio de la soja no es para nada malo, no colma las expectativas de que alcanzara un récord como se esperaba tan solo el año pasado. Y no llueve.
En el contexto de una de las peores sequías en 70 años, en los últimos días se conoció que la liquidación de divisas en los primeros cuatro meses del año fue un 50% menor a la del año pasado . Se estima que la producción de granos será un 45% menor a la del año pasado, es decir que no habrá ingresos en dólares para el Estado por 50 millones de toneladas. En particular, la molienda de soja podría ser la más baja en 18 años según un informe de la Cámara de la Industria Aceitera y el Centro de Exportadores de Cereales.
Y no parece haber dólar soja que valga: el intento del gobierno por incentivar a los productores a liquidar su producción con un tipo de cambio algo mejor al oficial fracasa mientras el valor real del peso se desploma. La situación es inédita: por primera vez, la crisis podría afectar al peronismo.
¿Qué sigue, entonces? ¿Cómo es que el gobierno de Alberto Fernández resiste? Si las consecuencias de la crisis no se notan aún, es porque el peronismo tiene una ventaja de la que carecen sus rivales: un alto control del caos. Sería inexacto hablar de protesta, porque los gobiernos kirchneristas han generado un alto número de ellas por diversos motivos, y sería inexacto hablar de total control del caos porque la izquierda le disputa posiciones en
ese sentido. Pero el peronismo tiene un alto control del caos porque es capaz de provocar un clima de opinión caótico junto a movilizaciones violentas más que ningún otro partido o movimiento, algo que de hecho ocurre regularmente siempre que está fuera del poder.
La capacidad del peronismo de resistir, entonces, está ligada a su propia naturaleza. No vemos hoy sindicatos que protesten en las calles o que hagan paros generales, ni saqueos en supermercados, ni intelectuales que lancen cartas abiertas para denunciar al gobierno, ni periodistas que lloren en cámara frente a la suba de la pobreza: el peronismo sigue controlando todo. Aún cuando las encuestas no le sean favorables de cara
a la elección de este año, el peronismo retiene el control subrepticio de la opinión pública y de la calle. ¿Cuánto tiempo puede aguantar?
Las fuentes de financiamiento a corto plazo del gobierno parecen estar acabándose, excepto por una. Sí, es verdad que todos los días el Banco Central está enviando dólares físicos a las entidades bancarias ante la salida de depósitos al mismo tiempo que el ingreso de dólares queda limitado por el cepo y la sequía. Pero es posible que el salvavidas del kirchnerismo para no devaluar sea el FMI, que está a las puertas de aprobar un nuevo adelanto para el ministro Sergio Massa y que se comporta indulgentemente con esta administración toda vez que Argentina ya se ha convertido en un caso too big to fail.
El contexto acorrala al gobierno. Desde el 2003, su suerte ha sido increíble, y quizás lo sea todavía si logra salirse con la suya pese a hacer todo lo necesario para generar esta crisis. Pero si la fortuna sigue acompañando al kirchnerismo, quedará seriamente condicionado el margen de maniobra de la próxima administración. Las inconsistencias fiscales y monetarias siguen allí y, tarde o temprano, se volverá inevitable resolverlas.